Magister en Estudios Internacionales UTDT (Universidad Torcuato Di Tella) y colaborador de Libertad y Progreso.
Los libros de historia que se escriban de aquí en adelante dirán que Angela Merkel obtuvo el pasado domingo un triunfo que revalida su indiscutible liderazgo en Alemania, Europa y probablemente también en Occidente. Luego de haberse impuesto cómodamente sobre el Partido Socialdemócrata (SPD), el partido de la Canciller –la aparentemente imbatible Unión Demócrata Cristiana (CDU)- deberá ahora entablar negociaciones con el resto de las fuerzas políticas para definir el horizonte de los próximos cuatro años.
Descartada una alianza con los poscomunistas de Die Linke y con la euroescéptica Alternativa para Alemania (AfD), a la CDU y sus aliados bávaros de la CSU les quedan dos opciones: reeditar la vigente coalición con el SPD o pautar una asociación con los liberales del FDP y el Partido Verde. Aunque la primera opción luce poco atractiva tanto para los partidarios de la CDU –que preferirían reestablecer su tradicional maridaje con el FDP- como para las bases socialdemócratas –cansadas de ser las convidadas de piedra en la llamada “Gran Coalición”-, es evidente que el camino hacia una nueva fórmula de gobierno no estará exento de dificultades. Por lo pronto, con los ecologistas dispuestos a repetir a nivel federal una concertación que ya cuenta con antecedentes exitosos en Baden-Württemberg y Hessen, queda claro que el principal desafío para la CDU vendrá por el lado del liberalismo.
En los papeles, una eventual asociación “burguesa” entre la CDU-CSU y los liberales ayudaría a lograr una mayor cohesión “ideológica” al interior del gobierno. Pero, como es sabido, la ideología es más un espejismo racionalizado que otra cosa, sobre todo tratándose de Merkel y su innegable talento para acomodarse en forma oportuna a cada situación. A la hora de gobernar, resulta fácil admitir que las cuestiones prácticas son las que cargan con mayor consideración.
En efecto, si la balanza se inclina hacia el FDP, es posible prever que su líder, el carismático Christian Lindner, no se contentará con el puesto de Ministro de Relaciones Exteriores que tradicionalmente le es ofrecido al socio menor de la coalición, sino que buscará ir más allá y ejercerá presión para hacerse cargo del Ministerio de Finanzas, actualmente dirigido por el eficaz Wolfgang Schäuble. Por supuesto, no se tratará de una empresa fácil: Schäuble acumula una dilatada trayectoria en los primeros planos de la política alemana y es desde hace varios años la figura pública más popular entre el electorado luego de la Canciller. En calidad de responsable de las finanzas estatales, fue el artífice de la política de austeridad que Alemania impuso a sus vecinos, llegando incluso a sugerir que la vía más rápida para resolver la crisis económica consistía en que Grecia abandonara el euro.
Precisamente, es en el bloque comunitario donde reside el quid de la cuestión (o mejor dicho el Schwerpunkt, en buen alemán). Y es que, pese a concebirse a sí mismo como el partido con mayor conciencia europea dentro del espectro político germano, el FDP ha sido bastante crítico de la política implementada por el gobierno de Merkel en relación a los países mediterráneos. El mismo Lindner declaró la semana pasada que la salida de Grecia de la eurozona sería una bendición para Alemania. Sin embargo, de sustituir a Schäuble, Lindner tendría que enfrentarse a una realidad que se esmera en contradecir sus objetivos, más todavía en un contexto en el que se empieza a hablar de concesiones en materia de reglas fiscales y mutualización de la deuda. Con Macron en el medio -y seguramente también con cierta reticencia de parte de la propia Canciller, quien es la que manda en la Unión Europea después de todo- el panorama para el FDP estaría plagado de obstáculos.
Tampoco parece sencillo homogeneizar posiciones respecto a la espinosa problemática planteada por la ola de refugiados. Merkel ha dicho en varias oportunidades que la política aperturista aplicada en los últimos años constituye uno de los aciertos más encomiables de su administración. No obstante, Lindner no se abstuvo de lanzar duras críticas hacia la Canciller cuando se le consultó acerca de la política migratoria y se mostró a favor de que los refugiados que no tengan derecho de asilo sean expulsados “lo más rápido posible”.
En este marco, sería lógico pensar que, en caso de sellar finalmente un acuerdo de gobierno con la CDU, el liberalismo de barricada de Lindner tendría pocas chances de torcer el rumbo de la política alemana. A fin de cuentas, si hay algo que se puede apreciar después de 12 años de gobierno con la CDU a la cabeza, es que en Alemania nadie es imprescindible. Salvo Merkel. Y la CDU. Por ahora.