Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
Un impuesto a la importación es un impuesto a la exportación, las empresas también son consumidores y los desequilibrios de cuenta corriente son el resultado de los flujos de capitales.
Douglas Irwin es profesor de Economía en Darmouth College, una de las universidades más prestigiosas de los Estados Unidos. Su área principal de estudios es el comercio internacional, temática sobre la que publicó numerosos libros y trabajos académicos.
Todos los años, después de dictar 10 clases de un curso de Economía Internacional, Irwin busca resumirlo para que sus alumnos se lleven a sus casas al menos 3 principios simples de política comercial.
Así que dado que recientemente terminamos de dictar, junto con Marcos Hilding Ohlsson, nuestro curso de Economía Internacional en ESEADE, resumiré esos tres principios y los ilustraré con datos actualizados de Argentina para que estén disponibles al público local.
Los principios son los siguientes:
1) Un impuesto a las importaciones es un impuesto a las exportaciones
2) Las empresas también son consumidores
3) Los desequilibrios comerciales dependen de los flujos de capitales
Analicemos uno por uno.
Un impuesto a las importaciones es un impuesto a las exportaciones
En el eterno debate proteccionismo versus libre comercio, la primera mirada suele argumentar que el mercado interno debe protegerse. El gobierno debe imponer aranceles u otras barreras burocráticas de manera de impedir el ingreso de productos importados. Eso les da espacio a los productores locales para crecer, fabricando lo que, de otra forma, se le compraría al extranjero.
El argumento proteccionista no tiene pocos detractores. Nada menos que Adam Smith y David Ricardo se opusieron a sus postulados, destacando los beneficios del intercambio.
Más recientemente, otro economista aportó un argumento crucial en el debate sobre los aranceles a la importación. El moldavo Abba Lerner, egresado de la London School of Economics, escribió un trabajo que tituló “The Symmetry between Import and Export Taxes”.
Allí argumentó que existía una simetría (que luego se conocería como Simetría de Lerner) entre gravar las importaciones y gravar las exportaciones. De acuerdo con Lerner, frenar las compras externas es, entonces, equivalente a detener las ventas al extranjero.
Irwin explica esto en sus principios, y sostiene que:
El motivo fundamental de esta verdad es que la exportaciones son la contracara de las importaciones. Las exportaciones son necesarias para generar ingresos que paguen por las importaciones.
(…)
A cierto nivel, la idea de que los impuestos a las importaciones reducirán las exportaciones es simple y directa: si los países extranjeros no pueden venderle bienes a nuestro país, por ejemplo, entonces no tendrán el dinero necesario para comprar bienes fabricados por nosotros.
Otra manera de ver esta relación estrecha entre importaciones y exportaciones es el tipo de cambio. Si, para proteger a los fabricantes locales impone el gobierno un arancel a la importación, entonces el mercado cambiario tendrá ahora una menor demanda para la moneda extranjera.
Dado que los locales no pueden comprar determinadas importaciones (o pueden comprar menos que antes producto del impuesto), entonces demandarán menos dólares, haciendo que el tipo de cambio baje. Ahora un tipo de cambio bajo afecta las exportaciones, ya que restan ingresos a ese sector, presionando la rentabilidad.
Lo inverso también es cierto. Asumiendo inflación cero, un aumento de las importaciones presiona al alza la demanda de dólares y también el tipo de cambio real, lo que estimula las exportaciones producto de la mayor rentabilidad exportadora.
Los datos avalan esta teoría. Si miramos los números que Irwin ofrece para los Estados Unidos (Figura 1, en su trabajo original), constatamos que las importaciones y las exportaciones se mueven de forma muy similar a lo largo de un muy extenso período histórico.
Sin sorpresas, en Argentina sucede lo mismo.
Gráfico 1. Importaciones y exportaciones en % del PBI.
Fuente: Iván Carrino en base a OJF, INDEC y Banco Mundial.
