El asistencialismo no ayuda a poner de pie a un pueblo

Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago. Rector de la Universidad del CEMA. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Consejero Académico de Libertad y Progreso.

CRONISTA COMERCIAL – El Padre Pedro Opeka, responsable del título de esta columna, es un argentino propuesto varias veces al Premio Nobel de la Paz por su incansable trabajo con los pobres en Madagascar, uno de los países más subsumidos en la pobreza. En base a su larga experiencia, sostiene que: “no debemos asistir, porque cuando lo hacemos, disminuyendo a la gente, los convertimos en dependientes, casi en esclavos de nosotros. Y Dios no vino al mundo para hacernos esclavos sino para liberarnos, ponernos de pie. Tenemos que trabajar. Hay que combatir ese asistencialismo. El problema en muchos países, incluyendo Argentina, es que los dirigentes políticos se encargan de hacerles creer que el Estado les va a resolver todos los problemas”.Ayuda a los pobres de verdad

A su llegada a Madagascar el Padre Opeka vio a chicos descalzos viviendo en un basurero y decidió ayudarlos a tener una vida digna. Con la colaboración de jóvenes del lugar, levantó casillas precarias que luego fueron reemplazadas por casas de ladrillos de dos pisos, y les enseñó a vivir con lo que ellos producían. Los grupos de casas fueron creando una ciudad levantada donde estaba el basurero, Akamasoa.

He tenido el privilegio, a través de un intercambio epistolar, de conocer la obra en sus propias palabras. Comparto aquí mi síntesis de su relato:

“No tengo fórmulas mágicas, ni frases hechas para citar cuando hablo sobre el trabajo humanitario y de desarrollo en Akamasoa. Había que reaccionar rápidamente y crear la confianza con el pueblo, que ha sufrido tanto y fue tantas veces defraudado y engañado por sus dirigentes, y también por proyectos humanitarios sin futuro”. “Compartiendo la vida dura de este pueblo de un basurero, viendo mi modo de vivir, de acercarme a ellos respetando sus tradiciones, y queriendo que sus hijos concurran a la escuela, puedan alimentarse y curarse, se han convencido a seguirme en esta lucha cotidiana. Con el pueblo de Akamasoa nos hemos puesto a dialogar y hemos hecho leyes internas, que fueron aceptadas por la mayoría de la población a mano alzada”.

“Cada vez que salgo a la calle o a visitar a las familias, la gente me pide trabajo, lo cual es un buen signo. Ya nadie más me pide dinero, sino trabajo. Aquí nuestra gente ha comprendido que sólo con el trabajo, y la escolarización de los niños y jóvenes, saldremos de la pobreza”.

“Puse las cartas sobre la mesa y les dije: si debo asistirles me voy ya de Madagascar, porque los amo. El asistencialismo nunca ayudó a poner de pie a un pueblo, más bien lo puso de rodillas y los subyugó a la clase política que se aprovechó de ellos”.

Las palabras de Opeka hablan por sí solas. Trasladándolas a nuestra realidad, ¿no es razonable exigirle a todo beneficiario de un plan social que concurra a una escuela de adultos técnica o que tome cursos de entrenamiento profesional en un amplio menú de actividades productivas, como requisito para cobrar la asignación? ¿Cuántos menos argentinos dependerían del Estado si se implementase esta propuesta? No hay duda que muchos menos.

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