El populismo es el germen de la tiranía

Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso. Licenciado en Economía por la Universidad Católica Argentina. Es consultor económico y Profesor titular de Economía Aplicada del Master de Economía y Administración de ESEADE, profesor titular de Teoría Macroeconómica del Master de Economía y Administración de CEYCE.

Para el populista es importante destruir el concepto de gobierno limitado e instalar la idea que el voto mayoritario da derecho a violar los derechos individuales de sectores minoritarios

Voy a empezar esta nota con una frase que va a escandalizar a más de uno: el endiosamiento del voto ha destruido la república y los derechos individuales, llevando a los países a la pobreza y la tiranía.

¿Por qué semejante frase? Es que los políticos, periodistas e “intelectuales” de izquierda han tomado el cuidado de resaltar la palabra democracia y ponerla por encima de la república. Al mismo tiempo, para ellos democracia significa que el que más votos tiene recibe el poder para hacer lo que quiere. Recuerdo a Cristina Fernández diciendo en 2008, cuando se produjo la crisis con el campo, que a pesar de tener el 45% de los votos, iba a mandar el proyecto de la 125 al Congreso como si su decisión fuera un favor que su graciosa majestad le otorgaba a los plebeyos en vez de un mandato constitucional.

Como he dicho en otras oportunidades, la democracia se ha transformado en una competencia populista, es decir, teniendo en cuenta que el poder se consigue no por la fuerza de las armas como hacían los antiguos reyes, sino por la cantidad de votos, el truco para ganar la competencia populista consiste en obtener la mayor cantidad de votos. Para eso lo primero que hacen los populistas es dividir a la sociedad (lo que hoy se conoce como grieta) y convencen a la gente que unos son pobres porque otros son ricos, por lo tanto, si lo votan al político populista, él hará justicia quitándole a los ricos para darle a los pobres.

En términos económicos el político populista trata de maximizar la cantidad de votos que va a recibir con un costo menor de los votos que va a perder por prometer aumentarle la carga tributaria a un sector reducido de la sociedad. Esquilman a un 20% de los votantes para repartir el fruto del robo legalizado entre el 80% de los que reciben los recursos del robo legalizado.

La cuenta que hacen es: ¿cuánto me cuesta en pérdida de votos aumentarle la carga tributaria a un sector de la población y cuántos votos gano repartiendo el dinero ajeno? ¿A qué sector de la población puedo expoliar perdiendo pocos votos para financiar mi política populista y repartir ese dinero ajeno entre una mayoría amplia?

Por eso es importante para el populista destruir el concepto de gobierno limitado e instalar la idea que el voto mayoritario da derecho a violar los derechos individuales de sectores minoritarios. Si tengo más votos no tengo límites, y si el Congreso o el Judicial me ponen límites entonces los otros poderes se están levantando contra la voluntad popular que es “sagrada”.

La realidad es que en una república la voluntad popular no es sagrada. Una mayoría circunstancial no tiene derecho a violar los derechos individuales de una minoría, por más minoritaria que sea esa minoría. En una sociedad libre, el voto solo sirve para elegir a un administrador que temporariamente manejará la cosa pública pero con poderes limitados, entendiendo por poderes limitados que el monopolio de la fuerza que se le otorga no puede ser utilizado para violar los derechos a la vida, la libertad y la propiedad. Por eso los populistas son enemigos de una sociedad libre. Porque el poder limitado les impediría explotar a un sector de la sociedad en beneficio de un grupo más amplio que le aporte un mayor caudal de votos. Lo primero que tiene que hacer el populista es romper el concepto de límite al gobierno para poder usar el monopolio de la fuerza y violar derechos individuales expoliando a aquellos que le van a financiar su permanencia en el poder, que no son otros que los contribuyentes. El primer paso es generar lo que hoy se llama grieta: decir que determinado sector de la sociedad (el sector al que se lo va a explotar impositivamente) es el culpable de que otros sean pobres. Con eso se crea el clima para iniciar la expoliación y justificar el uso del monopolio de la fuerza para violar los derechos de terceros. Una vez abierta la puerta que permite usar el monopolio de la fuerza para violar los derechos individuales en nombre del bien común, ya no hay límites para el populista que termina transformándose en tirano. Al comienzo la gente lo aplaude, pero a medida que van desapareciendo las inversiones, cae la producción, escasean los bienes y servicios a los que puede acceder la población y aumentan sus precios por el déficit fiscal debido mayor gasto público producto de la redistribución del ingreso, entonces el populista redobla sus críticas a los supuestos conspiradores y aumenta el enfrentamiento. El camino que elige es decir que las cosas andan mal porque hay sectores que conspiran contra el modelo. Sectores ocultos que busca perjudicar a pueblo trabajador. Con esto justifican el aumento del uso de la fuerza para violar los derechos individuales, incrementan la presión impositiva, estableciendo controles, regulaciones, etc. El estado va adquiriendo un mayor control sobre la vida de los habitantes para, supuestamente, defenderlos de los enemigos.

Como el sector expoliado se va achicando porque huyen las inversiones, para sostenerse en el poder, el populista tiene que aplicar impuestos a sectores que antes no pagaban. Va ampliando el campo de expoliación impositiva hasta que llega un punto en que buena parte de la población siente el efecto del populismo y el balance de votos ganados y votos perdidos empieza a diluirse.

Cuando la crisis económica llega a límites insospechados y la gente ya no tolera más la situación puede ser tarde y queda presa del populista que se transformó en tirano. Pasó con el Perón de los 40 y 50, con Chávez y Maduro y aquí no ocurrió porque la gente reaccionó a tiempo y le puso un límite al vamos por todo que no era otra cosa que establecer una tiranía. El tirano, que empieza como un simple populista, nunca anticipa su objetivo final de tiranía. No lo hizo Fidel Castro, ni Perón, ni Chávez, ni tantos otros tiranos.

Lo cierto es que ese populismo inofensivo va avanzando hasta generar pobreza, violar crecientemente los derechos individuales y finalizar destruyendo el sistema republicano para establecer una tiranía. El ejemplo chavista con Maduro ahora a la cabeza es el ejemplo categórico al respecto.

En síntesis, a la tiranía se llega con un primer paso: cuando el político enfrenta a un sector de la sociedad con otro sector de la sociedad. Acusa a unos de ser responsables de la pobreza de los otros. El segundo paso es poner la mayoría de los votos por encima de los derechos individuales. El que más votos tiene puede hacer lo que quiere. Es como si la sociedad eligiera a sus propios tiranos. El tercer paso es expoliar a determinados sectores productivos para financiar la “compra” votos vía el gasto público. Y el último paso es llevar al extremo la violación de los derechos de los derechos individuales. Para eso tiene que destruir la república y establecer una tiranía. Y de las tiranías solo se sale cuando los pueblos se levantan contra el tirano.

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