Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
Tomamos el caso brasileño como podríamos haber tomado el argentino, el peruano, el ecuatoriano, el venezolano, el cubano, el nicaragüense o el boliviano puesto que lamentablemente la región está rebosante de casos de peculado mayúsculo.
En líneas generales debemos enfatizar que la corrupción de los aparatos estatales está en relación directa con el tamaño del gobierno puesto que los crecientes ministerios, secretarías, subsecretarías, direcciones y demás parafernalia abren las puertas a la discrecionalidad. De allí es el célebre aforismo del historiador decimonónico Acton; “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
Según el diccionario corromper es alterar, descomponer cambiando la naturaleza de una cosa volviéndola mala. Pero una cosa es la corrupción en el sector privado y otra bien distinta es la que ocurre en el contexto de los aparatos estatales. No es para nada que unas personas sean mejores que otras, se trata de incentivos diferentes.
Lo propio se cuida de un modo distinto respecto a lo que pertenece a los demás. De allí es que a partir de Garret Hardin nos referimos a “la tragedia de los comunes”: lo que es de todos en definitiva no es de nadie, lo cual en realidad ya había sido estudiado desde Aristóteles al criticar la propiedad colectiva. La forma en que se toma café y se encienden las luces no es la misma si las cuentas las paga el que consume que si las abona un tercero por la fuerza.
De esto se desprende la virtud de la empresa privada: busca beneficios, situación que logra si da en la tecla con los gustos y preferencias de la gente e incurre en quebrantos si se equivoca en ese objetivo. El cuadro de resultados muestra los éxitos y fracasos en el contexto de marcos institucionales que protegen derechos que son siempre superiores y anteriores a la existencia de los gobiernos.
Desde luego que este proceso no tiene lugar cuando los llamados empresarios se alían con el poder al efecto de obtener privilegios siempre a expensas de la gente, especialmente la más necesitada. Aquellos son en verdad ladrones de guante blanco que en lugar de robar al vecino a mano armada lo hacen a través de los políticos en funciones.
Cuanto más se aparta el gobernante del tronco central de un sistema republicano de Justicia y seguridad, mayores son las oportunidades de corrupción. Cuanto más extendido el poder político en faenas que no le atañen, mayores espacios se abren para las corrupciones lo cual infecta a los clientes del sector privado donde no pocos al vislumbrar una posibilidad de prosperar a través de una coartada indecente proceden en consecuencia en lugar de traspirar para competir y satisfacer necesidades del prójimo.
Y no es que en el sector privado no se produzcan corrupciones, es que la naturaleza del problema es sustancialmente distinta. En primer lugar lo absorben los dueños de su propio peculio y no lo trasladan compulsivamente sobre los patrimonios de otros. En segundo término, están presentes fuertes incentivos para llevar a cabo auditorias más rigurosas que las politizadas donde no están en juego los propios ingresos.
Conviene reiterar que cuando se declama que el Estado debe hacer tal o cual cosa es el vecino el que se hace cargo coactivamente. Es del caso repetir que el Estado nada tiene que no lo haya detraído del fruto del trabajo ajeno.
En el caso que nos ocupa, David Fleischer, profesor en la Universidad de Brasilia, en un largo y documentado ensayo publicado en la revista académica de la Fundación Konrad Adenauer de Argentina alude a la larga serie de corrupciones gubernamentales en Brasil desde épocas de la colonia hasta el presente, lo cual no incluye a todos los mandatarios y sus colaboradores pero a buena parte de ellos. Así nos dice que Portugal otorgaba privilegios a sus agentes y cerraba los puertos al comercio extranjero hasta que la corona debió aceptar la ayuda inglesa para trasladarse de Lisboa a Río de Janeiro en 1808 ante la amenaza napoleónica, lo cual obligó a una apertura relativa que se revirtió a partir de la independencia en 1822 que se fue agudizando a través de monopolios legales y otros privilegios durante todo el período imperial hasta su fin en 1889.
A partir de entonces, nos sigue relatando Fleishcher, desde el fin del imperio hasta los años 30 todos los sectores más importantes de la economía brasileña operaron en base a concesiones gubernamentales como la administración de puertos, la electricidad, la telefonía, los ferrocarriles, la minería, el transporte urbano y el petróleo.
A partir de la revolución del treinta de Getulio Vargas todo se estatizó lo cual incluyó el establecimiento de bancos estatales (la banca central se creó en 1965), con lo que la corrupción se incrementó respecto al ya fallido sistema de las concesiones como gracias otorgadas por el poder de turno. Como una nota al pie recordamos que el dictador Vargas pretendió que Sefan Sweig escribiera su biografía a lo cual el escritor se negó. Y en su lugar escribió una larga descripción de Brasil donde residía en aquel momento (y donde terminó con su vida dejando una carta estremecedora luego acoplada a su autobiografía). En ese libro Sweig sugiere que esa ex colonia portuguesa podría convertirse en “el país del futuro” a pesar de “esa avidez y ese afán de poder” dado que “nuestra Europa se suicida” debido al avance nazi…y pensar que ahora muy paradójicamente reaparecen en ese continente signos muy preocupantes de nacionalismo.
En los noventa se decidió privatizar empresas en Brasil pero traspasando los monopolios gubernamentales a monopolios privados con lo que se dejó de lado la competencia y se abrió el camino a todo tipo de abusos ya llevados a cabo antes por los aparatos estatales solo que ahora la mancha se extendió al sector privado degradando la idea de la privatización.
