Editorial
Luego, el niño va creciendo, el padre le enseña a dar sus primeros pasos y la madre a balbucear sus primeras palabras. Mientras sus padres se esfuerzan para que aprenda lo básico el niño observa constantemente el contexto en el cual crece, desde el comportamiento del padre con la madre, las horas de atención que cada uno le otorga hasta las lecciones de lo que está bien o no hacer y decir.
Todo el tiempo el niño capta y cimienta su individualidad, es decir, forma la proyección de lo que va a ser de adulto.
Para que los liberales podamos hablar de la libertad del hombre como tal es necesario que este niño que nace adquiera una educación formal con el fin de que pueda desarrollar por completo su capacidad de lógica y raciocinio. Es decir, que sepa decidir individualmente en un entorno social y no sea sólo un hombre cointegrado en las masas.
Sin embargo, la educación formal no debe ser corrompida sino que debe promulgar la libertad y universalidad en todos sus aspectos. Para que cada uno de los individuos posea el mismo grado de libertad es indispensable que cada uno de ellos haya recibido la misma calidad educativa. Ahora: ¿en la Argentina del siglo XXI todos tienen igualdad de oportunidad para decidir ser libres? La respuesta es rotunda: no, ya que la calidad de educación pública es una vergüenza institucional.
¿Quién ha sido el responsable? La indiferencia del Estado junto a la corrupción sindical docente.
PRÁCTICAS GREMIALES NEFASTAS
A lo largo de los años se han reproducido prácticas gremiales nefastas para el desarrollo del niño cuyo único objetivo era proteger los intereses de los adherentes al gremio.
Como exalumna de una secundaria pública y delegada del centro de estudiantes siempre me encontré al tanto de los mecanismos de protección que se generaban dentro de los gremios para fomentar la permanencia de personal “militante” no calificado.
Se sabía y era bien sabido que los “profesores”, (algunos de ellos con simple título de Bachiller y buen acomodo sindical) no debían pasar por “concurso público”, estrechándole la mano al dirigente y entrando por la puerta de atrás bastaba. Quizás no sería tan importante que el sindicato decida el ocupe del cargo si no fuese que estos sujetos, llamémosle “docentes” realmente no saben dar clases porque no se han preparado para ello. Por eso en seis años de secundaria presencié hechos de docentes de matemática superior enseñando a los alumnos a maquillarse, arte de último año a realizar cartapeste de jardín o profesores de geografía relatando durante toda la cursada sus experiencias arriba del colectivo.
Los gremios en la Argentina han logrado una cultura del “vicio” y han desechado a la basura el concepto de “meritocracia” gracias a la masa militante que debería llevar adelante el aprendizaje del país.
La mayoría no se encuentra calificada para el puesto, sabe muy bien de leyes laborales (por eso el elevado ausentismo), militan ideas bajadas de los movimientos populistas, obedecen agachando la cabeza a los líderes sindicales y no enseñan casi nada. Pero la pregunta primordial es como han logrado hacerse del sistema educativo de forma tan limpia. Bastante sencillo: la economía.
Las fluctuaciones económicas con altos períodos inflacionarios, causados por emisión monetaria, contribuye las prácticas gremiales que van en contra de los más vulnerables: los trabajadores calificados que no se encuentran militando en ningún gremio.
Recordemos que, para que los sindicatos prosperen es necesario tener poder de presión suficiente dentro de la agenda política y ello se logra con trabajadores que se adapten a las medidas de fuerza de los gremios: paro interminables, menos horas de clases, movilizaciones, etc.
Las consecuencias económicas son bien sabidas: restricciones en el mercado laboral que impiden la libre competencia entre los trabajadores altamente calificados. El sistema de concursos docentes es eficiente si y solo si no interfiriera la corrupción y el acomodo.
La competencia entre trabajadores funciona como en cualquier mercado: el orden espontáneo conduce a que los profesionales más calificados sean absorbidos por el sistema educativo mientras que los que no se encuentran preparados sean desplazados a otras áreas o sectores donde serán de mayor utilidad de acuerdo a sus aptitudes.
CONCURSOS POLITIZADOS
Sin embargo, el sistema de concurso docente se encuentra tan politizado que el puntaje que se otorga desde los consejos educativos es fácilmente manipulable.
Un profesional con título universitario y posgrado en educación difícilmente logre insertarse en el sistema de enseñanza pública ya que la prioridad la tienen los años de antigüedad, los cursos pagos, el grado de amistad con el sindical, la preferencia hacia los terciarios-cuya calidad ya es cuestionable-, etc.
Estas prácticas se van reproduciendo en todo el sistema educativo público de todos los niveles. Un joven profesional universitario de 31 años que se ha capacitado durante diez años para dar clases, tiene el talento y la energía para movilizar y captar a los jóvenes, se encuentra permanentemente ilustrando, posee ideas nuevas y proyectos para mejorar la calidad educativa no logra incorporarse en el mercado de trabajo del sector ya que no ha conseguido forjar una relación de amistad con el “representante correcto”.
Es por ello que tenemos en frente de las clases, educando a nuestros hijos, sobrinos, nietos sujetos reproductores textuales de manuales que saben bien citar libros pero no fomentan y desarrollan un pensamiento crítico en ellos.
Un autor de la escuela austríaca, Murray N. Rothbard, en su libro “Educación libre y obligatoria” resignifica el rol de la educación formal y pone el eje sobre la necesidad de ser diferentes para el progreso de una sociedad. Es decir, si queremos fomentar el desarrollo y crecimiento de un país no necesitamos que todos piensen igual sino, justamente, que pensemos diferente. Únicamente el pensamiento crítico y el debate logran crear nuevas ideas basadas en el diálogo y el consenso. Para ello, es necesario que el director de la orquesta sepa dirigir hacia la melodía. Aquí me gustaría remarcar que la sociedad no requiere de alguien que conozca de memoria las notas musicales, eso lo puede realizar cualquier trabajador de fábrica con buena memoria, sino alguien que sepa y se ha preparado para educar.
La educación pública es pagada por todos pero los propietarios de esta son los gremios. Nos esforzamos y delegamos horas de ocio para que nuestros niños aprendan lo mejor posible del contexto externo y luego los arrojamos al sistema para que hagan con ellos lo que quieran. El tiempo que pasan en la escuela también los forman como hombres del mañana-más allá de la casa- por eso la necesidad que tenemos los adultos de exigir una calidad educativa libre de los intereses de pocos.