Editorial
En línea con el pensamiento del autor austríaco, imaginemos al sindicato como una empresa monopolística. Es decir, una única organización que decide el salario que le van a pagar a los afiliados las diferentes empresas que los contraten. Como es bien sabido, un típico monopolio ofrece un único bien a un precio superior al libre mercado reteniendo unidades de producción. En el mercado laboral sucede algo similar, los sindicatos fijan un salario superior al pleno empleo, en este caso, reteniendo horas de trabajo.
Por definición los sindicatos defienden los intereses de los trabajadores ocupados, por ende, la gente que no es contratada por los elevados costes laborales fruto de los altos salarios impuestos por la mano sindical es excluida del mercado laboral sin poder defenderse.
Fuera de ello, tampoco los trabajadores ocupados se encuentran protegidos ya que un salario por encima del económicamente tolerable eleva los costos de las empresas que intentarán maximizar beneficio reduciendo el personal. Esta gente que es despedida puede sumarse a la masa desempleada o reubicarse en otro sector productivo, que dada su nula especialización en el mismo su salario tenderá a ser menor. Dicha práctica es completamente racional a los ojos del mercado que actúa espontáneamente a las señales del contexto externo.
A su vez, la demagogia sindical afecta de manera más amplia la soberanía que tiene el consumidor en el libre mercado.
De este modo, el consumidor general del bien verá afectado su bienestar al tener que pagar un precio más alto por el producto, probablemente, debiendo reducir su consumo. Si el sector productivo del sindicato genera un bien con muchos encadenamientos hacia adelante, es decir, ese bien produce o es complemento de otros bienes, la elevación de los salarios y posterior aumento de precios afectará directamente el precio de los demás bienes.
Por ejemplo, el transporte es un sector terciario que atraviesa todas las cadenas productivas, desde el traslado de los granos de girasol a las fábricas aceiteras hasta el cruce del aceite embotellado de Mendoza a Capital Federal. El hecho de que un único sector posea un sindicato -fuerte- afecta de manera sustancial el nivel de vida de toda la población.
No incrementan ni la productividad, ni la investigación, ni el desarrollo en el área. Su papel es la de cualquier individuo egoísta y racional, perseguir interés propio, es decir, ganar muchas veces poder político y elevar la cuota de recaudación ya que no me van a negar que todos queremos un zoológico detrás de la casa.
Los economistas deberíamos hacer valer a la profesión y prevenir al pueblo argentino de cuáles son las consecuencias de aplicar determinadas prácticas populistas que muchas veces son disfrazadas de falsas promesas. Los debates morales son innecesarios, nadie quiere que le reduzcan el salario a nadie sin embargo, supongo que tampoco nadie quiere que una persona duerma en la calle o un niño muera de desnutrición en las zonas marginadas y con mayor tasa de desempleo. Una pregunta final a reflexionar: ¿La ética debería existir en las ciencias económicas o simplemente los economistas deberían abocarse a investigar, analizar e informar?