Ola progresista y corrupta en América Latina

Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso. Licenciado en Economía por la Universidad Católica Argentina. Es consultor económico y Profesor titular de Economía Aplicada del Master de Economía y Administración de ESEADE, profesor titular de Teoría Macroeconómica del Master de Economía y Administración de CEYCE.

Los sistemas intervencionistas son corruptos por definición. Por eso detestan tanto el libre mercado

No terminó de estallar el escándalo de las coimas que habría autorizado Temer que estalló otro escándalo: Dilma y Lula habrían cobrado U$S 150 millones de coimas para obtener créditos blandos del banco estatal de fomento.

En Argentina, donde la justicia parece ser más lenta que en Brasil, tenemos los casos de López revoleando bolsos en los conventos con dólares provenientes de la obra pública, a Lázaro Báez procesado por corrupción en la obra pública, al igual que Cristina Fernández y hasta la impresentable Hebe de Bonafini. Además, en Salta, Milagro Sala también está procesada por defraudación al estado con fondos público y el listado sigue.

En los últimos 15 años parte de América Latina fue asolada por una ola populista llamada progresismo. Los excelentes precios internacionales de las commodities permitieron que gobiernos llamados progresistas llegaran al poder y se mantuvieran en el mismo gracias a los recursos extras que recibían por los precios de exportación. Argentina, Venezuela, Brasil, Bolivia, Ecuador cayeron en manos de estos gobiernos que, supuestamente, venían a defender a los pobres. Sin embargo sus políticas económicas naufragaron y, en algunos casos, han generado verdaderas crisis humanitarias como es el caso de Venezuela, donde la dictadura chavista es de un salvajismo que hacía rato no se veía en el mundo.

Ahora bien, el denominador común de todos estos casos de corrupción es que en nombre del progresismo los gobiernos intervinieron en la economía ya sea redistribuyendo ingresos, otorgando subsidios, privilegios de todo tipo, regulando, en fin estableciendo un sistema económico donde la firma de un funcionario público decretaba el éxito económico de una persona o sector o bien su muerte. El éxito de una empresa no depende de abastecer bien al consumidor en estos sistemas intervencionistas populistas denominados progresistas, sino que depende del favor del funcionario público. Es el burócrata, en cualquier nivel del estado en que se encuentra, el que con su sello y firma decide quiénes son los ganadores y quiénes son los perdedores del sistema económico.

Por ejemplo, si hay créditos con tasas menores a las de mercado que otorga el estado, es un bocado delicioso para los corruptos de siempre administrar esos fondos. ¿Por qué distribuir bajo algún criterio caprichoso esos escasos créditos subsidiados si finalmente pueden repartirse en base a la coima que le paguen al que tiene que firmar?

Se sabe que en períodos de controles de precios o de importaciones y demás regulaciones, florecen los estudios “económicos” que detrás de un disfraz de profesionalismo, en rigor se dedican a hacer contactos con los funcionarios del caso para lograr sus firmas para autorizar un aumento de precio, una importación o cualquier otro trámite burocrático. Esos “asesores económicos” suelen pasearse por los programas de televisión haciendo declaraciones políticamente correctas para agradar el gobierno de turno y tratando de dar una imagen de profesional equilibrado. Venden un personaje pero en realidad su negocio más rentable es hacer el contacto entre la empresa que necesita un aumento de precios, un subsidios o los que sea y el funcionario que aprueba el privilegio. Las coimas corren por todos lodos en esos sistemas intervencionistas. Hasta ha habido casos de legisladores que lanzaron proyectos de regulación que perjudicaban a algún sector en particular para coimear al sector. ¿Cómo? Pidiendo un precio para retirar el proyecto de ley.

Los sistemas intervencionistas son corruptos por definición. Por eso detestan tanto el libre mercado. Porque donde hay un estado limitado, se reducen notablemente los casos de corrupción por la sencilla razón que el funcionario de turno no tiene la autoridad para declarar ganadores y perdedores. Su firma no tiene ese poder en un gobierno limitado. Por eso los “progresistas” detestan el libre mercado y un gobierno limitado. Les arruina el negocio.

Estos populistas progres que han circulado en los últimos años por gran parte de América Latina, primero endulzaron al pueblo dándole dádivas. Cuantos más pobres, más dádivas y más votos cautivos. Mientras la gente recibía las dádivas y otros compraban el televisor o el celular en cuotas, estos progresistas robaban a cuatro manos. Para ellos el progresismo es un negocio redondo del que pueden hacer fortunas. Ser gobierno significa un gran negocio personal. Llegar a la presidencia de la nación dejó de ser un servicio público para transformarse en una gigantesca máquina de corrupción y de acumular fortunas. Las regulaciones, la obra pública y los fondos destinados a programas sociales son cifras millonarias que aportan una caja de corrupción fenomenal. Ya ni siquiera defienden el intervencionismo estatal y la distribución de burros que son, por el contrario son muy vivos, porque defender el intervencionismo y la distribución del ingreso les ha generado fortunas inimaginables a buena parte de la dirigencia política.

En síntesis, América Latina ha sufrido una oleada de populismo progre no por una cuestión ideológica, sino que esos delincuentes manipularon a pueblos incultos (la falta de educación en los pueblos es otro ingrediente fundamental para que florezca estos sistema corruptos) y vieron la oportunidad de hacerse la América.

La corrupción fue el objetivo de sus campañas políticas. El envoltorio fue el progresismo que vendieron como gente que venía a establecer la justicia social. El resultado pueblos más pobres, oprimidos y países que deberán soportar un largo período recuperación hasta que la gente pueda volver a tener un nivel de vida digno.

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