También escribe David Fleishcher que hasta el día de hoy se mantienen los privilegios de las llamadas reservas de mercado, exenciones fiscales, permisos para importar, tipos de cambio preferenciales, subsidios a través de tasas de interés, privilegios en licitaciones públicas, inmunidades políticas, nepotismo, jubilaciones especiales, protecciones arancelarias, uso de activos gubernamentales para beneficios privados y otras prebendas.
Por su parte, Gustavo Segré, profesor en la Universidad Paulista, nos informa a través de una jugosa columna en Infobae que en el caso de Luiz Inácio Lula da Silva el juez de primera instancia Sergio Moro ordenó su detención por instrucción del Tribunal Regional No. 4 de Porto Alegre sentenciando al ex presidente a nueve años de prisión y siete de inhabilitación para ejercer cargos públicos. Tres jueces de segunda instancia, por unanimidad, ratificaron lo resuelto con un agravamiento de la pena a doce años de cárcel. Ante esta situación la defensa de Lula interpuso un habeas corpus ante una tercera instancia, el Tribunal Superior de Justicia, que negaron el recurso por unanimidad de los cinco jueces que lo integran. Pese a lo consignado, nos dice Segré, los abogados defensores interpusieron un segundo habeas corpus ante la Corte Suprema cuyos miembros dieron trámite rápido y por mayoría denegaron nuevamente el recurso en cuestión. A todo lo referido debe agregarse que pesan sobre Lula otras seis causas por corrupción en el ejercicio de su cargo.
Ahora la Fiscalía brasileña presenta una nueva acusación por 40 millones de dólares de corrupción contra Lula, sus entonces ministros de planificación Paulo Bernardo Silva y de hacienda Antonio Palocci y contra la actual presidente del Partido de los Trabajadores y senadora Gleisi Hoffman. También los abogados del ex mandatario acaban de interponer un nuevo recurso que será tratado vía votaciones virtuales.
Se ha dicho que Lula sacó a mucha gente de la pobreza pero lo que no se dice es que lo hizo arrancando recursos a los más eficientes para atender las demandas de los demás y no incrementando la productividad con lo que colocó una bomba de tiempo igual que hizo el kirchnerismo en Argentina.
Todo lo dicho tiene un correlato bastante estrecho con lo que sucede en otros países. Las garras del Leviatán están presentes y la casta política no quiere desprenderse de privilegios y posibilidades de mantener como rehenes a personas y empresas que muchas veces se ven obligadas a ceder espacios que les pertenecen al efecto de no ser liquidadas.
El caso de Brasil es solo un ejemplo, país en el que, a pesar de todo, hoy da ciertas muestras de querer que prevalezcan marcos institucionales compatibles con una sociedad abierta. Y no es del caso volver a aplicar la tesis de la manada de elefantes desviando la atención de los casos de peculado detectados y sancionados para apuntar a otros que también debieran ser penados por los mismos motivos. La cantidad de corruptos no justifica en lo más mínimo el olvido de los casos concretados.
Es de desear que esos signos brasileños produzcan un efecto contagio a otros países en cuanto a una necesaria e higiénica independencia y eficacia del Poder Judicial para en la práctica “dar a cada uno lo suyo” según la célebre definición de Ulpiano donde “lo suyo” remite al derecho de propiedad comenzando por la vida, la libertad de expresar el pensamiento y el uso y disposición de lo adquirido legítimamente.
Frente a estos avances institucionales en Brasil, aparece una luz colorada y es la presencia de un candidato nacionalista para las próximas elecciones en línea con lo que desafortunadamente viene ocurriendo electoralmente en Europa y ahora nada menos que en Estados Unidos. Hay que estar alerta para no derrapar.
Por último, antes de cerrar esta nota señalo un punto que estimo crucial y que acabo de consignar en mi nuevo libro (La posverdad socialista) que se publica a mediados del corriente año, para lo que remito a un relato efectuado por Martín Caparrós que aunque alejado de la tradición de pensamiento liberal sirve a mis propósitos de ilustración. Cuenta Caparrós que en un lugar de Níger conversando con una señora de una pobreza extrema le preguntó que cosas le pediría a un supuesto mago que podría proporcionarle todo lo que le pida, a lo que la interlocutora le respondió “una vaca” y frente a la insistencia del escritor enfatizando que en ese escenario imaginario el mago podría entregarle cualquier cosa, la aldeana en cuestión se manifestó por solicitar “dos vacas” con lo que Caparrós concluye con razón que cuando la miseria es de dimensiones tan enormes “hasta se pierde la capacidad de desear”. Este ejemplo desgarrador lo quiero aplicar a lo que ocurre con muchos que se dicen liberales pero que en la práctica demuestran una colosal incapacidad de soñar nuevos horizontes y se limitan a poco más del statu quo. Esta situación desgraciada naturalmente hace que los de la vereda de enfrente corran el eje del debate con propuestas antiliberales y, como consecuencia de lo cual, los así llamados liberales deben adaptarse a lo que se convierte en un nuevo statu quo y así sucesivamente, hasta que el liberal propiamente dicho se decide a tomar el toro por las astas y apunta a subir la vara. Este es un mensaje que estimo vital para el progreso muy alejado del cómodo apoltronamiento conservador. Este es el modo de minimizar las corrupciones que, como queda dicho, surgen en proporción a los espacios de poder político.