Amor al prójimo y respeto a la dignidad de los necesitados

Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago. Rector de la Universidad del CEMA. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Consejero Académico de Libertad y Progreso.

REVISTA ACDE – El pasado 18 de julio tuve el honor, junto al Dr. Roque Fernández, Presidente del Consejo Superior de la Universidad del CEMA, de hacerle entrega al Padre Pedro Opeka del grado de Doctor Honoris Causa de la UCEMA, “en reconocimiento a su distinguida y extensa trayectoria como sacerdote católico dedicado a la elevación, formación, educación y autoestima de miles de hombres, mujeres y niños en situación de marginalidad, promoviéndolos de manera genuina, sin apelar o caer en ‘clientelismos’ y subrayando el valor de la dignidad y de la libertad de cada ser humano”.

Al recibir el grado, el Padre Opeka expresó: “Siento una profunda alegría que este trabajo en favor de los más pobres haya sido considerado digno de ser resaltado por vuestra universidad. En nombre de todo el pueblo de Akamasoa acepto vuestra proposición, puesto que se trata de honrar a los pobres excluidos que supieron ponerse de pie por medio del trabajo, la educación, el respeto mutuo y así reapropiarse nuevamente de su dignidad”.

Claro y conciso. Trabajo y educación, dos pilares sin los cuales resulta imposible pretender romper el círculo vicioso de la pobreza, respetando la dignidad de los necesitados.

Al respecto, señalaba Juan Pablo II en su Encíclica Laborem Exercens: “El trabajo es un bien del hombre -es un bien de su humanidad-, porque mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en un cierto sentido se hace más hombre”.

¿Qué mejor modo de tratar a los necesitados que ayudarlos a insertarse en la sociedad productiva? Veamos sino las palabras del Padre Opeka: “No debemos asistir, porque cuando lo hacemos, disminuyendo a la gente, los convertimos en dependientes, casi en esclavos de nosotros. Y Dios no vino al mundo para hacernos esclavos sino para liberarnos, ponernos de pie. Tenemos que trabajar. Hay que combatir ese asistencialismo”, y asociémoslas al pensamiento de Benedicto XVI, reflejado en su Encíclica Caritas in Veritate, “el estar sin trabajo durante mucho tiempo, o la dependencia prolongada de la asistencia pública o privada, mina la libertad y la creatividad de la persona y sus relaciones familiares y sociales, con graves daños en el plano psicológico y espiritual”.

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Repasemos nuevamente los dichos del Padre Opeka: “Cada vez que salgo a la calle o a visitar a las familias, la gente me pide trabajo, lo cual es un buen signo. Ya nadie más me pide dinero, sino trabajo. Aquí nuestra gente ha comprendido que sólo con el trabajo, y la escolarización de los niños y jóvenes saldremos de la pobreza”. Y comparémoslo ahora con el pensamiento de Juan Pablo II, quien en un discurso pronunciado en Santiago de Chile en abril de 1987 expresó: “El trabajo estable y justamente remunerado posee, más que ningún otro subsidio, la posibilidad intrínseca de revertir aquel proceso circular que habéis llamado repetición de la pobreza y de la marginalidad. Esta posibilidad se realiza, sin embargo, sólo si el trabajador alcanza cierto grado mínimo de educación, cultura y capacitación laboral, y tiene la oportunidad de dársela también a sus hijos. Y es aquí, bien sabéis, donde estamos tocando el punto neurálgico de todo el problema: la educación, llave maestra del futuro, camino de integración de los marginados, alma del dinamismo social, derecho y deber esencial de la persona humana”. Las similitudes son evidentes, educación es la respuesta.

En julio de 2013 el Papa Francisco pronunció un movilizador discurso en su visita a Río de Janeiro, en el cual señaló: “La medida de la grandeza de una sociedad está determinada por la forma en que trata a quien está más necesitado”.

Ojalá los líderes de nuestra sociedad se inspiren en la labor del Padre Opeka, un argentino que ha cambiado la vida de más de medio millón de personas en uno de los países más pobres de la tierra, ofreciendo trabajo y educación, jamás asistencialismo. ¡Qué mejor forma de tratar a quien está más necesitado!

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