LA NACIÓN – En 1985, con una inflación de 450% anual, Israel dispuso por ley la prohibición de emitir moneda; además, implementó medidas de shock que incluyeron acuerdos de topes salariales con los trabajadores, recortes de gastos del gobierno para bajar el déficit y control de precios. Así, ya en 1990 había logrado reducir el índice a 20%. De allí en más, quedaba un arduo camino hasta lograr el objetivo de entre 1% y 3%: lo consiguió en diez años, decretando la independencia del Banco Central , fijando metas creíbles de inflación y limitando el déficit fiscal a 3% del PBI.
Esa fue la fórmula israelí para domar un flagelo que en la Argentina de hoy se ha convertido en un dolor de cabeza. Pero no hace falta irse hasta las costas del Mediterráneo para encontrar recetas efectivas contra la inflación: los casos regionales de Chile, Colombia, México y Brasil también arrojan lecciones de las que se puede aprender.
Tanto Chile como Colombia otorgaron total autonomía al Banco Central en el manejo de la política monetaria, incluyeron metas de inflación y le dieron prerrogativas específicas para intervenir en el mercado de cambio, fijaron metas de inflación y pusieron énfasis en la necesidad de una convergencia gradual de la suba generalizada de precios.
En México, en tanto, se aplicó un complejo paquete de medidas, que tuvo como cimiento el PECE (Pacto para la estabilidad y el crecimiento económico). Este acuerdo fue una mezcla de políticas ortodoxas y heterodoxas: el gobierno se comprometió a mantener fijos sus precios públicos (electricidad, gas, impuestos, combustible, etc.), con la condición de que las empresas no incrementaran sus precios, al tiempo que se pidió a los trabajadores que no pidieran incrementos salariales.
Una mirada sobre estas soluciones no está de más en una Argentina que sabe de inflaciones. Desde hace 70 años, con excepción del período 1992-2001, la inflación se constituyó en una enfermedad endémica de la economía local. Según Manuel Solanet, director de Políticas Públicas en la Fundación Libertad y Progreso, en los 60 años en que se la padeció, hubo solo cuatro en los que no llegó al 10%, pero en 13 oportunidades fue de tres dígitos o más. “Hubo dos episodios hiperinflacionarios: uno a mediados de 1989 y otro, a comienzos de 1990”, recuerda el economista.
A fines de 2015, Mauricio Macri gana la presidencia con un ritmo inflacionario de 22%. Después, hubo una aceleración en noviembre y diciembre, cuando se dejaron de vender futuros del dólar, hasta terminar el año en 26%. En 2016 se trepó a 40% porque hubo shock devaluatorio y suba de tarifas a principios de año. Marina Dal Poggetto, economista y directora ejecutiva de Eco Go Consultores, señala que en octubre de 2016, cuando ya la inflación era de 45%, se fijan metas formales manteniendo el sendero definido a principios de año, aún cuando el índice para 2016 estaba 15 puntos arriba de lo proyectado. Esas fueron: 12/17% para 2017; 8/12% para 2018 y 5% para 2019. “Eran metas inviables (en un contexto de corrección tarifaria y de necesidad de corregir el déficit fiscal). Así, la inflación sigue en 2018 cerca del 25%”, concluye.
Para Eduardo Levy Yeyati, decano de la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT), las recetas varían según el origen y la naturaleza de la inflación. Según analiza, de las economías con inflación inercial de los ochenta, el único caso exitoso fue Israel, que combinó anclas cambiarias y metas con un programa de equilibrio fiscal y una estrategia de desarrollo que atravesó distintos gobiernos. “Más cerca en el tiempo, Chile hizo algo parecido, con el adicional de una indexación a la inflación que inmunizó la economía contra la dolarización, al costo de ralentizar el proceso desinflacionario. En ambos casos, la consolidación tardó una década”, opina el economista.
Claro que, en todos los casos explicados no hay varita mágica que valga, como así tampoco soluciones exprés. En los ejemplos mencionados, fue necesario cierto consenso de toda la sociedad y el plazo demandado para bajar el fenómeno inflacionario fue, en promedio, de diez años. Así y todo, ningún éxito hubiera sido posible si no se hubiera logrado generar credibilidad en la población.
Michel Strawczynski, director del departamento de investigación del Banco de Israel, dice que si las metas son creíbles, el pueblo las acepta. “Al principio la meta era 10% y la fueron bajando en forma gradual. Luego, siguieron bajando a razón de 2% por año, hasta llegar a un índice de entre 1% y 3%, que es el actual. Cuando se llegó a eso, quedó para siempre, porque se consideró el rango exacto”, explica.
