Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
La educación alude a cuatro planos complementarios y, por ende, estrechamente vinculados entre si. En primer término, a los valores que hacen al respeto recíproco y al propio y a los conocimientos sobre distintos territorios de las ciencias y las artes, en el contexto del dictum de Einstein en cuanto a que “todos somos ignorantes solo que en temas distintos” lo cual hace que estemos atentos y en la punta de la silla para el aprendizaje, incluso por parte de las personas más alejadas de nuestros intereses corrientes y conocimientos recibidos por quienes provienen de las más diversas ocupaciones y condiciones sociales.
En segundo lugar, el tan necesario contacto con la naturaleza, especialmente con los animales. El tercer capítulo de una buena educación estriba en el cultivo del sentido del humor sin el cual no es posible la buena vida. Por último en este cuarteto clave, se encuentra la indispensable práctica del deporte.
Esta faceta deportiva, educa el carácter, enseña el autocontrol, prescribe la disciplina, subraya la honestidad, estimula el compañerismo, muestra las virtudes del juego limpio, acostumbra a seguir a rajatabla las reglas justas, enfatiza las ventajas que proporciona el recato de ganar sin soberbias e incentiva sobre la importancia de saber perder y felicitar con hidalguia al ganador.
Desafortunadamente de un tiempo a esta parte, en algunos lugares el fútbol se ha convertido en una batalla campal, en gran medida se ha transformado en un clima bélico donde prima la agresividad y la violencia superlativa. Muy lejos de aplaudir al victorioso, los perdidosos han mutado en hordas salvajes capitaneadas por mal llamadas “barras bravas”. Mal llamadas ya que esa denominación arrastra cierta connotación de sujetos bravucones, altaneros y traviesos, por momentos con cierto halo de heroicidad. Muy por el contrario, se trata de malandras de la peor especie cuando no de asesinos encubiertos, en otras palabras de delincuentes y de bandas no solo muy alejadas sino absolutamente opuestas a todo lo que pueda rozar la idea del deporte. Sugiero para estos crápulas una expresión que satisfaga los requisitos del insulto de grueso calibre que se merecen y que también describa el hecho de lo antideportivo en el juego que pretenden representar de contrabando. Propongo que se los llame “canallas del antifútbol”.
Antes de seguir adelante, declaro que en lo personal no me atrae el fútbol. Puede ser que esto derive de un complejo: estuve pupilo en un colegio inglés donde hice todo tipo de deportes pero me concentré sobre todo en el rugby donde era capitán de uno de los equipos y en el tenis. Cada vez que me obligaban a jugar al fútbol incurría en reiteradas infracciones, confundiendo este deporte con las normas del rugby. Estimo que lo antedicho no constituye una desventaja para comentar sobre el fútbol sino que puede transformase en puntos a favor ya que no estoy imbuido de las inclinaciones de los célebres hinchas ni estoy empujado por cierta parcialidad que a veces los caracteriza.
Pues bien, agregamos perplejos que estos canallas del antifútbol resulta que cuentan con apoyo financiero gubernamental y apoyo logístico de punteros políticos, por ejemplo, en la Argentina con la entrega de “planes sociales” coactivamente sufragados con el fruto del trabajo ajeno y respaldo de políticos en campañas electorales. Además, los clubes de fútbol suelen contar con reiterados perdones fiscales y otros favoritismos, los cuales como señalan entre otros Enrique Ghersi y Gustavo Lázzari son el resultado de que los clubes de fútbol en la mayor parte de los casos están constituidos como asociaciones civiles sin fines de lucro en lugar de establecerse como sociedades anónimas.
Ghersi y Lázzari explican que en el primer caso los clubes son habitualmente tratados como entidades de bien público que los aparatos estatales deben cuidar, proteger y alentar puesto que operan bajo la fachada de una especie de obra filantrópica que alienta a la juventud y protege a los más vulnerables. En este cuadro de situación se producen todo tipo de maniobras, corrupciones y canonjías otorgadas por políticos y gobernantes con el apoyo logístico de los antes mencionados canallas del antifútbol, todo lo cual, reiteramos, no ocurre cuando las referidas entidades son sociedades anónimas con verdaderos responsables en lugar de insistir en que “el club es de todos” con la consecuencia inevitable que no es de nadie. La figura de la sociedad anónima abre las puertas a fuertes incentivos para mantener auditorias y llevar a cabo gestiones redituables para el club, en lugar de los déficits crónicos y endeudamientos permanentes fruto de la asociación civil sin fines de lucro a que aludimos la cual, como queda dicho, es la figura más generalizada en países subdesarrollados.
