Qué oculta el debate sobre el atraso del dólar

Foto Manuel Solanet
Director de Políticas Públicas en 

En lo que va de 2017, el costo de vida experimentó un alza del 6,3 por ciento, según el Indec, mientras que el dólar cayó el 3,3 por ciento frente al peso argentino. Hay una sensación generalizada de que aumenta el atraso cambiario, que no sólo se refleja en la creciente cantidad de argentinos que cruzan la cordillera para hacer tours de compras en Chile; en los últimos meses, cada vez más contingentes estudiantiles se ven tentados a elegir Brasil o ciertas playas del Caribe como posibles destinos para su viaje de egresados, relegando al clásico Bariloche.

Nadie duda de que el dólar en la Argentina está barato. El poder adquisitivo de un billete con la imagen de George Washington es hoy aproximadamente un 10% menor que a fines de 2016. Y adquirir dólares a 15,50 pesos para viajar al exterior en estos días resulta menos costoso que hacerlo dos años atrás, cuando regía el cepo cambiario. En aquellos tiempos en que Cristina Kirchner gobernaba el país, el dólar que se podía conseguir con la tarjeta de crédito equivalía a unos 13,50 pesos, incluido el impuesto especial. Si se contabiliza la inflación acumulada desde entonces, se advierte que hoy el dólar cuesta menos.

Pero lo que sigue pareciendo una fiesta para quienes están dispuestos a viajar por el mundo se convierte en crecientes lamentos para otros sectores de la economía, como los exportadores, la actividad industrial y las economías regionales. Claro que detrás de las quejas, asociadas al “atraso cambiario”, se esconde su verdadero victimario: el creciente costo argentino, que guarda menos vinculación con el tipo de cambio que con otros graves problemas estructurales de la Argentina.

El auténtico verdugo de los productores nacionales que dicen ser víctimas del dólar bajo no es George Washington, sino el masivo desvío de los recursos que, bajo la forma de impuestos, se dirigen al barril sin fondo de un Estado que soporta un monumental déficit. Quienes pagan impuestos no sólo deben soportar los elevados costos laborales de su propio personal, sino también el sostenimiento de unos veinte millones de argentinos que viven del Estado, dentro de los cuales se encuentra el sobredimensionado número de agentes del sector público nacional, provincial y municipal, y el enorme contingente de beneficiarios de planes sociales. Un Estado que impone una presión impositiva propia de países del primer mundo con servicios de los países más subdesarrollados del planeta. Allí está el verdadero costo argentino.

El economista de la Fundación Libertad y Progreso Manuel Solanet señala que el atraso cambiario tiene actualmente dos componentes: uno es el flujo de dólares que está absorbiendo el Estado a través de su particular esquema de endeudamiento y el otro radica en los dólares que los particulares están vendiendo para especular con las altas tasas de interés que les ofrece el Banco Central en el corto plazo para financiar al Tesoro Nacional. En otras palabras, el retorno de la bicicleta financiera.

José Luis Espert cree que “sin dudas, hay atraso cambiario”. Según el autor del reciente libro La Argentina devorada, así como nadie dudaba de que el dólar estaba barato en diciembre de 2001, “ese dólar, equivalente por entonces a un peso, es igual al de mercado de hoy, de 15,50 pesos”. A su juicio, “la Argentina comenzó con Macri un proceso de endeudamiento externo que seguirá atrasando el tipo de cambio”.

Otro probable problema del atraso del tipo de cambio es que los dólares que obtiene el Estado por la vía del endeudamiento en moneda extranjera no resulten suficientes para paliar un déficit fiscal que, lejos de licuarse, necesitará cada vez más dólares para ser financiado.

¿Qué se puede hacer para modificar esta situación cambiaria en lo inmediato? Casi nada. En las circunstancias actuales, con un fuerte ingreso de divisas como producto del reciente blanqueo de capitales y de las liquidaciones de exportaciones agrícolas, el Banco Central sólo podría evitar la caída real del dólar saliendo a comprar fuertemente divisas. Pero esta estrategia implicaría una mayor emisión monetaria, que sólo podría esterilizar colocando letras a tasas de interés muy elevadas. Se repetiría la historia de la frazada corta.

¿Conviene que el Gobierno abra la economía con ese atraso cambiario? “Es obvio que no. Eso hay que hacerlo si previamente se reduce el gasto público de manera drástica y se devalúa fuertemente”, opina Espert.

¿Conviene, entonces, que el Gobierno devalúe nuestra moneda? “Sólo si está dispuesto a hacer un ajuste fiscal bajando el gasto público nominal y a que el Banco Central deje de financiar al Tesoro”, contesta el economista.

Según Solanet, la única solución puede pasar por una baja del gasto público para avanzar hacia un equilibrio fiscal que permita dejar atrás la política oficial de endeudamiento.

Hoy por hoy, el gobierno nacional no piensa hacer nada para revertir esta tendencia. No quiere ser cuestionado por una licuación de salarios a través de una suba del dólar. Al mismo tiempo, entiende que el atraso de la moneda norteamericana frente al peso ayuda en el corto plazo a contener alzas en los precios, lo cual puede beneficiar electoralmente al oficialismo. La pregunta que muchos se hacen es si se seguirá sosteniendo el mismo criterio una vez transcurridas las elecciones de octubre.

Buscar