Con motivo del desalojo de la planta de Pepsico en el municipio de Vicente López, el periodista Eduardo Aliverti se rasgó las vestiduras en el diario kirchnerista “Página 12” diciendo que siente “asco y tristeza” al ver cómo el gobierno de Macri decide “reprimir” a trabajadores que quedan desempleados para satisfacer a un supuesto electorado desalmado.
Para Aliverti la situación es simple. La película está protagonizada por buenos y malos. Héroes y villanos. De un lado están los trabajadores y del otro un gobierno cínico que hace que las fábricas y empresas cierren, para luego enviar a reprimir a los que perdieron sus fuentes laborales, y así satisfacer a un supuesto electorado derechista que disfruta, cual espectáculo, la represión policial.
Más allá de lo infantil del argumento, que no calificaría ni para guión de Hollywood, lo cierto es que gran parte de la “intelectualidad” argentina tiene los mismos vicios conceptuales que también sufre la clase política.
Toda esta creencia parte de la torpeza intelectual de creer que el trabajo es un “derecho”. No importa el capital invertido en una economía, no importa si es rentable un negocio, para estos adolescentes conceptuales eternos, si la ley dice que el trabajo es un derecho, existe el derecho a trabajar. Por lo tanto si una empresa cierra sus puertas, es válido tomarla y protestar hasta que se restablezcan las fuentes laborales. El que se niegue a esta posibilidad es un mal nacido que prefiere que existan pobres que no puedan mantener a su familia.
“Las imágenes del brutal desalojo en la planta de PepsiCo generan una sensación fluctuante entre el asco y la tristeza. Lo primero atraviesa a cualquiera que se anime a tener honestidad intelectual consigo mismo, aún cuando haya votado a este gobierno o exprese ciertas expectativas de mejora. Tamaña prepotencia de fuerza armada sobre un grupo de trabajadores que pacíficamente defendían su fuente laboral debe conmover de esa forma. Con el asco”, manifiesta Aliverti en su columna de hoy.
Lo paradójico de los que sienten “asco y tristeza” ante estas circunstancias es que son los primeros responsables por estas difíciles situaciones.
Más allá de lo cuestionable de estas tomas y de la utilización política por parte del kirchnerismo y la izquierda, lo cierto es que quedarse sin empleo en Argentina es prácticamente una tragedia.
El mercado laboral es tan rígido, producto de la legislación inspirada en el “derecho a trabajar”, que conseguir un trabajo pasando los cuarenta es realmente complicado y los salarios miserables dificultan llevar una vida con tranquilidad y dignidad. El modelo de sustitución de importaciones que brinda productos malos y caros completa el panorama desalentador de los trabajadores argentinos.
Pero para solucionar esta problemática hay que hacer una serie de cosas que los que comparten el pensamiento de Aliverti jamás aceptarían:
Desregular el mercado laboral
Pensar que una apertura pueda hacer que se pierdan algunos empleos actuales imposibilita que en el futuro se generen millones de puestos de trabajo basados en la productividad. Cuando el despido es caro, prohibitivo y problemático, lo primero que se perjudica es la toma de nuevos empleos.
Abrir la economía
Terminar con el privilegio de empresarios subsidiados o arancelados permitirá tener bienes mejores y más baratos en la economía doméstica, mientras que el capital invertido irá hacia los sectores más productivos mejorando los salarios y la creación de empleo.
Verdadera honestidad intelectual y análisis económico
Comprender y aceptar que el sector privado es el que financia al sector público y por lo tanto siempre tiene que ser más grande. Asumir que la consigna peronista de “combatir al capital”, como indica la marcha partidaria, es combatir al crecimiento y desarrollo de un país. Pero sobre todas las cosas hay que reconocer finalmente que son dos cosas distintas “el derecho a poder trabajar” que “el derecho al trabajo”. Si nos basamos en la primera idea nos espera un futuro prometedor. Continuar con la segunda es la garantía de la continuidad de la decadencia.