Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
Al contrario de lo que se cree, la delicada situación social no debería frenar los cambios, sino acelerarlos.
La semana pasada estuve en el XII Foro Económico y de Negocios organizado por Thomson Reuters.
En uno de los primeros paneles, el experto en finanzas y Gerente de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, Claudio Zuchovicki, invocó una interesante analogía para describir la situación del país.
Nos invitó a imaginar a una persona que tenía un ataque al corazón y que era intervenida de urgencia por un equipo médico. Los especialistas, gracias a su talento y dedicación, lograban salvarle la vida, por lo cual el paciente podía volver a su hogar.
La reflexión de Claudio fue la siguiente:
Los médicos lograron salvarle la vida y el paciente superó el ataque. Buena noticia, pero ahora comienza lo más difícil. Es que el paciente cardíaco tiene que cambiar su estilo de vida para que esto no le vuelva a suceder.
La analogía es perfecta para describir la situación económica de la Argentina. Después de casi estrellarnos contra un iceberg por culpa de un populismo irracional, la economía vuelve a crecer y baja la inflación…
Ahora la pregunta es: ¿cómo evitar volver a tropezar con las mismas piedras del pasado?
Aquí las aguas se dividen. Algunos pedimos políticas estructurales que reduzcan el peso del estado en la economía, recortando gastos, eliminando regulaciones y abriéndonos al comercio internacional.
Otros son más escépticos y, si bien pueden coincidir con el norte al cual apuntar, discrepan en cuanto a la velocidad de implementación de los cambios. A menudo, dentro de este grupo, se escucha el siguiente razonamiento:
Es cierto que el gobierno debe hacer dichos cambios, pero con el 30% de la población por debajo de la línea de pobreza, eso no se puede.
¿Es esto así? ¿Es que la situación de pobreza en la cual está sumida la Argentina impide que se realicen reformas profundas? ¿O, en realidad, lo que indica es que esos cambios son más necesarios que nunca?
Un primer dato alentador
Antes de dar respuesta a la pregunta, cabe mencionar algunos datos que se conocieron recientemente sobre la pobreza en Argentina. De acuerdo con las últimas estadísticas del INDEC, la cantidad de personas consideradas pobres por sus ingresos ascendieron a 7,8 millones en el primer semestre del año.
Si se comparan estos datos con los del semestre inmediato anterior, se observa que cerca de 480.000 personas abandonaron la pobreza en la primera mitad de 2017.
El fin del populismo cristinista había implicado un salto en estos registros, ya que la liberación de algunos precios dejó al descubierto una situación social que había logrado mantenerse “debajo de la alfombra”. Ahora con las pocas medidas liberalizadoras que se encararon, la economía comenzó a crecer y los mayores salarios contribuyeron a mejorar la situación económica de los más vulnerables.
Es decir, si las pocas medidas de liberalización económica (como el fin del cepo, la eliminación de retenciones y la reducción de la inflación), ya están dando resultados positivos: ¿por qué tomar más de ellas será nocivo para los pobres?
La pobreza es culpa del populismo
Volviendo a la pregunta inicial, es totalmente erróneo pensar que, porque la situación social es delicada, no se pueden tomar medidas de fondo para encauzar el crecimiento del país.
Es que lo que tenemos que entender es que la pobreza en Argentina es 100% producto del intervencionismoestatal populista. Desde 1975 que el país atraviesa, cada 5 o 10 años, una crisis derivada del exceso de gasto público. A veces la crisis es hiperinflacionaria, otra es un default de la deuda pública. Pero el resultado es siempre el mismo: la pobreza salta y luego no vuelve a su nivel inicial.
A las crisis cíclicas se suman una carga fiscal insoportable, que desincentiva el empleo y la producción, y unas leyes laborales que generan mafias enquistadas en el poder por décadas.
En dichas condiciones, invertir en Argentina se convierte en un verdadero deporte de riesgo. Y el problema es que sin inversión, no hay crecimiento económico, y sin crecimiento económico no se baja la pobreza.
La preocupante situación social en Argentina es resultado de décadas de políticas económicas erradas, marcadas por el populismo fiscal, el intervencionismo regulatorio y la heterodoxia monetaria.
La pobreza, entonces, no puede transformarse en una excusa para no encarar reformas estructurales, sino que debería ser el motivo más relevante para que abracemos la libertad económica cuanto antes.