En el gráfico de arriba se ve con claridad que las exportaciones y las importaciones están íntimamente ligadas y que, cuanto mayor es el valor de las primeras, mayor es el valor de las segundas. Lo mismo sucede a la inversa: a menos importación menos exportación.
Exportaciones e importaciones son dos caras de la misma moneda. Castigar una implica necesariamente castigar a la otra, tal como explicó formalmente Abba Lerner en 1936.
Las empresas también son consumidores
Adam Smith sostenía que:
El consumo es el único fin de toda producción; y los intereses de los productores deben ser atendidos solo hasta el punto en que sea necesario para promover el de los consumidores (…) Pero en el sistema mercantilista, el interés del consumidor casi constantemente se ve sacrificado por el del productor, y parece que se considera a la producción, y no al consumo, como el fin último y objeto de toda industria y comercio.
Así, para el beneficio de los consumidores, el padre del Libre Comercio sostendría que lo que resulta sensato en el seno de la familia, difícilmente puede ser una tontería en el contexto de un Gran Reino. Se refería, por supuesto, a la “insensata” idea de cerrarse a las importaciones, ya que en una familia uno no vería como una buena idea dejar de comprar en el supermercado para “producirlo uno mismo”.
El “argumento del costo para los consumidores” del proteccionismo, como lo llama Irwin, fue perfeccionándose con el correr de la historia y hoy se estudia en cualquier manual de Economía Internacional.
Sabemos que los impuestos a la importación encarecen los productos importados y también aquellos que son producidos localmente pero compiten con la importación, generando pérdidas para los consumidores que no son recuperadas ni por los productores ni por el gobierno que cobra dichos impuestos.
El arancel, como hemos visto en este curso, genera una pérdida social neta, y perjudica a la economía porque el consumidor debe pagar más caro por el bien de lo que pagaría en otra circunstancia.
Ahora bien, si nadie cuestiona este hecho: ¿por qué es que todavía hay tantas tentaciones proteccionistas?
Para Irwin, el problema radica en que el argumento del costo para los consumidores no resulta del todo efectivo.
Es decir, no es que no sea cierto, pero a la hora del debate político, parece que no tiene la fuerza necesaria para imponerse.
De acuerdo con Irwin:
Los puestos de trabajo son vistos en la arena política como mucho más importantes que el bienestar de los consumidores. Si la cuestión se reduce a preservar algunos cientos de puestos de trabajo en alguna industria o a ahorrarle a los consumidores algunos cientos de dólares, la política de restricción de las importaciones se impondrá siempre.
A la luz de lo que sucede en la “industria” de Tierra del Fuego o en el sector textil o de electrodomésticos en Argentina, podemos verificar que algo de esto efectivamente existe.
El profesor de Darthmouth también llama la atención a un argumento muy escuchado por nuestros lares, que es que si la apertura comercial genera el desempleo que los proteccionistas dicen que generará, entonces los consumidores no tendrán ingresos, porque no tendrán trabajo, así que no habría ninguna mejora para ellos por los precios más bajos que podrían venir desde afuera.
En este contexto, la protección que encarece los bienes de consumo sería un “pequeño” precio a pagar por mantener los niveles de empleo.
El argumento es erróneo y está empíricamente demostrado que es así, pero Irwin propone evitar dicho debate y mejorar el argumento del costo para los consumidores, aumentándolo.
Así, a los efectos de reforzar el argumento en el debate político, a la cuestión del costo para los consumidores hay que añadirle una simple frase: que las empresas también son consumidoras.
¿Qué quiere decir esto? Que, dado que las empresas, que son las que contratan mano de obra, también son consumidores, una traba a la importación hace que éstas deban pagar costos más altos. Si deben pagar costos más altos, menor será su rentabilidad y, finalmente, menor su capacidad para contratar empleados.
O sea que una traba a la importación puede beneficiar a una industria particular que ahora tendrá menos competencia, pero no solo implicará un costo para los consumidores, sino también para otras industrias que utilizan los insumos importados. La consecuencia, entonces, es que la ganancia de empleo en una industria particular se dará a costa de la pérdida de empleo en otra industria específica.
