La gestión del presidente Mauricio Macri ha navegado entre la necesidad de realizar reformas y cambios aparentemente duros, y el objetivo político de no ser derrotado en las elecciones legislativas de octubre próximo. Hasta ahora se ha privilegiado este último propósito, aceptando un entendido entre los politólogos que un buen resultado en octubre es una condición de supervivencia.
Probablemente esto sea cierto, aunque con una buena elección el oficialismo aun no conseguiría modificar su situación de minoría en ambas cámaras. Pero debe decirse que también es cierto que algunas reformas no se pueden demorar. Por ejemplo la reducción del gasto público y del enorme déficit actual que pone en el horizonte el riesgo de un default. En realidad el abultado déficit fiscal puede generar tres posibles consecuencias según como se lo financie: Si se lo hace con deuda externa, su rápido aumento puede llevar a un default y previamente generará retraso cambiario. Si se financia con deuda interna provocará un aumento de la tasa de interés y recesión. Y si se lo cubriera con emisión monetaria se llegaría a la hiperinflación. Cualquiera de estos extremos tendría gravísimas consecuencias sociales, pero también políticas. Debe aclararse que difícilmente ocurrirían antes de las próximas elecciones, pero al ritmo al que está creciendo la deuda pública la complicación aparecerá antes de la finalización del mandato.
Si no hay un cambio, las alternativas de Macri parecerían ser todas difíciles, Tanto si hace como si no hace. Sin embargo hay otra opción que debe intentarse y que a mi juicio implica más sacrificio presente, pero en beneficio de una salida perdurable y menos dañina. Debe empezarse por explicar a toda la ciudadanía la esencia del problema económico y sus graves riesgos. El default de 2002 y sus consecuencias dramáticas están frescas en la memoria de todos los argentinos. La hiperinflación de 1989 tampoco se ha olvidado. Es fácil explicar el perjuicio de esos episodios, y la gente, cualquiera sea su nivel educativo, no tendría dificultad en entenderlo. El planteo es una cuestión aritmética. Sólo se requiere simplicidad numérica. Esta explicación debió haberse realizado el 10 de diciembre de 2015. También en ese momento tendría que haberse puesto en ejecución un programa de reducción del gasto público basado en un esfuerzo mancomunado y patriótico de todos los argentinos.
La cuestión fiscal no es la única que exige una reforma profunda. Hay muchas otras que exigen cambios de políticas o de actitudes, y que son relevantes para que nuestro país revierta su decadencia. Entre ellas la educación, la justicia, la salud, la seguridad, el combate a la droga y el mantenimiento del orden público. Pero es el descontrol fiscal el que puede llevar a una crisis que potencie la pobreza y el desempleo y que además impida progresar en esos otros frentes. Esa ha sido la experiencia argentina de las últimas décadas. Nuestro país tiene el lamentable récord de ser el que más ha defaulteado en el mundo en los últimos cincuenta años. No debe volver a hacerlo. El daño social es inmenso y la destrucción de la confianza internacional requiere luego un muy largo e incierto periodo de reconstrucción.
La opción válida es la de ganar liderazgo y el apoyo de las mayorías ciudadanas haciendo lo que corresponde y explicándolo bien. Nos referimos no solo al trabajo sobre el gasto público que es justamente lo que se requiere para evitar el default o la hiperinflación. No debe tenerse miedo al mantenimiento de orden público y de la libre circulación frente a los excesos piqueteros. El gobierno debe tener la iniciativa. El supuesto de que no tiene que tomar ninguna medida que pueda irritar al electorado a fin de ganar las elecciones, implica reconocer una de dos cosas o ambas: 1) que el gobierno es incapaz de explicar la realidad; o 2) que las mayorías son incapaces de entenderla.
El liderazgo político debe construirse con sinceridad y sin miedo de exponer la verdad, sincerar las soluciones y hacer respetar la ley. El gabinete de Mauricio Macri debe superar esa suerte de complejo de ser un gobierno de ricos o de “neoliberales”. Si por esta razón dejara de tomar las medidas necesarias para evitar una nueva crisis, estaría perjudicando justamente a los más necesitados. Un buen político debiera percibir la facilidad con que el hombre de la calle advierte la falsedad e hipocresía de un discurso “políticamente correcto” pero insincero. El presidente Macri no debiera postergar las medidas de corrección del desequilibrio fiscal ni continuar permitiendo piquetes y cortes de calles a la espera de octubre. Debe consolidar su liderazgo y su triunfo electoral justamente por explicar la urgente necesidad de sus acciones y por ponerlas en ejecución.