Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
EL CRONISTA – Este es el título de uno de los libros del premio Nobel en economía, Milton Friedman. En esa obra el autor subraya lo que bautizó como el “triángulo de hierro” formado, por una parte, entre los políticos que buscan votos otorgando privilegios, por otra los beneficiarios de esas dádivas y finalmente por los burócratas que se aferran a sus puestos alimentados por aquellas demagogias.
En la presente nota quiero tomar ese magnífico y muy ilustrativo título para indagar en parte de nuestra situación argentina. Es muy paradójico y realmente curioso que la gente se queja por lo que le sucede pero, al mismo tiempo, no le cabe en la cabeza que se adopten medidas de fondo para justamente revertir los problemas que la aquejan.
En otros términos, están envueltas de tal manera en telarañas mentales y se encuentran tan tiranizadas por el statu quo que no pueden concebir salidas distintas a las rutinas en las que están embretadas. Es una especie de notable jibarización de las neuronas por la que pierden perspectiva. Pretenden corregir lo que les molesta pero al mismo tiempo mantener lo mismo. Una incoherencia superlativa.
Ofrezco algunos pocos ejemplos. Se pagan impuestos astronómicos pero, al mismo tiempo, no se acepta la contracción en el gasto público que es la razón por la que se producen las exacciones. Se quiere contar con luz, gas y agua pero no se asume el costo de esos servicios.
Se demandan buenas atenciones de las mal llamadas empresas estatales pero no se considera que los incentivos empujen a la eficiencia si se traspasan al sector privado donde hasta la forma de tomar café es radicalmente distinta a cuando el activo es “de todos”.
Se insiste en que el Papa no debe inmiscuirse en nuestra política pero se estima que debe continuar el Estado Vaticano establecido en la época de Mussolini a contracorriente de aquello de que “mi reino no es de este mundo” y, en este mismo sentido, se pretende eliminar las corrupciones en el Banco del Vaticano en lugar de liquidarlo y usar la banca existente.
Se exigen puestos de trabajo pero al mismo tiempo se acrecientan regulaciones absurdas que provocan desempleo. Se demanda la oferta de bienes de alta calidad y bajo precio pero al mismo tiempo se imponen barreras aduaneras para cubrir a empresarios ineptos. Se pretende finiquitar el flagelo de la inflación, mientras se continúa con las manipulaciones monetarias y cambiarias.
Es de especial relevancia estar alertas cuando los gobernantes dicen que “se ocuparán de los problemas de la gente” porque ahí es donde comienzan los desbarajustes ya que no se percatan que las personas en libertad administran mejor sus vidas y haciendas respecto a lo que hacen los entrometidos megalómanos y arrogantes que todo lo estropean a su paso.
Recordemos al historiador decimonónico Acton cuando consignó en correspondencia con el entonces obispo de Inglaterra: “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”.