Magister en Estudios Internacionales UTDT (Universidad Torcuato Di Tella) y colaborador de Libertad y Progreso.
De no ocurrir ninguna catástrofe, las elecciones alemanas del próximo 24 de septiembre consagrarán nuevamente a Angela Merkel como Canciller Federal. Con una ventaja cercana a los 15 puntos en las encuestas frente a su inmediato perseguidor –Martin Schulz, del alicaído Partido Socialdemócrata-, el camino parece allanado para la actual mandataria.
Luego de 12 años al frente del gobierno de la mayor potencia europea, Merkel se encuentra en el apogeo de su carrera pública. Indudablemente, existen muchas razones por las cuales podríamos afirmar que se trata de un suceso por demás extraño para los estándares políticos modernos. Entre otras cosas, cabría mencionar el hecho inusual de que un gobernante sea capaz de permanecer en su cargo durante más de una década sin ver disminuida su popularidad. O –todavía más- el de que esa misma persona tenga el suficiente respaldo interno como para acrecentar su poder aun cuando el mundo se fagocita en medio de innumerables crisis. ¿Qué se puede decir entonces, a partir de este diagnóstico, acerca del fenómeno Merkel?
Comenzando por la dimensión más simbólica, lo primero que habría que apuntar es que el estilo de gobierno de la Canciller alemana es mucho más flexible de lo que sugiere su imagen mediática. Haciendo gala de un notable olfato político, Merkel ha demostrado una envidiable capacidad para adaptar sus decisiones a las vicisitudes de la realidad doméstica e internacional.
En ese sentido, es probable que Angela Merkel sea la figura política que mejor entiende las complejidades conceptuales y empíricas del siglo XXI. En un mundo en el que las relaciones entre los gobiernos y sus ciudadanos se encuentran atravesadas por profundas transformaciones, la Canciller ha sabido consustanciarse con las aspiraciones normativas de su propia sociedad sin dejar de lado los requerimientos de la política práctica. Tales circunstancias quizás hayan encontrado su expresión más nítida en la cuestión de los refugiados, pero también con respecto a los temas más delicados de la agenda internacional, como por ejemplo, las sanciones a Rusia o la intervención de la OTAN en Afganistán. En todas esas situaciones Merkel ha exhibido un apreciable timing para promover iniciativas audaces así como para propiciar un cambio de rumbo cuando las necesidades lo exigían.
Por supuesto, otro de los elementos que no deben soslayarse cuando se habla de Alemania es la fortaleza de su modelo económico. Sostenido por un extraordinario impulso exportador, la economía germana pudo escapar de las tendencias desindustrializadoras que pusieron en jaque la cohesión social de los países más desarrollados y que favorecieron el ascenso de liderazgos críticos de la globalización. En este punto, la reorientación geopolítica hacia el Este fue altamente beneficiosa para reducir los costos laborales y asegurar nuevos mercados para los productos alemanes.
Párrafo aparte para la Argentina. Si bien la relación con Alemania fue tradicionalmente amistosa, los recurrentes descalabros económicos a los que fue expuesto nuestro país dinamitaron la posibilidad de un intercambio más sustantivo. Unido a ello, la existencia de concepciones ideográficas antagónicas entre los gobiernos de ambos países durante los últimos años agrietó todavía más un vínculo que ya venía maltrecho luego del default de 2001. No obstante, parece evidente que Merkel encuentra muchos más puntos de convergencia con Macri que los que tenía con Cristina Fernández.
En efecto, tanto Merkel como Macri comparten una visión optimista frente a la globalización y destacan el valor de las instituciones como eje moderador de la gobernanza global. A nivel partidario, la Unión Demócrata Cristiana alemana y el PRO mantienen estrechos lazos de colaboración institucional incluso desde antes de que Macri accediera a la Jefatura de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires. En lo económico, los dos mandatarios declaran un compromiso medianamente creíble –al menos por parte de Merkel- hacia el libre mercado y se manifiestan a favor de profundizar los vínculos comerciales entre la Unión Europea y el Mercosur. Aunque el modelo de integración europeo haya perdido su encanto y el vínculo Norte-Sur ya no domine la dinámica de las relaciones internacionales, Alemania continúa siendo un país muy importante para la Argentina. Sobre la base de esta realidad, es necesario que los esfuerzos del gobierno de Cambiemos por impulsar las relaciones con el Estado germánico no se diluyan en la habitual retórica que domina la política exterior, sino que representen avances concretos dirigidos a lograr una inserción internacional más asertiva.