Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
EL CRONISTA – Somos muchísimos los que queremos el éxito del actual gobierno pero aparentemente el resultado de sus desplazamientos no operan en esa dirección. Los fracasos cansan y desgastan sobre todo cuando los ejes centrales se repiten de idéntica manera. El gasto público neto, el total del déficit fiscal y el endeudamiento estatal constituyen una triada clave que se sigue engrosando.
Las críticas más sustanciosas no se dirigen a sostener que el movimiento es lento y gradual sino que apuntan a subrayar que se encaminan en la dirección opuesta. Es un gradualismo al revés con lo que, de mantenerse la tendencia, el final será igual que en casos anteriores donde se aplicaron las mismas recetas.
Días pasados comentábamos con colegas que si lo que se estiman son errores fueran novedosos la situación sería diferente, incluso estimulante puesto que se hace trabajar a las neuronas. Pero lo idéntico, lo mismo solo que con personajes diferentes se hace superlativamente tedioso.
El conocimiento conlleva la característica de la provisionalidad sujeto a refutaciones. Nuestra ignorancia es colosal por lo que los debates abiertos se tornan indispensables, pero no sobre lo acaecido desde hace siete décadas porque parece una pieza teatral conocida en la que se anticipa el final. Es como diría en un sentido distinto la última ex presidente en un inglés con pronunciación de arquitecta egipcia: es too much basada en bad information. Es que entre lo sublime y lo ridículo hay solo un paso.
Es cierto que hay otras materias ponderables como la no renovación de la denominada Ley de Emergencia Económica que otorgaba facultades inauditas al Ejecutivo y que venían prorrogándose desde 2002. También es de notar el esfuerzo gubernamental por abrirse al mundo civilizado y por fortalecer marcos institucionales, pero todo puede frustrarse si el gasto, la deuda y el déficit siguen haciendo estragos.
A esto debe agregarse una imprescindible reforma laboral de fondo que libere a los trabajadores de un yugo sindical fascista y no conformarse con retoques de superficie y pactos con otros capitostes que viven a expensas de los que menos tienen y una reforma tributaria que no se contente con enroques parciales.
Que el asunto es difícil ya lo sabemos pero lo relevante no son las explicaciones sino los resultados. Para eso asumieron responsabilidades, para resolver problemas. Las buenas intenciones que quedan en eso no cuentan. El deseo ferviente de terminar con la corrupción es muy loable y necesario, pero para ilustrarlo en el extremo, no queremos un Gulag sin corrupción, de lo que se trata es de eliminar funciones incompatibles con un sistema republicano. Y no se trata de estimular el crecimiento para disimular la ratio respectiva, se trata de que el Leviatán no se apodere de lo que pertenece a la gente. Es el momento de repasar la tradición alberdiana que hizo que nuestro país estuviera a la vanguardia del mundo civilizado.