Por Ingeniero Castor López – Presidente Fundación Pensar Santiago.
El análisis comparado de las evoluciones en el largo plazo de Argentina y Australia es ya un clásico histórico en los ámbitos académicos. Probablemente se deba a la común condición de ambas naciones de pertenecer al grupo de los llamados “países afortunados”, en los términos de su disponibilidad de vastas superficies territoriales (de característica continental Australia con 7,7 millones de km2 y Argentina con 2,8 millones de km2), ambos con bajas poblaciones relativas (solo casi 24 millones de habitantes en Australia y poco más de 43 millones de personas en Argentina), con importantes recursos naturales, agropecuarios y minerales.
Pero, también son grandes países y con inmensos recursos naturales Brasil, China, los EEUU, Rusia, India, Canadá, la Republica Democrática del Congo e incluso Indonesia. Ahora bien, cuando la consideración del valor presente, y del potencial futuro, de los recursos naturales se efectúa por habitante, emergen muy claramente como líderes globales Argentina y Australia, junto a Canadá, en el contexto mundial. Ambos países están ubicados, geopolíticamente, en los denominados “confines del mundo”, si bien ahora Australia, cercana al Sudeste asiático, esta muy influenciada por el dinamismo económico de China. Incluso, los orígenes de ambos países son consecuencia de la colonización europea, si bien de reinos distintos.
En nuestro caso, colonizado desde mediados del siglo XVI por el reino de España. En el caso de Australia, poblado recién desde fines del siglo XVIII por excedentes de prisioneros de la corona británica, junto a colonos ingleses, escoceses e irlandeses. Apenas independizada aquella Argentina en 1820, las estimaciones económicas históricas del investigador Angus Madison indicarían que nuestro PIB de entonces podría haber sido más de 4 veces superior al del continente que luego sería Australia. Pero, como su población, de más de 700.000 habitantes, era el doble de la de Australia, el PIB per capita argentino duplicaba al australiano. Ambas eran regiones marginales de los respectivos imperios de España y Gran Bretaña, de poca significación económica, pero de una relativa importancia estratégica.
Desde esa referencia inicial se podrían fijar los sucesivos análisis comparados de sus trayectorias, en tramos del orden de los 50 años. Nuestro país se sumergió, desde entonces y hasta 1870, atravesando inclusive la institucionalidad política de 1853, en continuas guerras internas, e incluso externas, en lo que podría denominarse nuestra “propia Edad Media”. Aquella prolongada ausencia de paz interior resultó muy gravosa para nuestro desempeño económico. En 1870 nuestro PIB era sólo la mitad del de Australia que, además de no haber tenido graves conflictos armados internos, había aprovechado muchos de los derivados tecnológicos de la primera revolución industrial inglesa para progresar y, como ambos países disponían por entonces de poblaciones similares, del orden de los 1,8 millones de habitantes, ahora nuestro PIB por habitante, de haber sido el doble del de Australia medio siglo antes, pasó a resultar la mitad.
Con la integración política de la provincia de Buenos Aires a la Republica en 1870, las importantes corrientes de laboriosos inmigrantes italianos y españoles, la incorporación de grandes superficies de tierras de la fértil región central, llamada “Pampa húmeda”, la simultánea aplicación de los capitales ingleses a la infraestructura ferroviaria y en las primeras plantas fabriles y puertos, la Argentina ingresa en una inédita fase de crecimiento económico, aprovechando plenamente su ubicación en el océano atlántico y compensa, con un relevante “boom agropecuario” y de exportaciones, la anterior desaceleración relativa con Australia y en 1930 su PIB supera los 50.000 millones de dólares anuales actuales. La población alcanza a los 12 millones de habitantes, duplicando nuevamente a la australiana y los PIB per capita de ambos países se equiparan en el orden de unos actuales 4.500 dólares por año.
Con la crisis global, derivada del “crack” del año 1929 de la bolsa de Nueva York, el mundo cambia abruptamente. La economía mundial entra en una profunda crisis. Pese a ello, ambos países se recuperan y siguen creciendo, pero sin la anterior dinámica. La elevada inestabilidad política de Argentina hace que nuevamente, como había ocurrido unos cien años antes, se inicie un periodo en el que el crecimiento económico de Australia resultase mayor, equiparándose relativamente ambos PIB por encima de los 200.000 millones de dólares actuales en 1980. La población argentina alcanzaba a los 28 millones de habitantes, continuaba duplicando a la de Australia pero, como consecuencia de haber crecido menos, el PIB per capita argentino volvía a ser la mitad del australiano en el año 1980.
Pero es la historia más reciente la que marca la mayor divergencia entre nuestro país y Australia. Durante la década de los años 80′, ambos países enfrentan nuevamente un contexto externo sumamente negativo, pero Argentina está mucho menos preparada por los graves problemas políticos, sociales y económicos de la anterior década de los años 70′ y eso se refleja en su escaso nivel de crecimiento. Nuestro país efectúa un tremendo “stop” de su economía. Solo a partir de los primeros años de la década de los 90′ ambos países retoman un sendero de desarrollo, pero Australia acelera mucho más su crecimiento, aprovechando plenamente su cercanía y vinculación con los dinámicos mercados del Sudeste asiático. Desde entonces hasta nuestros días, solo duplicamos, en términos económicos reales, el producto anual de nuestra economía.
Por el contrario, desde 1990 Australia multiplicó, al menos por cinco, también en términos económicos reales, su PIB. El ingreso per capita actual de una persona australiana es cuatro veces mayor al de un argentino. Las causas son, indudablemente, múltiples. Pero hay una que merece nuestra especial atención. A mediados de los años 80′ Australia había llegado casi al +20% de inflación anual y su situación era muy complicada. En los años 90′ creo la “Comision de la productividad” que, si bien tenía muchos antecedentes de instituciones similares, la inédita condición de gozar de una real independencia del gobierno, mediante ley, habría resultado crucial para que el país ponga rumbo a 25 años de crecimiento continuo a una tasa promedio del +3% anual.
El concepto central que guió su creación fue el largo plazo, en el que para el desarrollo de una nación, nada cuenta más que su productividad. Esto es, la capacidad conjunta de una sociedad de crear la mayor producción de bienes y servicios posible y distribuirla con equidad, como un mandato prioritario a un estado que debía siempre preservar los incentivos a la eficiencia productiva, más aún cuando son los fondos públicos los que están en juego. Lo complejo de la situación de Australia se refleja en un informe de los años 80′ que señalaba que “la economía australiana es tan ineficiente que un trabajador medio tomaba más decisiones y más complejas conduciéndose hacia su trabajo que en su propia labor”.
Las cuatro reformas claves fueron: 1) una renovada y mayor relación con el mundo, 2) una profunda reforma del sector financiero, 3) una moderna reforma laboral y 4) el compromiso de una continuidad de leyes que promuevan, gradual y permanentemente, la productividad nacional, como una herramienta continúa de una mayor eficiencia y equidad para el conjunto social de la sociedad. Quizás una visión que resume la dimensión del cambio de rumbo que produjo la Comisión de Productividad australiana es que, en ambos países la educación es obligatoria y gratuita, pero en Australia, por eso mismo, entienden que debe ser excelente y muy exigente.