Los datos de la realidad dan apoyo a esta teoría. En Estados Unidos, por ejemplo, más del 60% de las importaciones son bienes intermedios y materias primas que son insumos para la producción.
Cuadro 1. Importaciones por uso económico en Argentina.
Bienes de capital |
Bienes intermedios |
Combustibles y lubricantes |
Piezas y accesorios para bienes de capital |
Bienes de consumo |
Vehículos automotores de pasajeros |
Resto |
|
1980′s |
18,8% |
42,7% |
10,0% |
16,7% |
10,5% |
1,0% |
0,5% |
1990′s |
24,7% |
33,3% |
3,2% |
17,0% |
16,8% |
4,8% |
0,1% |
2000′s |
22,5% |
35,8% |
5,8% |
17,5% |
12,8% |
5,4% |
0,3% |
2010-16 |
18,6% |
28,9% |
13,0% |
20,7% |
11,0% |
7,5% |
0,4% |
Fuente: Iván Carrino en base a INDEC
En Argentina se verifica la misma situación, incluso de manera más intensa. A lo largo de las últimas 3 décadas y media, las importaciones de bienes listos para el consumo oscilaron entre el 12% y el 22% del total de las compras al extranjero. Es decir que, del total de las importaciones argentinas, entre el 78% y 88% son insumos para producir, tales como bienes intermedios, combustibles o bienes de capital.
¿Qué ganamos restringiendo las importaciones? Que todo nuestro sistema productivo deba pagar más caro estos insumos y, por tanto, tenga menos recursos para invertir y producir en el país.
Finalmente, por proteger las fuentes de trabajo en un sector, la consecuencia no intencionada es una pérdida de fuentes de trabajo en otros sectores y el freno de la actividad productiva.
Como dice Irwin, al ver las importaciones no solo como bienes finales sino como insumos para la producción, los hacedores de política económica deberían poder reconocer más claramente que la cuestión ya no pasa tanto por “proteger puestos de trabajo” sino por los puestos que van a crearse en un sector contra los que se perderán en otro.
Y ahí el argumento de que la protección es un costo a pagar por el empleo se vuelve mucho menos claro.
Los desequilibrios comerciales dependen de los flujos de capitales
Recientemente, en la red social Twitter, el ex ministro de economía de Argentina, Axel Kicillof, se indignaba por un tema.
Al ver los recientemente publicados datos de la Balanza Comercial, y observar un déficit comercial en “¡RÉCORD HISTÓRICO!” (sic.), reflexionó:
El gobierno de Macri, además de detonar el mercado interno bajando jubilaciones y salarios y de seguir ahogando pymes y comercios con el tarifazo, destruye la balanza comercial con la apertura indiscriminada.
Curiosamente, en Estados Unidos sucede algo similar. Su saldo de Balanza Comercial es negativo hace décadas, motivo por el cual el gobierno recibía acusaciones, dado que –según los críticos- no protege el mercado interno por su política demasiado aperturista. Obviamente, esto comenzó a cambiar a partir de la llegada de Trump, quien ha levantado la bandera de los proteccionistas.
Irwin aborda este tema y destaca las críticas al aperturismo norteamericano. Sin embargo, explica:
Estados Unidos tiene un mercado más abierto y puede que haya mercados extranjeros más cerrados, pero estos hechos no se manifiestan en la balanza comercial.
“¿Cómo puede ser?”, se preguntará alguno. Después de todo, si yo abro mis importaciones, eso debería hacer que mi saldo de balanza comercial empeore, puesto que ahora exporto por el mismo valor pero importo por más que antes…
Ya vimos que esto no es tan así, ya que remover trabas a las importaciones equivale a promover las exportaciones por la Simetría de Lerner.
Entonces, ¿por qué existen los desequilibrios comerciales?
