Uno de los indicadores más importantes dentro de la ciencia económica puede ser localizable en el PIB Per cápita. Este es un indicador determinante para establecer el nivel de riqueza de un país.
Por * Henry Vizcaino
Algunas comparaciones entre países se convierten en elementos útiles para el entendimiento de las causas de por qué un país sostiene mejor bienestar que otro. Las diferencias pueden resultar ser odiosas o incómodas, pero se convierten en un mecanismo sano para buscar nuevos horizontes que puedan trasladarnos a situaciones mejores que las presentes.
Uno de los indicadores más importantes dentro de la ciencia económica puede ser localizable en el PIB Per cápita. Este es un indicador determinante para establecer el nivel de riqueza de un país. Los denominados países desarrollados se suelen destacar en materia económica por contar con niveles de PIB per cápita más altos, que les permite presentar un mayor manejo de recursos para hacer posible la prosperidad de sus ciudadanos.
Gracias a formar parte de un mundo cada vez más globalizado donde el acceso a información estadística se ha convertido en una herramienta útil para medir el desempeño de cada economía a lo largo de varias décadas se hace más fácil evidenciar atraso o mejoras en el tiempo con países que al igual que la Argentina empezaron su peregrinaje de desarrollo en el siglo XIX. En este caso, es interesante ver la comparación con Nueva Zelanda en cuanto al comportamiento del PIB per capita.
Argentina tuvo un desempeño superior durante varias décadas, para luego tener un comportamiento casi similar con ciertas oscilaciones, para empezar definitivamente desde los años 30 un proceso de declive con respecto a Nueva Zelanda.
La historia de Argentina con respecto a este indicador puede ser catalogado como una pérdida progresiva de producción de riqueza, pasando del auge al declive o estancamiento. Es común hallar en diferentes escritos un período de éxito argentino enmarcado entre una ilusión de bienestar para pasar al desencanto con respecto al país.
El alejamiento cada vez más separado del mundo desarrollado aconteció sin percance alguno. Nueva Zelanda para los años de 1913-2010 haría esfuerzo en mantener su estabilidad monetaria, teniendo en promedio durante estos años una inflación de 5,61 % y la Argentina durante ese tiempo 161,53 %.
El máximo porcentaje de inflación de la Argentina para ese período se ubica en 4.953,57 % en el año 89 con varias secuelas de inflación persistente llegando a la hiperinflación, mientras que Nueva Zelanda solo tendría como máximo un 18,24 para 1986, sin conocer la hiperinflación.
A eso sumémosle el gran problema de la Argentina con temas institucionales, golpes de estados, dictaduras, fragmentación social, y la imposibilidad de sostener el crecimiento en el tiempo. Problemas que Nueva Zelanda más allá de haber tenido participación durante la I° Guerra Mundial y II° guerra mundial, donde las tropas neozelandesas lucharon junto a Gran Bretaña en Europa, el Medio Oriente y el Pacifico, pagando un precio muy alto: Uno de cada tres hombres entre las edades de 20 y 40 años resultaron muertos o heridos.
Esto para un país que nunca se ha destacado por tener una gran población, es casi una tragedia. Pero desde fines de los 40 a los 70 los neozelandeses gozaron de una creciente prosperidad económica basada fundamentalmente en la agricultura y ganadería sin ningún percance parecido al de Argentina.
A eso sumémosle que ambos países presentan desde hace décadas un comportamiento muy distinto con respecto a la apertura comercial, siendo muy dispares en cuanto a la importancia del papel que desempeña el comercio para cada uno.
La Argentina ha protagonizado varios caminos que la ubican de una manera y a Nueva Zelanda de otra. Para los tiempos actuales parece útil y necesario destacar que El Índice de Calidad Institucional, que elabora la Fundación Libertad y Progreso desde 2007 para la presente edición-2018, termina ubicando a Nueva Zelanda en el primer lugar de 191 países, y la Argentina se ubica en el 119.
Buenas instituciones se traducen en mejor calidad de vida para los habitantes de una nación y eso es medible. En todos los casos puede verse que los países que tienen mejor calidad institucional son también aquellos que brindan las mejores oportunidades a sus ciudadanos y tienen el mejor desempeño en términos de economía, educación, salud o el indicador que quiera mirarse, caso contrario a los países más lejos de esa realidad.
No estamos tan lejos
Hay pocas razones para creer que en el país se genere un esquema distinto por el único y simple hecho de que se muestre la realidad de un país con respecto al otro. La historia de la prosperidad y el buen vivir no la han alcanzado todos, en un mundo donde unos son desarrollados y otros todavía los siguen persiguiendo, convirtiéndose en la meta de los diferentes académicos de todos los ámbitos, hablar de cómo alcanzar el bienestar y la eficiencia.
La lógica de lo sostenible es lo que garantiza el futuro, lo contrario a eso con elementos vulnerables económicos y sociales donde se conviva con desequilibrios institucionales, es un camino que ha demostrado que solo puede brindar el enterramiento de posibilidades reales de prosperidad.
La Argentina muestra tendencias contradictorias, entre una alta capacidad para el desarrollo y una incapacidad para lograrlo, en el marco de una perseverante decadencia institucional que ahora intenta revertir. El aspecto más crítico es el del decaimiento socioeconómico y el de la frustración de las expectativas colectivas con respecto al país.
El manejo y la resolución favorable de esta cuestión serán determinantes para inclinar la balanza hacia la reconstrucción de la institucionalidad y reglas de juego de mercado que permitan recuperar el rumbo a la prosperidad para brindar mayores oportunidades de progreso para sus habitantes.
*Henry Vizcaino, economista colaborador de la Fundación “Libertad y Progreso”