En el caso israelí fue muy curioso cómo el cumplimiento de las metas cambió un hábito cultural de su gente. Al igual que sucede en la Argentina, estaban fuertemente influenciados por el dólar, pero pronto eso cambió: en los noventa, 91% de la población compraba sus propiedades en moneda estadounidense, en los 2000, solo 10% lo hacía en ese billete, y hoy ese porcentaje ronda el 5%.
Fue un proceso complejo que necesitó del compromiso de todos los sectores de la sociedad, y que no estuvo exento de algunos conflictos puntuales, pero, invitado a sintetizar, Strawcziynski lo resume así: “Banco Central con independencia y gran apoyo del gobierno, metas de inflación que se cumplen y dan credibilidad, ley de no emisión y déficit fiscal menor al 3% en promedio. Esta fue la receta para bajar la inflación de 20 a 3% en diez años”.
Leonardo Leiderman, economista que vive en Israel, aclara que allí la ortodoxia no fue suficiente y hubo que usar elementos heterodoxos dentro de la política, los cuales incluyeron banda cambiaria tipo crawling peg (una especie de tabla) y un acuerdo o pacto social entre la central obrera, la asociación de empleadores y el gobierno
Por su parte, Tomás Flores, economista y exsubsecretario de Economía del primer Gobierno de Sebastián Piñera , comenta que la lucha contra la inflación en Chile se ha convertido en una política de Estado. “Lo que la Argentina vive hoy, nuestro país lo vivió en los noventa. En esa época la inflación superaba el 30% anual, pero en 10 años logramos reducirla a 3%, que es la meta existente hasta hoy”, afirma el exfuncionario.
Un ingrediente fundamental de esta receta fue el aumento de las tasas de interés, pero, tal como advierte el especialista, la dosis tiene que ser acotada en el tiempo, porque su persistencia puede tornarse catastrófica para empresas y personas que están muy endeudadas. “Una medida de más largo plazo fue la firma de acuerdos de libre comercio, para que llegaran productos importados más baratos”, acota Flores.
Claro que eso fue posible sin conflictos sociales porque, a diferencia de lo que ocurre con algunos sectores en la Argentina, en ese momento el país vecino no tenía una industria local relevante. “Por lo tanto, la apertura no generó un perjuicio interno y se pudo complementar muy bien nuestra economía con la asiática”, señala el economista.
Algunos datos ilustran los resultados de esa política de apertura. Por ejemplo, la indumentaria cuesta 15% más barato hoy que en 2013 (que es el año base para medir la inflación en el país trasandino). También se logró eso en alimentos y en automóviles, donde el ciclo de precios fue moderado mediante la importación.
Otra cosa relevante fue el orden fiscal, para lo que se creó una regla de comportamiento fiscal que obliga a que el presupuesto se equilibre en el mediano plazo. Y esa regla se mantuvo a pesar de los cambios de gobiernos (actualmente, está en 2,7% de PBI, pero el objetivo es llegar a cero en cuatro años). Además, cuando el gobierno tiene déficit no puede conseguir ese financiamiento en el Banco Central, sino que lo tiene que buscar en el exterior.
Un mensaje importante, según subraya Flores, es que esto no se logra de un año para otro. En el caso de Chile tomó cerca de una década pasar de 30% a 3%. “El primer año se puso una meta de 27% y se logró cumplir, lo que fue muy importante para lograr credibilidad. Al año siguiente se puso en 24 y así sucesivamente. Quizás en el caso de la Argentina la meta fue muy exigente, porque pasar de 40% a 15% no es fácil”, comenta.
El caso colombiano guarda ciertas similitudes con el chileno. Según describe el economista Fernando Morra, en su trabajo “Moderando inflaciones moderadas”, el país hizo cambios importantes en el diseño de la política monetaria durante los primeros años de la década del noventa. “En 1991, se instituyó mediante un artículo constitucional la independencia del Banco de la República, aclarando a su vez que su objetivo principal debía ser preservar el valor de la moneda”, se lee en este análisis.
El sistema de metas de inflación en Colombia, que logró bajarla desde 35% en los noventa hasta 4% en los 2000, tuvo dos características particulares: las metas no se anunciaban claramente como una herramienta en el marco de un conjunto de instrumentos para reducir la inflación y, por otra parte, hubo una diferencia importante entre los objetivos y los valores alcanzados al cierre, por lo menos en los primeros años.
“Así, la instrumentación de la política monetaria en Colombia incluyó un régimen mixto, donde la meta de inflación se constituía como un anuncio intermedio, mientras instrumentaba una política directa sobre los agregados monetarios y se mantenía la prerrogativa de intervenir sobre el mercado cambiario en caso de ser necesario”, se explica en el trabajo de Morra.