Yendo al contexto local, ¿por qué Argentina va camino a tener un déficit histórico de su cuenta corriente?
Para explicar el asunto Irwin empieza por referirse a la Balanza de Pagos. La Balanza de Pagos reúne todas las transacciones que tiene un país con el extranjero y está formada por dos grandes cuentas. Por un lado, la cuenta corriente. Por el otro, la cuenta capital y financiera.
La lección número uno de la Balanza de Pagos es que ésta siempre está en equilibrio. Es decir, la suma de ambas cuentas siempre da cero.
La cuenta corriente refleja el total del comercio de mercancías y servicios. La cuenta capital y financiera refleja todas las transacciones de activos entre países. Como explica el profesor, “dado que la Balanza de Pagos siempre balancea, un país que tiene un déficit de cuenta corriente, debe tener también un superávit en la cuenta capital”.
Es decir que si uno compra más mercancías de las que vende, entonces por otro lado estará vendiendo más activos de los que compra.
Un ejemplo con un individuo puede ayudar a entender. Si en un año dado, una persona gasta exactamente lo mismo que le ingresa, su “posición neta de activos” no se modificará. Sin embargo, es perfectamente posible que esa persona gaste en compras de bienes y servicios más de lo que ingresó por su trabajo.
¿Cómo haría esto?
De dos formas: o bien tomando deuda con el banco, o bien vendiendo los dólares que tenía debajo del colchón. Ambas maneras están reduciendo la posición neta de activos de la persona. Si se endeuda, su activo neto del pasivo es inferior (porque se incrementó su pasivo); si vende sus dólares, si bien su pasivo no se modifica, su activo cae.
Los países financian sus desequilibrios corrientes de la misma forma. Si existe un déficit de cuenta corriente, entonces la contrapartida será un superávit de la cuenta capital (el país está endeudándose con el mundo), o bien una caída de las reservas (el país está consumiéndose sus ahorros). Al contrario, si el país tiene un superávit de cuenta corriente, entonces la contrapartida será un déficit de la cuenta capital y financiera (aumenta la posición neta de activos).
En economía internacional sabemos que las exportaciones menos las importaciones son iguales al ahorro menos la inversión (X – M = S – I). Es decir que un déficit en la cuenta corriente responde a que el país invierte más de lo que ahorra.
A priori, esto no tiene nada de malo. De hecho, contiene un elemento positivo: si el país tuviese que vivir solo de su ahorro interno, no podría emprender todas las inversiones que está emprendiendo hoy.
Ahora una poderosa implicancia de esta equivalencia es que si un país desea reducir su déficit de cuenta corriente, deberá reducir su inversión o aumentar el ahorro interno. Y -a menos que la política comercial pueda afectar estas variables (difícil)- entonces no será efectiva para equilibrar la balanza. Es decir, cerrar la economía no mejorará la cuenta corriente.
Para Irwin:
Este es el motivo por el que una simple observación nos muestra que algunos países abiertos al comercio tienen superávits de cuenta corriente, mientras que otros países, más cerrados, presentan déficits. Esos desequilibrios tienen todo que ver con los flujos de crédito internacional y casi nada que ver con la política comercial.
Lo que se plantea es totalmente compatible con los datos empíricos. Con 81 puntos sobre 100, Australia ocupa el 5to puesto del mundo en el Índice de Libertad Económica que elabora la Fundación Heritage de los Estados Unidos. En cuanto a su libertad para el comercio internacional, el país tiene un puntaje de 86,2; quedando también como una de las economías más abiertas del planeta.
Gráfico 2. Cuenta Corriente y Capital en Australia (1959-2016).
Fuente: Iván Carrino en base a Australian Bureau of Statistics.
De los datos de su Balanza de Pagos también se extrae que este país tiene un déficit comercial de proporciones, llegando a los AUSD 78.000 millones en 2014. Es decir que es una economía totalmente abierta y con déficit comercial.
