Licenciado en Economía (UBA, 2002), Master en Economía y Administración de Empresas (ESEADE, 2004) y Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid (URJC, 2009).
Profesor Titular Regular de Introducción a la Economía en la Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas de la Universidad Nacional de La Pampa (UNLPam).
Contribuye en el blog Punto de Vista Económico y en Libertad y Progreso.
INFOBAE – Los economistas distinguimos entre bienes transables y no transables. Los transables son aquellos que se pueden exportar e importar; los no transables son los que sólo se consumen en las economías donde se producen. Ejemplos de bienes transables son los alimentos y las bebidas, la indumentaria, la tecnología o los libros. Ejemplos de bienes no transables son los servicios en general, por ejemplo, un corte de pelo, una radiografía o los estudios en la escuela primaria. En las economías abiertas y con bajos aranceles, los bienes transables tienden a tener precios muy parecidos. La diferencia de precios se encuentra únicamente en el costo de transporte. La Argentina, sin embargo, viene ofreciendo precios para estos bienes que duplican y hasta triplican a los que se pueden encontrar en el mundo libre.
¿Cuánto reduciríamos la pobreza si los precios de los bienes transables cayeran a la mitad o a la tercera parte? ¿Tiene sentido seguir protegiendo con altos aranceles la industria manufacturera argentina? Se dice que, al proteger esta industria, se protegen millones de puestos de trabajo que esta industria genera, pero lo cierto es que se desprotege a 40 millones de consumidores que de otro modo podrían acceder a productos de mejor calidad y menor precio. Y por otro lado, si las economías tuvieran que cerrarse para garantizar el pleno empleo, ¿cómo explicamos el bajo desempleo que muestran las economías libres en la actualidad? Lo cierto es que este argumento constituye un mito, y si abrimos las economías, sí, algunas empresas manufactureras tendrán que reestructurarse, pero el trabajador argentino podrá encontrar otras actividades más productivas para llevar adelante.
Los ejemplos abundan. Los supermercados de Norteamérica o Europa, por ejemplo, presentan en sus góndolas productos chinos con bajísimos precios, y no se observan altas tasas de desempleo. Países de geografía similar a la nuestra como Estados Unidos, Australia, Canadá o Nueva Zelanda tienen una participación de las manufacturas en el PIB de 13,3%, 11,4%, 16,5% y 14,5%, frente a un 21,3% de nuestro país. Sí, aunque sorprenda a muchos, producimos más manufacturas que Estados Unidos, si tomamos su relación con el PIB.
Para muchos “nuestra” industria es un ejemplo de soberanía o motivo de orgullo nacional, pero lo cierto es que su contrapartida es una pobreza estructural representada en un tercio de la población.
Estos países de estructura geográfica parecida a la nuestra producen mayormente servicios, pero también tienen en su espacio al sector primario y la construcción. ¿Cuál es la misteriosa razón por la cual producir servicios nos conduce a perder hegemonía nacional? ¿Por qué no potenciamos la agroindustria, la construcción y especialmente los servicios?
La industria en cuestión produce manufacturas que sólo se consumen en Argentina. Jamás ha logrado exportar, porque es enormemente ineficiente. ¿Por qué seguir condenando a los consumidores locales a estos productos de baja calidad y alto precio que jamás encontrarán un destino en el exterior?
Los argumentos a favor de seguir protegiendo la industria local que se esgrimen son débiles. Se argumenta, por ejemplo, que debemos proteger a la industria incipiente. No debemos protegerla por siempre, pero sí en una etapa inicial, para que logre desarrollarse. Después de algún tiempo, se exclama, podrá competir con el mundo. Pero ya han pasado décadas de un modelo de sustitución de importaciones y la industria sigue siendo débil. Cuanto más tiempo se le otorga, más lobby hacen para obtener la continuidad de los privilegios.
En la Argentina llegamos al caso insólito de que sólo la clase media y alta que tiene la opción de viajar a Europa, Miami o Chile, obtienen precios bajos por los bienes transables que adquieren en sus viajes. ¿Por qué seguimos condenando a la clase baja a comprar alimentos, indumentarias y tecnología por precios excesivos?
Si Mauricio Macri realmente desea la pobreza cero como un objetivo prioritario de su gobierno, ninguna política será más eficaz que liberar por completo las importaciones. Al atender a la canasta básica que los argentinos debemos cubrir para no ser pobres, observamos costos ridículos en bienes transables en comparación con países libres. Liberar la importación reduciría estos costos de supermercado o de indumentaria a la mitad o a un tercio de los precios actuales, lo que reduciría fuertemente la inflación, bajando la línea de la pobreza contundentemente.
¿Por qué seguir protegiendo a pseudoempresarios que se enriquecen a costa de la pobreza de los argentinos? Está claro que un cambio en las reglas de juego implicará un cambio en los incentivos. Los argentinos aún debemos descubrir nuestro lugar en la economía global. La agroindustria ha demostrado ser en nuestra historia la principal cadena de valor que sostiene el empleo. Los servicios, como bienes no transables, seguramente generarán la mayor capacidad de empleo. La construcción también ocupará un lugar destacado. El sector público, por su parte, hoy sobredimensionado, deberá gradualmente ir cedidos puntos porcentuales sobre el PIB, para reducir el tamaño de la pesada mochila que hoy colocamos sobre la sociedad o, en particular, sobre el empresariado argentino.