Por Pablo M. Leclercq
Cuando se generaliza en la sociedad la idea que una institución tradicional como lo son las Fuerzas Armadas de la Nación – Ejército ,Marina y Aeronáutica- emprendieron un genocidio tipificado como delito de lesa humanidad, más allá del significado real y profundo de esos dos significantes y que esa vocación genocida fuera adoptada sin fisuras por lo menos por dos generaciones de argentinos que tomaron la decisión de prestar su servicio bajo las armas de la república, lo menos que le sucedería a cualquier analista serio y respetuoso de nuestra historia y tradiciones, es sorprenderse y tratar de entender ese fenómeno. Máxime cuando el mismo fenómeno se dio simultáneamente en países como Chile, Brasil, Uruguay y otros dando lugar al plan Cóndor para coordinar estrategias defensivas similares, sin que en ninguno de ellos hubieran sido juzgadas sus fuerzas armadas. Pues bien, eso no sucedió en la Argentina. Lo que sucedió fue la exacerbación de esos hechos para ser utilizados en la competencia política.
Alfonsín jugó primero y sacó ventajas cuando el candidato peronista Luder en 1982 intentaba otro camino (I). Menem cerró el ciclo traumático de la guerra con la amnistía y Kirchner, consecuente con su forma de entender la política, viró nuevamente hacia la beligerancia, poniendo la bandera indiscutible de los derechos humanos a su servicio. La vació de su contenido sustancial para usarla como cortina de humo de su pragmatismo financiero por la vía de la corrupción. Se amparaba en que había sido la izquierda la que veía la necesidad del dinero para enfrentar la lucha contra el poder del dinero. Esto se lo hemos escuchado decir a Kirchner.
No entraremos en el análisis y en la crítica de los métodos adoptados por las fuerzas armadas que adujeron la influencia de doctrinas francesas y norteamericanas para aniquilar al terrorismo insurreccional adiestrado desde afuera, según rezaba el decreto del gobierno democrático que las instruía y que la sociedad argentina tácitamente les encomendaba. Es una tarea que excede los alcances de este artículo. Sin pretender entrar en la teoría de la guerra que se estudia en la mayoría de la escuelas de guerra del mundo desarrollado incluyendo en la nuestra, no podemos aceptar prima facie que todos nuestros militares, masivamente prescindieron de ese conocimiento intelectual que como se sabe comprende el pensamiento militar, la teoría de la guerra y la doctrina militar en permanente evolución y que ningún Presidente argentino puede desconocer en su condición de Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas. Esta evolución del pensamiento militar no se improvisa y hoy está en una etapa plena de novedades frente a las nuevas formas de la guerra.
Aceptada esta conceptualización se debe admitir que abordar el pensamiento militar exige de un conocimiento histórico y técnico del mismo que no puede soslayarse ni substituirse livianamente. No existe un pensamiento militar por generación espontánea ni sin antecedente alguno, por lo que el aprendizaje del pensamiento militar es necesario a la creación y desarrollo de nuevas etapas de ese mismo pensamiento en consonancia con las nuevas formas de la guerra. Está en la esencia de la profesión militar la conservación y potenciación de ese desarrollo y está en la Política conducirlo.
Es en razón de esa importancia que se estudia el pensamiento militar en la Escuela Superior de Guerra de donde se desprende la doctrina que el General Perón, con toda seguridad no solamente conocía a la perfección, sino que la manuscribió como instrucción – “el exterminio uno a uno hasta el último de los guerrilleros”– en una carta a los altos mandos en ocasión del ataque al regimiento de tanques de Azul donde fue tomado prisionero el teniente Ibarzábal y torturado durante un año hasta que murió. Ambos bandos de una guerra sin frentes de batalla jugaron a la estrategia del quiebre moral del enemigo ubicuo, haciendo uso de la tortura y la desaparición de personas. La teoría de que un conjunto de loquitos quisieron imponer un modelo económico mediante el terror ofende la inteligencia de los argentinos.
La hipocresía juega un rol en las relaciones sociales y en la política. Una amnistía general sería el único camino a un amplio proceso de reconocimiento de todas las culpas y responsabilidades, además del escenario indispensable para saber lo que de otra manera no se sabrá. Ante todo las responsabilidades políticas. Sólo en ese marco podrá debatirse la pertinencia de determinadas doctrinas o métodos militares para vencer en la guerra que pertenece al ámbito de las relaciones políticas. La alternativa es el interminable riesgo de la venganza contra la venganza. Esa película la historia de los hombres la tiene vista repetidamente.
——————————–
(I) Mi Libro “Será Macri? Pag. 282