“¡Eureka!”, dirán algunos, “¡El déficit refleja la apertura al comercio de Australia!”. Pero lo cierto es que no es así, sino que refleja el enorme ingreso de capitales que dicho país recibe anualmente.
Es que si bien Australia tiene un importante déficit de cuenta corriente, el superávit en la cuenta capital y financiera es igual de importante. De hecho, una cuenta es la casi perfecta contracara de la otra, tal como explica la teoría.
Otro dato importante es que en los últimos 25 años Australia ha crecido ininterrumpidamente, creando empleo de calidad, aumentando los salarios de sus ciudadanos y también su ingreso per cápita. Todo esto en paralelo con un “deterioro” de la cuenta corriente.
¡Viva el deterioro!
Argentina guarda alguna similitud con el caso australiano. Como se observa en el gráfico siguiente, la relación entre el saldo de la cuenta corriente y el de las cuentas capital y financiera es inversa.
Gráfico 3. Cuenta Corriente y Capital en Argentina (1994-2016).
Fuente: Iván Carrino en base a INDEC.
Durante la década del ’90, el déficit de la cuenta corriente fue casi totalmente compensado por el superávit de la cuenta financiera, siendo la diferencia la acumulación de reservas. Durante los primeros años del kirchnerismo y hasta el año 2011, la balanza por cuenta corriente fue positiva, mientras del país se fugaban capitales, resultando en un déficit de la cuenta capital y financiera (los superávit de cuenta corriente no compensados por déficits de cuenta capital fueron años de acumulación de reservas).
Por último, desde 2011 que el deterioro de la cuenta corriente es financiado con el superávit de la cuenta capital y financiera.
Ahora bien, ¿a qué se debe el fuerte deterioro de los últimos años? Irwin también puede ofrecer una respuesta:
Un gobierno que se endeuda para cubrir el déficit fiscal puede ser una de las fuentes de absorción más fuertes del ahorro nacional y, por tanto, puede llevar a un déficit externo. Uno de los motivos del gran déficit de cuenta corriente de los Estados Unidos a principios de la década del ’80 fue el rápido incremento del déficit fiscal. La lección es que una reducción del desequilibrio de las cuentas públicas puede revertir el desequilibrio comercial de una nación.
Los datos para Argentina son contundentes en este sentido. El resultado de la cuenta corriente siempre ha sido la contracara del resultado fiscal.
Gráfico 5. Resultado Fiscal y de Cuenta Corriente en % del PBI (1976-2016).
Fuente: Iván Carrino en base a Banco Mundial.
Es decir, que el principal sospechoso detrás del déficit comercial de los últimos dos años en Argentina no es la política comercial aperturista (que no existe prácticamente), sino el desequilibrio fiscal, como siempre ha sido en la historia. Esto deja en offside, por supuesto, a quienes dicen que preocuparse por el déficit fiscal es secundario, y que la principal preocupación debería ser el déficit externo.
El segundo es resultado del primero: el elevado desequilibrio fiscal se consume el ahorro interno y genera ingreso de capitales del exterior (reduciendo la posición neta de activos), que terminan siendo consumo de importaciones que exceden a las exportaciones.
Conclusión
El profesor Irwin resumió en el trabajo reseñado aquí siglos de historia del pensamiento sobre la economía internacional. Además, nos ofreció tres poderosos argumentos para defender un comercio libre entre los países. Por último, se observa que los datos para Argentina son totalmente compatibles con los postulados del profesor de Darmouth.
No debemos gravar las importaciones, porque eso equivale a gravar las exportaciones.
No debemos restringir las compras externas con el argumento de defender el trabajo local, porque lo único que eso genera es la protección de unos puestos a costa de otros.
Por último, no se debe cerrar la economía para evitar desbalances comerciales, sino recibir de buena manera el ingreso de capitales del extranjero, o bien, si el origen del desequilibrio es fiscal, ir a tocar las puertas del Ministerio de Hacienda.
Fuente : http://www.ivancarrino.com/