Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
Donald Trump revive teorías que siempre terminaron en mayor pobreza.
En el colegio nunca me enseñaron qué era un oxímoron. Tampoco en la universidad. La primera vez que leí esa palabra, de hecho, tuve que preguntarle a mis padres: ¿qué quiere decir esto?
Ahí fue cuando me explicaron que oxímoron es cuando se juntan dos palabras que, en realidad, quieren decir cosas exactamente opuestas. Ejemplos de ello pueden ser “el fuego que enfría”, “un instante eterno” o bien, para adaptarlo a nuestra realidad política, “el peronismo liberal” y “el capitalismo marxista”.
Ahora bien, recientemente ha vuelto a las tapas de los diarios otro oxímoron que tiene décadas de antigüedad. Se trata de la famosa idea de la Guerra Comercial, que revivió de las cenizas el demagógico presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.
Los conceptos de “guerra” y de “comercio” están tan alejados, que decir que hay que hacer una Guerra Comercial es casi lo mismo que decir que hay que hacer una Guerra del Amor: ¿Qué sería eso?
Guerra y comercio son conceptos tan opuestos que el mundo comenzó a civilizarse cuando reemplazó uno por otro. Es decir, cuando dejó de hacer la guerra y descubrió las ventajas de los intercambios voluntarios.
Contra el Acero y el Aluminio
La semana pasada, Donald Trump anunció que impondrá aranceles a las importaciones de acero (25%) y de aluminio (10%).
Al hacerlo, no dejó falacia por mencionar.
De acuerdo con Trump:
Cuando un país pierde miles de millones de dólares en el comercio con casi cualquier país con el que comercia, las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar. Por ejemplo, cuando estás USD 100 mil millones abajo con un país y éste se hace el lindo, dejamos de comerciar y ganamos a lo grande.
¿De qué está hablando?
A lo que se refiere el presidente norteamericano es al déficit comercial que Estados Unidos tiene con otros países. Un déficit comercial aparece cuando el valor de las importaciones excede el valor de las exportaciones.
Es decir, cuando EE.UU. envía más dólares a un tercer país por la compra de importaciones de lo que ese país envía a EE.UU. por el mismo concepto.
Ahora bien, considerar esto un problema y una “pérdida” para la economía es sencillamente ridículo.
Imagínese que un médico lleva todos los años su auto al mecánico. A lo largo del año, detecta que gasta por pagarle a su mecánico USD 2.000. Indagando en los números, también detecta que el mecánico no gasta un solo peso en contratar los servicios que ofrece este médico.
Pensando y pensando llega a la siguiente conclusión:
Estos mecánicos sinvergüenzas se llevan todo mi dinero y a mí no me vienen a ver ni para tomarse la presión. Esto se acaba aquí: no llevo más mi auto para que lo revisen.
De proceder así, naturalmente, el médico dejará de ver al mecánico y la historia terminará con el auto totalmente destartalado.
Es que, obviamente, las personas tenemos “déficits comerciales” con el mecánico, el peluquero o el almacenero de manera permanente, pero la contracara de esos déficits son los servicios y productos que estos negocios nos proveen.
En el comercio siempre ganan ambas partes. Algunos ponen el dinero, y otros entregan los bienes. Y dado que cada parte de la transacción valora más lo que recibe que lo que entrega, el comercio beneficia a los dos. No hay ninguna “Guerra”, sino un pacífico acuerdo voluntario que a todos mejora.
Ahora bien: ¿puede darse el caso que tengamos un déficit comercial con todas nuestras contrapartes? Sí. En dicho caso, gastamos más de lo que nos ingresa, pero porque estamos endeudándonos. O sea que alguien nos está financiando porque confía en nuestra capacidad e repago.
Lo mismo aplica a los países. Y es por eso que EEUU tiene déficit comercial hace más de 40 años. Porque son miles de millones de dólares los que llegan para invertir y dar créditos en Estados Unidos. La contracara de ese financiamiento es un consumo que supera la producción local y, por tanto, un déficit comercial.
Ningún problema ahí.
Proteccionismo al revés
Las políticas proteccionistas de gravar con impuestos a las importaciones reciben ese nombre porque –supuestamente- protegen a alguien dentro del país anti-importador.
Efectivamente: si se impone un arancel a la importación de acero, las empresas de acero tendrán menos competencia y podrán subir sus precios, subiendo a su vez los salarios de sus empleados o bien contratando más trabajadores.
Trump, de hecho, apunta precisamente a eso:
Debemos proteger a nuestro país y a nuestros trabajadores. Nuestra industria del acero está mal. SI NO TENEMOS ACERO, NO TENEMOS PAÍS.
Aquí aparecen dos nuevas falacias.
La primera es que se está ocultando el costo al cual se va a proteger a los trabajadores y empresarios del acero o el aluminio. Obviamente, sabemos que el costo a pagar por dicha protección será un precio más alto por esos bienes. Pero otra consecuencia nefasta del proteccionismo es que afecta a otras ramas de la producción
Anheuser-Busch, la mayor productora de cerveza del mundo, con sede en Missouri, ya advirtió que no solo habrá que pagar USD 347 millones más por el consumo de cerveza, sino que las trabas contra el aluminio amenazan nada menos que 20.000 puestos de trabajo en la industria cervecera.
El proteccionismo no protege los puestos de trabajo, sino algunos puestos en detrimento de otros.
La segunda falacia es la afirmación sobre el acero. “Sin acero no tenemos país”, dice Trump. La realidad, sin embargo, es que Estados Unidos no atraviesa una escasez de acero. Todo lo que necesita, lo obtiene a los precios de mercado, que son bajos producto de que se tiene una economía abierta.
Paradójicamente, el arancel del 25% es el que creará la escasez de acero, que deberá suplirse a precios más altos con producción local. Lo que quiere Trump no es que haya más acero (que no escasea), sino más acero “Made in USA”, lo que se logrará al costo de precios más altos y mayor ineficiencia económica.
Con sus políticas proteccionistas, Donald Trump demuestra que desconoce la naturaleza de los intercambios y las ventajas de la especialización. Es una pena, el proteccionismo siempre termina en mayor pobreza y las guerras comerciales no las gana nadie, sino que perdemos todos.
Publicado originalmente en Contraeconomía.