Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.
Profesor de Finanzas e Historia Económica, Director del Centro de Estudios de Historia Económica y miembro del Comité Académico del Máster de Finanzas de la Universidad del CEMA (UCEMA). Profesor de finanzas en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York (2013-14). Licenciado en Economía UBA (1985) Master of Business Administration (MBA) de la la Universidad de Chicago (1990). Autor de numerosos libros y artículos académicos sobre historia, economía y finanzas.
CLARÍN – Lo primero a destacar de la crisis cambiaria que comenzó a fines de mayo es que, a diferencia de otras, fue anticipada. El Gobierno y algunos formadores de opinión prefirieron descalificar, relativizar o ignorar las advertencias, incluso cuando las animaba un espíritu constructivo.
Lo segundo a destacar es que la reacción de los mercados erapredecible. Quien no lo entiende, no entiende los mercados. Y quien no entiende los mercados no puede agregar mucho a nuestra comprensión de la crisis y, menos aún, a la elaboración de una respuesta para superarla. El mercado es un espejo de la realidad económica. Ignorar lo que refleja puede costar caro.
Desde hace varios siglos sabemos que los mercados financieros a veces se alejan de los fundamentals y son dominados por la codicia o el pánico. Esto último ocurre cuando se desvanece la confianza. La velocidad y la virulencia con la que reaccionaron los mercados estas semanas son consecuencia de la incapacidad del Gobierno de articular una solución creíble a los problemas estructurales que enfrenta la economía argentina desde antes de diciembre de 2015. Nada de esto es novedad. Tampoco, ideología.
En tercer lugar, como estaba planteado, el gradualismo era esencialmente voluntarismo. Fuimos varios los que señalamos que implicaba poner la solución a los problemas económicos del país en manos de inversores extranjeros, que son notoriamente volubles.
Un mundo cada vez más proteccionista, una economía norteamericana en pleno empleo y con déficits recurrentes del orden del 5% del PBI, y una Reserva Federal que desde 2016 viene endureciendo su política monetaria indicaban claramente que las tasas de interés en dólares iban a subir. Y la historia indica que cada vez que esto ocurre, se retraen los flujos de capitales a mercados emergentes, especialmente aquellos que se perciben como más vulnerables (como es el caso de la Argentina).
En dos aspectos claves, Macri no aprendió de los errores de Kirchner. Primero, creyó que la política podía dominar a la economía. Eso ocurre sólo a veces, por períodos cortos y cuando el viento de cola es muy fuerte. No fue el caso. Segundo, creyó que podía ser presidente y Ministro de Economía. El organigrama no importa si la estrategia económica está claramente delineada, coordinada y, además, es viable. Tampoco fue el caso.
Pero su error fundamental fue creer que se podían corregir diez años de descontrol fiscal y distorsiones de precios relativos bajo el populismo kirchnerista, con “sintonía fina” y gradualismo. A Macri no lo asesoraron bien. Un voluntarismo simpático suplantó al análisis económico.
En los últimos setenta años, el populismo ha provocado numerosas crisis (no todas). Una revisión de la historia muestra que su origen ha sido siempre el mismo. Desde 1945 hubo 11 planes anti-inflacionarios que duraron más de 18 meses.
Sólo cinco fueron exitosos y sólo uno ocurrió bajo un gobierno militar. El gradualismo nunca funcionó, como tampoco ignorar a los mercados o intentar doblegarlos. Lo único que siempre funcionó fue la disciplina monetaria y fiscal desde “el vamos”. También ayudó un contexto internacional favorable (mejores términos del intercambio).
No hay que confundir a la opinión pública. No es cuestión de ideología sino de simples “cuentas de almacenero”. El problema central de la economía argentina es que gastamos más de lo que producimos. Este exceso de gasto se origina fundamentalmente en el sector público.
En cuanto al desahorro del sector privado, no es consecuencia de un exceso de inversión sino de gasto en bienes importados y/o viajes al exterior. Ambos problemas fueron exacerbados por las políticas de este gobierno.
Es obvio que para superar la restricción externa, en vez de hacer un ajuste sería más conveniente expandir la capacidad productiva del país. Pero esa expansión sólo puede hacerla el sector privado. Y con el alto costo que directa e indirectamente le impone el Estado a través de intervenciones, regulaciones y una fuerte presión impositiva no pasa de ser una expresión de deseos.
En la situación actual, el exceso de gasto público sólo puede financiarse con emisión monetaria, endeudamiento o una combinación de ambas. La primera opción nos llevaría irremediablemente a la hiperinflación. En cuanto a la segunda, dado el magro nivel de ahorro local, necesariamente implica endeudarse en el exterior.
Pero hacerlo de manera recurrente, inexorablemente llevaría a una crisis externa y un default. Esto no es ideología, es realismo. Los inversores percibieron que el gradualismo era demasiado gradual y actuaron en consecuencia.
Al igual que en el fútbol, el voluntarismo no va a resolver los problemas de la economía argentina. Lo que se requiere son reformas estructurales que permitan al sector privado realizar todo su potencial productivo.
Cuanto antes y más rápido se hagan estas reformas y mejor se comuniquen, más rápido mostrarán resultados positivos. Así de simple.
* Emilio Ocampo es economista e historiador