Cuando han circulado sugerencias de modificar aquella figura jurídica de los clubes salen al cruce dirigentes que viven de la componenda y las corruptelas señaladas para vociferar airadamente que no es posible que entre el capitalismo en el club de fútbol ya que el lucro arruinaría el deporte, como si las ganancias que mantienen al panadero o al ingeniero estropearan sus comportamientos, en lugar de percibir que el sistema de beneficios y quebrantos se traduce en un barómetro colosal para saber cuando se da en la tecla y cuando se yerra respecto a las necesidades de los demás. Muchos son los dirigentes que prefieren lucros personales espectaculares y generalmente mal habidos al calor del paraguas protector que disfraza y disimula el supuesto “bien común”. No aceptan el negocio para dar rienda suelta a los negociados.
Lázzari apunta las ventajas obtenidas por los clubes que se han convertido en sociedades anónimas en Inglaterra, Italia y España. Y Ghersi en su ponencia presentada en el vii Congreso Anual de la Asociación Latinoamericana y del Caribe de Derecho y Economía (diciembre de 2002) se pregunta porqué no hay la violencia que tiene lugar en el fútbol en otros deportes auque el espectáculo en si sea violento como el box, o en otros deportes también masivos como el basquetbol, los hipódromos o el fútbol americano, para no decir nada del tenis, el golf o el hockey. Sostiene que “Mientras que en el béisbol, el basquetbol, el hockey y el fútbol americano los derechos de propiedad están claramente establecidos y cada equipo, cada estadio y hasta el deporte mismo tienen un dueño, en nuestro fútbol existe una total indefinición en ese sentido […] los clubes y el deporte mismo no son propiedad de nadie”.
Más adelante Ghersi destaca que “éste no es sólo un problema nacional. El fútbol se halla dominado por la FIFA a nivel internacional y esta institución, super-estado intervencionista que lo regula todo y que recibe una renta de todo, conforma una especie de monopolio que controla totalmente la forma en que se desarrolla y organiza la actividad […] En realidad el sistema impuesto por la FIFA se basa en relaciones personales y no en relaciones de propiedad. Diferentes caudillos se entronizan en la dirección del organismo y por cooptación designan a los encargados de dirigirlo a nivel internacional. No hay relación dominal alguna. Existe vínculo de lealtad, camarilla, afinidad. Una organización de este tipo destruye los estímulos de largo plazo y propende a que se preste poca atención al mantenimiento del negocio o su difusión, pues resulta más importante atender al jefe”.
José Luis Chilavert se une a las múltiples quejas en sus muy recientes declaraciones a raíz de los episodios horripilantes acaecidos en Buenos Aires que comenzaron el fatídico 24 de noviembre en las inmediaciones de un estadio de fútbol y continuaron con insólitos titubeos traducidos en reiteradas idas y venidas de dirigentes, en el sentido de que “A la FIFA y a Conmebol no les interesa el ser humano. Hace mucho tiempo que vengo refiriéndome a las anomalías dentro de la Conmebol”. Fernando Niembro también criticó severamente las conducciones de las dos entidades en relación a los acontecimientos que son del dominio público.
Entre tantos temas que deben ser aclarados en aquella fecha sórdida y durante los días subsiguientes, uno de los asuntos graves de seguridad acaecidos consiste en que habiendo más de doscientas mil cámaras oficiales en la ciudad de Buenos Aires, las imágenes más nítidas de los desmanes de marras que por ahora se disponen son de filmaciones privadas. En todo caso el vandalismo ha parido un hecho curioso: que la Conmebol haya proyectado con voto unánime que la Copa Libertadores de América se dispute en España.
