Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago. Rector de la Universidad del CEMA. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Consejero Académico de Libertad y Progreso.
OPINIÓN – Regreso de una visita a Corea del Sur impresionado del desarrollo y la prosperidad alcanzada por este país que en 1960 tenía un PIB per cápita de apenas US$158 y que hoy sobrepasa los US$28,000. Dos Coreas, una sumergida en la miseria, la represión y el subdesarrollo y la otra pujante, libre y próspera. En el índice de libertad humana, Corea del Sur ocupa el puesto número 29.
¿Cuáles son las causas de su éxito? Una de las características de Corea del Sur es la importancia que le dan a la educación, la cual ha permitido generar un entorno de potencialidad económica que en 57 años desde su independencia la convierte en una de las economías más fuertes del mundo ocupando el puesto decimotercero. Pero como lo señala Edgardo Zablotzky, de “Libertad y Progreso”: “No es el sistema educativo de Corea sino la importancia que la sociedad coreana le presta a la educación, ilustrado en los tremendos esfuerzos económicos de los padres para que sus hijos se preparen desde temprana edad para un examen de ingreso que habrá de determinar su futuro algo que ha generado que el país usualmente lidere los resultados de los exámenes PISA; a tal punto de que para obtener una vacante en la universidad los estudiantes deben competir en un examen de ingreso de ocho horas de duración y de la más alta exigencia”.
Sin duda, la expansión industrial generó importantes oportunidades de negocios encontrando una fuente de profesionales de alta preparación con capacidad de desarrollar investigación, alta tecnología y lograr innovaciones asombrosas en casi todos los campos.
Sumado a la apertura económica y a la educación, otro importante eje de desarrollo fue la titulación de tierras de los terratenientes japoneses después de la Segunda Guerra Mundial. El fortalecimiento y la seguridad de la propiedad privada fue un elemento decisivo para generar certeza y acceso a créditos.
Y tal como lo señala Hernando de Soto, un economista peruano conocido por su trabajo en la economía informal y en la importancia de los negocios y derechos de propiedad, autor de dos libros de extraordinaria trascendencia: “El otro Sendero y El Misterio del Capital”, la solución a la pobreza es que la gente administre las cosas de las cuales son dueñas. Sean terrenos, animales, máquinas, empresas, contratos o créditos, que es la creación de capital dentro del sistema legal. Lamentablemente en muchos países del mundo el sistema legal es malo en términos de certeza y tramitología.
Guatemala no escapa a este flagelo. La tasa de informalidad alcanza casi el 70 por ciento. O sea siete de cada diez guatemaltecos no existen formalmente. No son sujetos de crédito, ni tampoco son dueños formales de sus propiedades. El 80 por ciento del territorio nacional no aparece en el Registro Nacional.
Cuando se creó la Ley del Catastro, el objetivo era legalizar todas esas propiedades. El impacto de incorporar tal cantidad de tierras a la economía, equivalente a decenas de millardos de quetzales, es —como lo apunta Fernando de Soto en el Misterio del Capital— “una bomba de explosión capitalista”. Literalmente millones de campesinos serán empoderados con poder crediticio.
Pero bueno, esto es Guatemala y aquí la cosa va lenta, a ritmo de persec ución de corruptos, lo cual estaría mejor si se estuviese atacando las causas estructurales y sociales que la producen y no solo los efectos y a los cacos; con una agenda de país prácticamente paralizada y un horizonte nebuloso debido a las actuaciones de la Corte de Constitucionalidad, gobernando por decreto y a mansalva.
Y nada. Que uno no puede dejar de pensar en eso que dijo Trump aunque nos caiga mal…