México llegó a tener en 1987 una inflación de 179%, según datos del Banco de México, la bajó a 2% a principios de los noventa, volvió a trepar a 50% en los años del “efecto Tequila” y volvió a bajarla en diez años al 2,5% anual. José Agut García, licenciado en Economía de la Universidad Iberoamericana de México, es exitista con el “caso mexicano”. Según dice, en el mundo no se han aplicado las medidas antiinflacionarias que se aplicaron en su país. “Fuimos los primeros y los más exitosos, algo que se debió a la condición política de ese momento”, destaca.
¿Qué hizo México? Se firmó en 1988, durante el gobierno de Miguel de Lamadrid, el pacto PECE, una mezcla de políticas ortodoxas y heterodoxas. Al mismo tiempo, se hizo lo que indica lo tradicional de la teoría económica y la política monetaria y fiscal; es decir, reducir la circulación de dinero en la economía.
Pero eso no fue todo, según cuenta Agut García: además, el Gobierno se comprometió a mantener fijos sus precios públicos (luz, gas, impuestos, combustible, etc), con la condición de que las empresas no incrementaran sus precios. Y se les pidió a los trabajadores, agrupados en un gran sindicato (CTM), que no hicieran peticiones de incrementos salariales. “Todo esto se puede lograr solo a través de un pacto y de tener el control férreo de las agrupaciones de la sociedad. Además, se tenía mayoría abrumadora en el Congreso y apoyo total en la sociedad”, remarca el economista.
Por otra parte, el gobierno mexicano trató de estimular la economía dando subsidios al campo, que también era parte del gran pacto. “En el mundo esto es muy difícil de repetir y me parece que en la Argentina hay un esquema político muy complicado. Además, el gobierno actual no tiene control absoluto del Congreso, mientras que el de México en aquel momento sí lo tenía”, opina Agut García.
Hay otro punto a tener en cuenta: al igual que Chile en su momento, México comenzó en los noventa a firmar acuerdos y tratados internacionales para abrir las fronteras al comercio. Entonces, el exceso de demanda agregada se suplió en el extranjero, haciendo que su economía se transformara en una de las más abiertas del mundo.
Brasil, en tanto, adoptó metas de inflación a partir de 1999. Los países hasta ese momento tenían tipo de cambio fijo o bandas cambiarias. Después de la crisis asiática de 1997 (que desembocó en la de Rusia de 1998) les fue muy mal con esa política, porque ya no podían sostener un tipo de cambio fijo. “Entonces, Brasil adopta las metas de inflación e instrumenta la política monetaria de los países desarrollados. Así logró su objetivo de llevar el índice de 20% a 6% anual en un lustro”, recuerda Ariel Coremberg, director del Centro de Estudios de la Productividad de la Universidad de Buenos Aires.
Asimismo, en Brasil también se adoptó la Ley de responsabilidad fiscal y finanzas públicas municipales, que implicó que desde 2002 hasta 2010 la deuda pública neta bajara de 60 puntos del PBI al 40%. “Cualquier cuestión que haga reducir el déficit fiscal ayuda para bajar la inflación, pero para los brasileños no fue fácil porque tienen un régimen fiscal más complicado incluso que el de la Argentina”, acota Coremberg.
Cuando se le pregunta sobre cuál de todas las soluciones anteriores sería la más aplicable en la Argentina, Levy Yeyati aclara que la respuesta es más compleja que una simple receta. “Cuando la inflación es inercial, las metas son un modo natural de alinear expectativas con un menor costo de crecimiento. El problema es que, como el efecto se basa en la confianza en la autoridad monetaria, un mal cálculo inicial que lleve a incumplir o cambiar la meta reduce la fortaleza de este canal. Por eso, un esquema de metas tiene sentido cuando es consistente con el resto del programa económico: déficit, tarifas, impuestos, competitividad, y cuando tiene fuerte apoyo político y social. De ahí la conveniencia de un consenso social que comunique y valide los elementos del programa”, concluye.
Para Coremberg, todos los esquemas descriptos son aplicables a la Argentina, pero acá hay particularidades que hacen al país diferente del resto: dolarización de la economía, comportamiento fiscal inadecuado y una pésima historia de incumplimiento de contratos (ninguno de los otros países analizados defaulteó su deuda en los últimos 30 años).
Por eso, los casos de Israel, México, Chile, Colombia y Brasil pueden servir como espejos en los que el país vea reflejada una salida para su mayor problema actual, pero debe tener en cuenta su propio historial, consolidar la credibilidad y mostrar consistencia en el tiempo.