En el instante de escribir esta columna la Secretaría de Seguridad Ciudadana de Madrid a través de una misiva requiere apoyo al Director de Seguridad en el Fútbol en Buenos Aires al efecto de controlar a los hinchas argentinos que eventualmente presenciarán el encuentro en el estadio Santiago Bernabéu (designación en homenaje al jugador, entrenador y presidente durante 35 años del Real Madrid).
En momentos en que se debaten acaloradamente proyectos de legislaciones para que la gente se comporte adecuadamente y que los clubes abandonen sus vinculaciones con corrupción política, en lugar de atender asuntos colaterales y más o menos irrelevantes, es de interés prestar la debida atención a lo tan bien esbozado por Garret Hardin en cuanto a “la tragedia de los comunes” y a las elaboraciones respecto a este problema que he intentado resumir en mi ensayo titulado “Bienes públicos, externalidades y los free riders: el argumento reconsiderado” (Estudios Públicos, Santiago de Chile, invierno de 1998, No. 71).
En esta misma línea argumental, Enrique Ghersi concluye la antedicha presentación al afirmar que “la mejor legislación que puede proponerse es aquella que reconstituya los derechos de propiedad en este deporte, para que los incentivos estén donde deben y sean los propietarios del negocio los que se encarguen de cuidarlo, reduciendo la cantidad de daños y compensando a las víctimas […] En nuestro concepto, la ventaja principal de este sistema es que coloca los incentivos en su sitio, no demanda gasto público y tiende a mediano plazo a producir el resultado más próximo al óptimo de Pareto”.
Por su parte Juan José Sebreli tanto en su libro Fútbol y masas como en el más reciente titulado La era del fútbol, entre otras cosas, critica severamente el fanatismo que habitualmente tiene lugar en el contexto del deporte que venimos comentando. No parece muy razonable que haya que atender a fans del fútbol en clínicas médicas a raíz de infartos producidos por un gol del equipo contrario, para no decir nada de las heridas de diverso calibre ocurridas como consecuencia de refriegas mayúsculas entre hinchas de clubes en competencia. Una cosa es la pasión por el deporte y la simpatía por un club y otra la estupidez y enceguecerse del modo más brutal con lo que se pierde toda noción de las proporciones. También Sebreli en los libros citados se detiene a considerar los peligros de los nacionalismos y las xenofobias que pueden despertar partidos entre países.
Desde un ángulo de observación distinto, el libro Alerta rojo de los periodistas Pedro y Panqui Molina ilustra maravillosamente los sueños, las ilusiones, las alegrías, los sufrimientos y en general los problemas que se suceden en las inferiores, junto a sugerencias para cambiar lo que necesita modificarse (por ahora con suerte algo esquiva). Aunque la obra alude a un equipo específico de fútbol, el análisis es extrapolable a otros casos en cuanto a que a través de los muchos testimonios de los protagonistas que el libro recoge queda claro que muchas veces el corto plazo le gana a la tan necesaria formación y adecuado estímulo. Alerta rojo es un documento muy valioso que advierte sobre pensiones donde viven jóvenes que más bien son aguantaderos, el mal trato, los inaceptables abusos de diverso orden y la entrega de alimentos vencidos por parte de los antes referidos canallas del antifútbol.
En resumen, el fútbol ha perdido buena parte del atractivo de un deporte para degradarse en corrupciones y actitudes incompatibles con el juego limpio. Lo primero para corregir un problema es contar con un buen diagnóstico y consecuentemente aplicar las medidas pertinentes que vayan al fondo del asunto y no quedarse en declamaciones inconducentes. Hace demasiado tiempo que el fútbol arrastra problemas crónicos que deben ser atendidos con la premura que la situación demanda para bien de tantos entusiastas de este deporte que siempre proceden correctamente y pretenden climas festivos en familia y no de luto y tristeza entre enemigos en lugar de adversarios circunstanciales, en un contexto donde la seguridad y la justicia operen eficazmente en base a incentivos adecuados.
Esto último desde luego incluye la efectiva aplicación de códigos penales civilizados, naturalmente a contracorriente de los nefastos abolicionismos en el contexto de una estricta igualdad ante la ley que incluye delitos de encumbrados personajes de la política y la dirigencia en general, sean estos cómplices o actores directos.