El Estado profundo que gobierna el país

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Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.

¿Quién maneja realmente los destinos de la Argentina? Una pista, no es solo el gobierno elegido en elecciones.

Los argentinos elegimos 6 presidentes distintos en los últimos 34 años. Entre estos líderes las diferencias parecen evidentes y muy marcadas. Sin embargo, a veces queda la sensación de que nada ha cambiado después de tanto tiempo.

En estos últimos años fuimos de crisis en crisis… ensayando lo que, en apariencia, eran recetas diametralmente distintas.

¿Habrá sido así?

En un artículo reciente, Bill Bonner, fundador de Agora Inc., empresa de publicaciones financieras norteamericana,  escribía que había que darle la bienvenida a una nueva oficina del gobierno: “el estado profundo”. El estado profundo no figura en la constitución y opera por encima y por detrás del gobierno democrático.

Los argentinos votamos al kirchnerismo para combatir al menemismo. Sin embargo, luego de doce años, terminamos casi igual: crisis fiscal, devaluación, corrupción y pobreza.

¿Qué ocurrió? El estado profundo estuvo operando de la noche a la mañana.

Como explica Bonner, siempre hay integrantes de la sociedad que están listos para abusar, robar y poner en ridículo a los otros miembros de la sociedad. Para William Godwin, si el gobierno tenía aunque sea un poco de legitimidad, ésta se basaba en su rol para evitar que estas personas dañaran a los demás.

Sin embargo, con el tiempo las cosas comienzan a cambiar. Y si bien al principio el gobierno combatía estas plagas, luego terminó dándoles legitimidad. Autoridad. Respetabilidad.

En Estados Unidos, el ex presidente Eisenhower llamó a estos intereses ocultos “complejo militar-industrial”. Con esta frase denunció a esa minoría que se beneficiaba con la desgracia de la mayoría. Ese pequeño círculo de poder que obtenía beneficios nada menos que de la guerra y del aumento del gasto militar indefinido.

Los empresarios industriales, proveedores de armamento para el ejército, eran directos beneficiarios de la carrera armamentística de la Guerra Fría. Mientras tanto, los conflictos bélicos en el extranjero se cobraban vidas, y dentro de los Estados Unidos, la deuda, los impuestos y la inflación destruían patrimonios.

Una caricatura de esta situación la pintó muy bien una reciente película, titulada Amigos de Armas (War Dogs, en inglés). El film, protagonizado por Jonah Hill, relata la historia real de Efraim Diveroli y David Packouz, dos jóvenes norteamericanos que amasan una fortuna vendiéndole todo tipo de productos al Pentágono. El sueño americano: ricos de la noche a la mañana, pero todo gracias al descontrolado gasto público.

El lector puede entender que cuando hay un presupuesto público de un lado, del otro aparecen los intereses creados, que solo buscan que ese presupuesto crezca más y más.

El estado profundo no se limita solamente al gasto en armamento y defensa. El gasto público a nivel mundial creció en todas las áreas, y esto estimuló a la pujante y gigantesca industria del lobby.

En su libro, “Un Capitalismo para la Gente”, el profesor de la Universidad de Chicago, Luigi Zingales, explica esta situación:

“El primero y más obvio motivo para hacer lobby con el gobierno es la elevada recompensa que esto tiene. Cuanto más grande sea el gobierno, mayor será el pastel para repartirse. En 1900, el gasto federal no destinado a la defensa representaba solamente el 1,8% del PBI, mientras que el gasto en defensa ascendía al 1%. En el año 2005, incluso antes de la reciente disparada del gasto producto de la Gran Recesión, el gasto público no destinado a defensa representó el 16% del PBI y el gasto en defensa el 4%. En el período de un siglo, la tajada del gobierno sobre la producción se multiplicó por 7.”

En nuestro país existió un proceso similar. Entre la sanción de la primera Constitución, en 1853, y el estallido de la Primera Guerra Mundial, el gasto público de la administración nacional se mantuvo en un promedio del 8,3% del PBI.

Sin embargo, en 2016 la cifra se elevó al 40% del PBI. Es decir, el gasto del gobierno se multiplicó por 5.

Ahora no se trata solo del tamaño del gasto público. Como explicaba Milton Friedman, los números de gasto e impuestos en comparación con el PBI subestiman la influencia del gobierno porque “intervenciones que tienen efectos considerables sobre la economía pueden suponer un gasto insignificante”. Estas intervenciones son diversas regulaciones, como las tarifas aduaneras, las leyes de salarios mínimos, los controles de precios, los registros para exportar o los permisos municipales.

Lo que tenemos que entender aquí es que cada regulación que introduce el gobierno beneficia a unos y perjudica a otros. Cuando el gobierno impone un precio máximo, a corto plazo está beneficiando al consumidor pero a costa del productor. Cuando impone un salario mínimo, beneficia al empleado pero a costa del empleador.

Advertidos sobre esta situación, la lógica respuesta de los grupos de interés es buscar cooptar a los gobernantes para que regulen en su favor. El lobby es la consecuencia natural del “estado grande” y es la esencia del estado profundo del que venimos hablando.

Los tres elementos del estado profundo

En nuestro país, el estado profundo está compuesto por tres actores principales: los empresarios que no quieren competencia; los sindicatos que se oponen a la productividad; y los políticos que solo miran el corto plazo.

Estos son los tres grupos de poder que constituyen el verdadero Círculo Rojo Argentino. Como puede verse, el gobierno forma parte de este círculo, pero dentro del mismo también están los empresarios corporativistas y las agrupaciones gremiales, que sin ser votados por la gente, se arrogan la representación del pueblo.

A lo largo de la historia, estos tres grupos han manejado los destinos del país con un resultado escandaloso: la eterna decadencia argentina. En mi nuevo libro, Historia Secreta de Argentina, denuncio el accionar del estado profundo, exponiendo a sus principales protagonistas, y detallando los pésimos resultados que obtuvimos.

Argentina tiene que salir de su espiral de crisis permanente. Pero para hacerlo debe, antes que nada, enfrentar al estado profundo que la está carcomiendo.

Publicado originalmente en Inversor Global.

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