El peso, un villano tan débil como vengativo, se cobró otra víctima en el Banco Central

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LA NACIÓN – La Argentina es original, tanto que, a diferencia de lo que sucede en la mayoría de las películas de Hollywood, construyó al malo de la película débil y prescindente. Pero a no equivocarse con esa debilidad; es letal.

En los 83 años de vida, en el Banco Central se cobró 59 presidentes, algo así como uno cada 1,3 años. Apenas para que sirva de comparación: la Reserva Federal de los Estados Unidos sentó en la silla principal a 16 funcionarios en 104 años, uno cada 6,5 años. Pero las víctimas de aquel villano no solo se cuentan en la entidad monetaria; hay en cada rincón de la Argentina.Economía argentina y devalucación

¿De quién se trata? ¿Quién es el responsable de semejante drenaje? El peso, la moneda argentina, tan débil como violenta. Determinante a la hora de decidir la suerte de uno de los cargos más importantes para el manejo de la economía de un país.

Desde hace 70 años, la Argentina no ha podido con la inflación, un tema resuelto en la gran mayoría del territorio mundial. Dos dígitos de aumento de precios solo exhiben un puñado de países. Los demás, incluso los de América Latina, pobres o ricos, desarrollados o no, piensan y se abocan a otros problemas.

Pero ahí está empantanado el país, en un dilema de la suba de precios constante.

Los presidentes del Banco Central son, ni más ni menos, uno de los fusibles que se cobra la debilidad del peso. No ha sido posible construir una moneda confiable durante siete décadas en el país. Los ciudadanos, los empresarios, los inversores, sean locales o extranjeros, todos huyen en algún momento del peso débil. Nadie se queda ante la menor sospecha de que las preferencias se vuelven verdes. Y esas corridas contra el maltrecho villano de la película terminan por eyectar presidentes y funcionarios.

La debilidad del peso lleva consigo conductas similares de todos los agentes económicos, sean grandes fondos de inversión o trabajadores que por poco llegan a fin de mes.

Pocos entienden lo que sucede cuando el peso se debilita. Aldo Abram, economista y director de la Fundación Libertad y Progreso, lo explicaba ayer casi con tono de docente: “El trabajo del plomero vale lo mismo que antes de la corrida; el pan vale lo mismo. El tema es que los pesos que uno tiene para pagar valen menos, por lo tanto, son necesarios más para cancelar el mismo bien o servicio”.

El proceso es claro: por alguna razón -desconfianza, volatilidad o errores propios- deja de demandar pesos. Simple y desconcertante. Entonces la moneda local, maltrecha y vengativa, ya con todo perdido, se cobra una víctima.

En caliente, aún con la noticia de la salida de Federico Sturzenegger recién conocida, el economista Luis Secco repasaba el rol de los banqueros centrales en el mundo. Cuenta que en los últimos años han ganado prestigio, básicamente desde que lograron erradicar la inflación. “Recientemente, sortearon una de las crisis financieras globales más grandes de la historia [por la de 2008/2009] sin los efectos devastadores que se podrían haber producido si no hubieran tomado las riendas del problema desde un principio”, dice.

Una historia repetida

Pero nada de eso se aplica en la Argentina. “Acá, los presidentes del Banco Central son recordados más por sus fracasos que por sus logros, y eso es así porque la Argentina es un país (tal vez “el país”) que no ha podido darse una moneda. Además, la inflación es endémica desde hace nada menos que setenta años”, concluye.

Desde los años setenta, la moneda argentina perdió 13 ceros. Si los banqueros no hubieran impuesto cada tanto las amputaciones, un peso sería 10 cuatrillones. Imposible pensar en esas cifras.

Abram dice que esta quita de ceros es una estafa a los argentinos. “¡Como para no renegar del peso!”, exclama.

Hay ejemplos concretos de estos días que pueden servir. Hace pocas semanas, el Banco Central licitó Lebac, las famosas letras en pesos que se convirtieron en tema de conversación hasta de mesas de bar. Mucho se habló de la tasa de 40% anual, algo así como 3,33% por mes.

Ahora bien, quienes fueron seducidos por aquella tasa han perdido mucho respecto del dólar en las últimas semanas. En lo que va de junio, el peso perdió 15% de su valor frente al dólar. De ahí el desprecio a la moneda local.

Anoche, el Banco Central circuló el llamado a licitación para la próxima licitación de Lebac. Será un desafío; los ojos de la City se posarán en el Central el martes por la tarde. ¿Se quedarán los inversores en pesos o exigirán más tasa para permanecer? ¿Correrán al dólar? ¿O aparecerá algún bono atractivo para que los bancos desarmen su exposición en letras a cambio de otro papel? Finalmente se trata de no quedarse con moneda local ni tampoco dejarlos sueltos en el mercado, justo un mes donde el aguinaldo inyectará millones.

Todo por el peso, débil, pero letal; vengativo cuando se lo desprecia. Tanto que se cobra los ceros que la historia le amputa con ministros de Economía y con presidentes del Banco Central.

 

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