Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
CONTRA ECONOMÍA – Cuando se sacan el casete, algunos funcionarios dicen cosas interesantes.
El Tango es una de esas cosas que rápidamente las personas asocian con lo argentino, el país, y la cultura nacional.
A mí, que no soy muy seguidor de ese tipo de música, suele pasarme que me encuentro con extranjeros y me comentan lo mucho que les gusta este género del arte… Por lo general, respondo con una sonrisa, como diciendo: “ah, mirá vos, seguro vos sabés del tema mucho más que yo”.
Es cierto, no sé mucho de Tango, pero hay uno que es muy famoso y que dice algo así como:
Siglo veinte, cambalache, problemático y febril. El que no llora no mama y el que no roba es un gil.
¿Definen estas palabras a la Argentina? Si respondemos afirmativamente, seguro estamos exagerando. Sin embargo, a algunos sectores empresarios, políticos y sindicales, sin duda que la descripción les sienta a la perfección.
De hecho, el “llanto de los industriales” fue la música que sonó durante toda la semana pasada.
Funcionario sin casete
En los años previos a la llegada de Cambiemos, los argentinos estábamos acostumbrados a las peleas diarias entre el gobierno y los empresarios. El kirchnerismo, en su momento, acusaba a los hombres de negocios por subir los precios, crear inflación, e incluso por subir el precio del dólar.
Con la llegada de Macri, este tipo de peleas parece haber quedado atrás. Es que el equipo de gobierno del PRO siempre realza su voluntad de “diálogo” con “todos los sectores” y su buena predisposición para discutir “todos los temas”.
Ahora bien, hace unos días, la paz y la onda Feng Shui se cortó de manera súbita.
Es que tras la queja de un empresario de la alimentación por el fuerte crecimiento de las importaciones de tomate enlatado, el Ministro de la Producción, Francisco Cabrera, se sacó el “casete” y respondió con ímpetu:
Que se dejen de llorar y que se pongan a invertir y a competir. El gobierno no castigará a todo el pueblo para enriquecer a empresas grandes
¡Al fin! Al fin alguien responde a un reclamo anti-importador de manera tajante y sin acudir al aburrido libreto de lo políticamente correcto.
Es que muchos empresarios –no todos– el único recurso que tienen a mano es lo que reza el tango de Gardel, llorarle al gobierno para que cierre las importaciones y les dé créditos blandos.
¿Sólo así puede competir nuestra sagrada industria nacional?
Este reclamo escuchado una y otra vez hace más de 50 años se disfraza con el argumento de que es necesaria una política industrial. La verdad es que esa política no es otra cosa que más subsidios y proteccionismo, políticas que pagan todos los argentinos para favorecer al sector elegido a dedo por el poder.
Así que bien por Cabrera, los empresarios prebendarios tienen que dejar de llorar y ponerse a competir. Ahora para eso, claro, hay que abrir la economía.
Tres beneficios de importar
Cuando se habla de abrir la economía, empresarios, sindicatos y políticos demagogos se apresuran a gritar todos los potenciales riesgos de permitir aunque sea un clavo de compras externas. Que se van a perder puestos de trabajo, que nos vamos a quedar sin dólares, o que se va a disparar el rojo de la balanza comercial…
Lo que no dicen, sin embargo, son los potenciales beneficios de ser un país abierto e integrado al mundo.
Veamos algunos de ellos.
Más importaciones generan mayor cantidad de bienes a menores precios: imaginemos si en nuestro barrio sólo tuviéramos un supermercado en el cual comprar nuestros víveres. Si, de un día para el otro, la cantidad de supermercados se cuadruplica, la mayor competencia haría bajar los precios, mejoraría la calidad y ampliaría la variedad de productos para comprar. Claro, el primer supermercadista seguro estaría muy preocupado, pero los consumidores se beneficiarían enormemente.
Más importaciones reducen los costos de producción y benefician a las empresas: Contrariamente a lo que se cree, las empresas en Argentina y en el mundo también son consumidoras, por lo que los mejores precios y calidades que pueden conseguir en el mercado mundial potencian su propia producción. Esto en Argentina es todavía más marcado. En el año 2017, 76% de las compras al extranjero fueron insumos de producción, por lo que es evidente que si hubiese menos trabas al comercio, menores serían los costos que deberían enfrentar las empresas en el país.
Más importaciones promueven la eficiencia y la innovación. Los países más abiertos al comercio son 5 veces más ricos que los cerrados. Una economía más abierta implica mayor competencia, lo que incentiva el dinamismo y la creatividad de los empresarios para servir mejor a los consumidores.
País cerrado
Vistos los beneficios de abrirse al mundo y recibir con los brazos abiertos a las importaciones, cabe preguntarse si Argentina tiene una economía abierta. Después de todo, si el gobierno les pide a los empresarios que compitan, tendrán que hacerlo contra alguien, ¿no?
Paradójicamente, el caso es que los empresarios nacionales no tienen mucha competencia extranjera. Es que Argentina se encuentra entre los países más cerrados del mundo al comercio global.
Si miramos el monto de las importaciones sobre el PBI, por ejemplo, vemos que estamos en el puesto 213 sobre un total de 215 países analizados por el Banco Mundial. Ahora como este indicador no es el mejor para mostrar el grado de apertura, miremos mejor las tarifas aduaneras.
Si analizamos los números de los aranceles, veremos que tenemos las barreras arancelarias más altas del continente.
Ponderada por el volumen de comercio, las tarifas aduaneras de Argentina son más altas que en Brasil, Ecuador, Paraguay, Colombia, Chile, México y otros países americanos. Es difícil que haya “avalanchas importadoras” en este escenario.
Un último dato a considerar: mientras Chile y Estados Unidos tienen 21 y 14 Tratados de Libre Comercio respectivamente, Argentina tiene solo 5, y todos consensuados con el resto del Mercosur.
Argentina es una de las economías más cerradas al comercio del planeta. Y, sin embargo, hay quienes aún se quejan de las importaciones.
No sé si hay que responderles que son unos llorones, pero sin dudas que se deben hacer oídos sordos a este tipo de reclamos. El proteccionismo nos acompaña hace décadas y es una de las causas principales de nuestra decadencia.
Publicado originalmente en Contraeconomía.