Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
Contra Economía – Dado que las reformas estructurales demoran en concretarse, el gobierno tiró la toalla de la desinflación.
Juan fue al médico. Estaba cansado de su adicción al tabaco y decidió hacer una consulta. El profesional lo mandó a hacer unos estudios y la conclusión fue inobjetable: este joven tenía que dejar el cigarrillo.
Para ello, el médico le recomendó un plan gradual. Era la primera semana de febrero y Juan fumaba 10 cigarrillos por día. El especialista le dijo que debía dejar de fumar un cigarrillo por día cada mes. Es decir, en marzo fumaría 9 cigarrillos diarios, en abril 8, en mayo 7, y así hasta dejar completamente el cigarrillo para el mes de diciembre.
Juan salió de la consulta y fue a ver a su amigo Mauricio. Le contó lo que le había dicho el Dr. Federico y Mauricio le comentó:
¡Qué buena noticia! Pero no te preocupes, dejar de fumar es lo más fácil que hay. Además, una vez que dejes vas a jugar mucho mejor al fútbol, te vas a cansar menos… es un requisito indispensable para que tengas una vida mejor.
Tiempo después, por el mes de julio, Juan no lograba cumplir con las metas que le había planteado el médico. Así que fue a ver a su amigo Marcos, experto en “terapias alternativas”. Marcos conversó un rato con él y dio su veredicto:
Mirá Juan, esta ansiedad por dejar de fumar yo la verdad que no la entiendo. Te está generando todo tipo de problemas, mirá lo triste que estás… Lo mejor que podés hacer es dejar de fumar pero todavía más lentamente. A fin de año, en lugar de cero cigarrillos por día, fumate cinco. Dale, tranquilo que estás en buenas manos.
Juan salió de la oficina pensando… ¿A quién tenía que hacerle caso?
No es sinceramiento, es heterodoxia
Por si el lector aún no se dio cuenta, la historia de Juan es análoga a lo que pasó recientemente con las metas de inflación en Argentina. Dado que el Banco Central no estaba cumpliendo exactamente con ellas, el equipo económico del gobierno decidió modificarlas hacia arriba, poniendo un objetivo supuestamente más fácil de cumplir.
Así las cosas, muchos piensan que la medida se trató de un simple sinceramiento: el sencillo reconocimiento de una realidad, y un paso más en la dirección de “decir la verdad”.
Sin embargo, hay mucho más detrás de la decisión.
De hecho, lo que preocupa no es el mero cambio de la meta, sino los motivos detrás de la modificación y los hechos posteriores.
Analizando los motivos, quedó claro que lo que pasó fue que triunfó el ala más industrialista del equipo económico. Bajo la falsa creencia de que la política monetaria era demasiado dura y que eso complicaba la actividad, se decidió no solo cambiar el objetivo de inflación para 2018-19-20, sino también relajar la política monetaria.
Digo “falsa creencia” porque esta política monetaria no impidió la recuperación económica de 2017, ni inhibió el crecimiento del crédito o el salto en la inversión. Por otro lado, si fuera una política monetaria “demasiado dura”, habría cumplido (y sobre-cumplido) con las metas de inflación, cosa que en 2017 no sucedió por al menos 6 puntos.
Los hechos posteriores al anuncio también fueron concretos. Las tasas de interés de las Lebac cayeron y el dólar subió, cumpliendo con los pedidos de algunos destacados profesionales que querían un tipo de cambio más “competitivo”, aunque fuera a costa de una mayor inflación.
Reformas tibias
¿Por qué el gobierno habrá hecho todo esto? ¿Por qué ir contra la independencia del Banco Central? ¿Por qué, si según Marcos Peña la inflación es el impuesto más perverso para los pobres, quieren mantenerla elevada?
La respuesta que encuentro es que, a falta de reformas profundas, el gobierno sucumbió frente a los cantos de sirena keynesianos. Estos cantos de sirena postulan que “un poquito de inflación no es mala” y que más inflación es el costo a pagar para mantener el crecimiento económico y darle mayor competitividad a las exportaciones.
Ahora bien, como hemos expresado antes, ni el Banco Central puede imprimir felicidad, ni el crecimiento de la economía llegará con más inflación. De hecho, bajar la inflación y hacer reformas estructurales es requisito para que la economía efectivamente prospere.
En esta postura parecía estar el gobierno poco después de las elecciones. Se plantearon, incluso, cuatro reformas importantes, como la tributaria, la laboral, la previsional y la de responsabilidad fiscal. Todas ellas –hechas en serio y sumadas a la apertura comercial- son las que deberían generar crecimiento.
¿Pero qué sucedió? Sucedió que fueron reformas muy tímidas y, encima, consensuadas con la oposición, con lo que terminaron más desdibujadas aún.
En los cuatro ámbitos encontramos dificultades:
——–> La “reforma previsional” no fue más que un cambio de fórmula,
——–> el punto más importante de la reforma tributaria (la baja de Ganancias a las empresas) solo comienza a operar en 2019,
——–> la reforma laboral (que no contiene modificaciones de importancia) aún no se discute en el Congreso
——–> y la ley de responsabilidad fiscal planea congelar el gasto en términos reales, licuándolo con un supuesto crecimiento futuro, en lugar de reducirlo.
Frente a este contexto de reformas desdibujadas, el gobierno temió que en 2018 la actividad se frene y fue por el camino fácil: relajar la política monetaria y sacrificar la desinflación en el altar del crecimiento económico de corto plazo.
La jugada es más que peligrosa.
Si tener inflación y devaluar la moneda fueran la receta de la prosperidad, Argentina sería el país más rico del mundo. No obstante, no lo somos, y esta última jugada de la política tiene el riesgo de que terminemos con más inflación, más devaluación y nulas modificaciones en el crecimiento de la economía.
Publicado originalmente en Contraeconomia.com