Las academias nacionales frente al futuro de las universidades y la investigación

Foto Manuel Solanet
Director de Políticas Públicas en 

Prólogo del Ing. Manuel Solanet al libro “Las Academias se asoman al futuro

El tema elegido para el VI Encuentro Inter Académico “Las universidades y la investigación en la Argentina del mañana” refleja una inquietud compartida por las academias nacionales respecto del impacto de los acelerados cambios tecnológicos sobre los métodos de la enseñanza, en particular la terciaria. El solo planteo de este tema llevó a considerar la cuestión de la investigación como el eslabón necesario para que esos cambios puedan ser acompañados sin que la Argentina quede al margen de un mundo que avanza rápidamente.

Son quince las academias nacionales que participaron en el VI Encuentro y que colaboraron cada una de ellas con uno de los capítulos de este libro. Los enfoques responden naturalmente a las ciencias tratadas por cada institución. Esto es justamente lo que enriquece el resultado y amerita que se haya logrado una convocatoria tan amplia. Encontramos en estas páginas la visión de académicos en humanidades y ciencias sociales, en ciencias exactas, en medicina y ciencias naturales, en ciencias aplicadas tales como la ingeniería, la geografía, la farmacéutica o la empresa. También han dado su opinión las academias de bellas artes y de periodismo.

La ciencia y el conocimiento avanzan al impulso de la investigación. A su vez, la enseñanza transmite esos logros y permite que sean aplicados en la producción y en los servicios, que luego por sus resultados retroalimentan la investigación y la orientan más eficazmente. Si no hubiera una interacción entre investigación, enseñanza y aplicación, se malgastarían esfuerzos o se perdería su eficacia. Esto no quiere decir que no pueda haber notables descubrimientos como fruto de la tarea individual de científicos brillantes sin que los mueva un objetivo preconcebido. La caída de una manzana abrió la mente de Isaac Newton para enunciar la ley de la gravedad o el flotar en una bañera permitió a Arquímides descubrir su famoso principio. El genial Albert Einstein ha sido probablemente uno de los mayores exponentes de la investigación individual y creativa. Desde su enunciado de la Teoría de la Relatividad, los tiempos han evolucionado hacia la investigación como una tarea en equipos. El solo hecho de que los instrumentos de apoyo se hayan sofisticado y de que faciliten la transmisión de información a límites impensados hace que ya nadie pueda alegar individualidad y que tampoco esta tenga sentido. Esto es así en todas las áreas y especialidades del conocimiento. Desde la física hasta la composición musical, desde el derecho hasta la literatura o desde la historia hasta la psicología.

En este libro se discute el rol de los principales actores en las tareas de la investigación. Principalmente, los gobiernos, las universidades, las empresas y las organizaciones no gubernamentales (ONG). La conclusión es que todos ellos tienen un papel que cumplir, cada uno con particulares ventajas y desventajas. El documento elaborado para este libro por el académico de Medicina doctor Eduardo Charreau expone que en nuestro país el 63% de los investigadores realiza sus actividades en universidades; el 31%, en el ámbito del gobierno; el 5%, en empresas privadas, y solo el 1%, en ONG. El total invertido en investigación y desarrollo (I&D) en la Argentina es de 0,6% del producto bruto interno: muy bajo cuando se lo compara con los países más desarrollados (entre 2 y 4%) o aun con nuestros vecinos Brasil y Chile.

El Estado debe asumir una responsabilidad en los países cuyo sector privado no ha alcanzado dimensión y capacidad económica para cubrir áreas de investigación que no redundan en lo inmediato en retornos económicos. Claramente, esto ocurre con las ciencias básicas más que con las aplicadas. También con las ciencias sociales, aunque en este caso los gobiernos deben cuidar de evitar sesgos ideológicos o políticos. El Conicet (Comisión Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) es el principal brazo del Estado en la Argentina para la investigación. Con su creación, se materializó la carrera de investigador y su contribución es relevante aunque ha sido objeto de críticas, algunas de ellas fundadas. En varias ocasiones este organismo no ha sido impermeable a las orientaciones ideológicas de gobiernos de turno, en particular en lo referente a las investigaciones en ciencias sociales. También se ha objetado la falta de planificación previa de las líneas de trabajo, que han respondido en mayor medida a la elección y las preferencias de los propios investigadores y no necesariamente a un programa de interés para el organismo y el país. El Conicet depende del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, que administra los fondos destinados a la investigación (Fontar y Foncyt). En la órbita del Estado nacional se encuentran también los institutos de investigación industrial y agropecuaria (INTI e INTA).

