Ha publicado artículos en diarios de Estados Unidos y de América Latina y ha aparecido en las cadenas televisivas.
Es miembro de la Mont Pèlerin Society y del Council on Foreign Relations.
Recibió su BA en Northwestern University y su Maestría en la Escuela de Estudios Internacionales de Johns Hopkins University.
Trabajó en asuntos interamericanos en el Center for Strategic and International Studies y en Caribbean/Latin American Action.
EL COMERCIO -¿Por qué amamos el fútbol?
Durante el último Mundial, cité en este espacio la respuesta del experto legal Andrés Roemer. Escribí: “Para Roemer, nos gusta el fútbol porque crea un orden en la cancha que es respetado por todos. Las reglas del juego se consideran justas al ser aplicadas por un árbitro imparcial. De esa manera, es el esfuerzo propio, y un poco de suerte, lo que determina los resultados. El concepto de ‘fair play’, o juego justo, es el ideal de cualquier sociedad, y es especialmente apreciado por las que sufren de políticas e instituciones deficientes”.
Un amigo recientemente me corrigió: “Lo que lo hace atractivo no es solo la ley, sino el coctel de ley… y selva”. Tiene razón. El fútbol también tiene mucho de selva. Solo basta con ver la violencia de las barras bravas de algunos países, el nivel de corrupción alrededor de los juegos amañados y la manera en que los gobiernos –y especialmente las dictaduras– se aprovechan de los campeonatos internacionales para fines propagandísticos.
Este Mundial que se lleva a cabo en Rusia –país de pocos laureles futbolísticos– sirve a los propósitos del régimen fascista anfitrión. Proyecta una imagen moderna y poderosa de la Rusia de Putin. Con toda probabilidad, tal como reporta The New York Times, Rusia se ganó la licitación a través de millonarios sobornos a representantes de la FIFA. En el mismo año (2010) en que votaron a favor de Rusia, empezó la investigación que terminaría destapando el enorme escándalo de corrupción dentro de la FIFA en que numerosos altos funcionarios de esa organización serían condenados. La investigación no evitó que Rusia fuera la sede del actual Mundial.
El Mundial de 1978 en Argentina le sirvió a la dictadura militar de una manera similar. Recuerda el periodista Fernando Gutiérrez que el eslogan publicitario del régimen fue “Los argentinos somos derechos y humanos”. La victoria de Argentina en la final –hecho posible por un sospechoso partido previo contra Perú– logró “‘ablandar’ la imagen del régimen”.
Para los anfitriones, el campeonato ofrece amplias oportunidades para la corrupción en la construcción de estadios e infraestructura, tal como mostraron las Olimpiadas recientes en Rusia y Brasil, así como el último Mundial en el país de la capoeira. De hecho, en buena parte de América Latina, la corrupción empieza a nivel de los clubes y se convierte luego en un problema que cruza fronteras.
Además, toma muchas formas. En México, Centroamérica y Colombia, los narcotraficantes se han involucrado en el fútbol. Así, pueden lavar dinero, congraciarse con la población y hasta arreglar los resultados de los partidos. La organización Insight Crime reporta que las barras bravas de Argentina se han criminalizado de tal manera que están metidas en el tráfico de drogas, la extorsión y otras actividades ilícitas. Reporta que las barras bravas uruguayas también se están convirtiendo en cárteles.
Gutiérrez predijo la presencia de argentinos violentos en este Mundial, cosa que se confirmó luego del partido contra Croacia. Para Gutiérrez, las barras bravas argentinas “han alcanzado un grado de desarrollo, poderío y sofisticación que las sitúan en una categoría diferente”. Según él, dejan sus diferencias de lado en Rusia y se ponen de acuerdo con sus contrapartes rusos contra su “enemigo común: los hooligans de Inglaterra”.
La violencia y el crimen organizado se han infiltrado en el fútbol en sus diversos niveles, según el jefe de seguridad de la FIFA. Y en muchos países existen vínculos con la política, por lo que suele haber más selva que ley en varias asociaciones de fútbol nacionales. Al fin del día, el fútbol atrae, entre otras razones, porque es una constante competencia entre selva y ley.
Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 26 de junio de 2018.