La investigación en las universidades ha tenido un desarrollo importante aunque heterogéneo. En sus inicios hubo casos notables como el del Instituto de Fisiología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, fundado por Bernardo Houssay, en 1919. Este centro de investigación adquirió prestigio mundial y fue la cuna de dos premios Nobel: Bernardo Houssay y Luis Federico Leloir. El primero recibió el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1947 por sus descubrimientos referidos a la distribución de la glucosa en el cuerpo humano, una cuestión clave en la diabetes. Leloir recibió el Nobel de Química en 1970 cuando ya era director del Instituto de Investigaciones Bioquímicas de la Fundación Campomar, que él había fundado en 1947 con apoyo empresario.

Las 55 universidades nacionales cuentan en su conjunto con más de 500 institutos dedicados a la investigación. Muchos de ellos están coordinados con el Conicet, como es el caso de 33 institutos de los 50 existentes en distintas facultades de la Universidad de Buenos Aires. Aun más amplia es la red de investigación de la Universidad Nacional de La Plata, que cuenta con 152 centros de investigación y desarrollo y 44 institutos.

La Coneau (Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria) establece los niveles de exigencia de investigación tanto en universidades públicas como privadas. Estas últimas han ido ampliando su actividad de investigación, aunque con limitaciones de recursos. Algunas instituciones privadas han logrado distinciones internacionales por trabajos de docentes-alumnos, como el caso del Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA).
La participación de las empresas y ONG en la investigación en la Argentina se muestra muy reducida en comparación con lo que ocurre en los países más avanzados. Esto no impide que haya habido una importante transferencia de tecnología hacia nuestro país a través de empresas multinacionales, que se extendió y motivó luego también a firmas locales. El fenomenal impulso de la producción agrícola se debe a las innovaciones desarrolladas en la genética de semillas y su combinación de agroquímicos, que hicieron posible la siembra directa, la reducción de los costos y el aumento de los rendimientos. La rápida difusión y aplicación de estos avances se apoyó a su vez en los grupos CREA (Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola), ejemplo de colaboración entre productores tras la notable iniciativa de Pablo Hary.

La Argentina que imaginamos en el futuro deberá incrementar notablemente la inversión en I&D. Además, deberá lograrse una mayor proporción y responsabilidad de las empresas e instituciones no gubernamentales. Ellas deberían ser actores principales en la investigación aplicada, acompañando a las universidades. Estas por su lado deberán resolver la forma de financiar la investigación que exige equipamientos valiosos y docentes-investigadores de altas calificaciones y dedicación a tiempo completo. Sin duda, esto se dificulta por la gratuidad general de la enseñanza universitaria estatal. Debido a ese marco referencial y al crecimiento notable de la cantidad de nuevas universidades nacionales y provinciales, las universidades privadas deben competir dificultosamente y con reducidos espacios de fijación de aranceles.

Debe decirse que la expansión del conocimiento por el trabajo de investigadores individuales y equipos reducidos, pero en cooperación con avances realizados en el resto del mundo, está cada vez más facilitada por el avance de la tecnología en el procesamiento y la transmisión de información. El procesamiento de datos es el campo de la investigación que año tras año, día tras día, asombra con sus avances en rapidez y capacidad. La digitalización de las grandes bibliotecas y archivos, y del conocimiento en general, pone la información al alcance inmediato de quien lo requiera. Un historiador o un jurista pueden investigar un tema accediendo a archivos, leyes, códigos, tratados y jurisprudencia a través de Internet. Lo mismo ocurre para otros campos de la ciencia. De hecho, el procesamiento, la modelización y el análisis de datos han adquirido la categoría de una especialidad altamente valorada. Con la denominación de “Analytics”, las universidades más calificadas ofrecen carreras de grado o posgrado altamente perfeccionadas en matemáticas, estadística y sistemas, pero que además incluyen materias de derecho, medicina, economía o ingeniería. Es una indicación de la aproximación entre ciencias que permite el avance de la tecnología que ya se mostraba, por ejemplo, con la bioingeniería.

Las academias nacionales están integradas por personas que ya han escalado en el conocimiento y en la aplicación de las ciencias en las que se han destacado. Sus opiniones en el tema “Las universidades y la investigación en la Argentina del mañana” han sido recogidas en el VI Encuentro Inter Académico y en este libro. Creemos que deben ser consideradas por quienes tienen la responsabilidad de gobernar como un valioso aporte para la elaboración de políticas de Estado en un campo tan esencial para el progreso.

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