Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
Un trabajo fácticamente equivocado y con un estilo más propio de una cancha de fútbol que del debate de ideas.
Me compré El Libro Negro de la Nueva Izquierda el 2 de mayo de 2017. Ya conocía a Agustín Laje y, en general, me gustaba lo que escribía.
Solía publicar textos bien investigados, destacando siempre el valor de la libertad individual, muy al estilo de Ayn Rand. Estoy hablando de épocas en donde Agustín criticaba el populismo de Cristina Fernández, tiempo después de haber escrito largamente sobre la temática de los ’70, una que no encuentro especialmente interesante.
Para escribir El Libro Negro, de hecho, recuerdo que me pidió algunas referencias para buscar datos económicos, cosa que hice animadamente.
En 2015 leí el libro… O la mitad de él…
La sección que escribe Agustín me parece muy buena, tanto que hasta hemos hablado sobre el tema en un espacio radial que supe tener este año. Su planteo, en resumidas cuentas, es que la izquierda, esa que otrora luchaba por emancipar al proletariado de la prisión capitalista, ha perdido la batalla principalmente porque el trabajador la pasa fenómeno en las economías capitalistas.
Teléfonos celulares, hornos microondas, automóviles, ropa, salud, educación, hoy todo es increíblemente más accesible al “trabajador explotado” gracias al capitalismo.
Dicha derrota, manifestada en el derrumbe del Muro de Berlín, sin embargo, no fue suficiente para terminar con las ideas de izquierda y, según explica Laje, la izquierda ahora busca nuevas “minorías explotadas” para de ahí volver a subvertir el orden social capitalista.
El feminismo radical es un claro exponente de esta narrativa[i].
Ahora bien, el Libro Negro no se limita solo a analizar el feminismo como nuevo frente abierto de la “batalla cultural”. En una segunda sección, escrita por el abogado Nicolás Márquez, se trata el tema del “homosexualismo”.
Esta sección es verdaderamente nefasta, así que a continuación me gustaría remarcar los principales errores del análisis allí volcado. Llama la atención que una persona tan formada y aparentemente sensata como Agustín Laje no los haya advertido.
El Lado Oscuro del Libro Negro
Recuerdo que en 2015, cuando terminé de leer la (a mi juicio) buena sección escrita por Agustín Laje, intenté avanzar con la Parte II, titulada “Homosexualismo Cultural”. Al ver que el autor usaba como sinónimo de “homosexual” y “homosexualidad” a “sodomita” y “sodomía”, dejé de leer. Me pareció un trato sencillamente despreciable que no merecía un segundo más de atención.
Los liberales que miramos la televisión podemos recordar, por ejemplo, a Javier Milei tratando al kirchnerismo de “sodomita del capital”, por lo que la palabra sodomía no podía tener connotaciones muy positivas que digamos.
Tratar así al prójimo no suena bien en ningún caso, a menos que queramos ofenderlo deliberadamente.
Dejé ahí el libro entonces y no volví al tema…
Hasta este año.
Ver a algunos liberales atacar (quizás sin darse cuenta) a minorías sexuales me hizo pensar que están cometiendo el mismo error que solemos criticar: el analizar en términos de conjuntos, como si “los hombres” fueran todos “violadores” o “los ingleses” fueran todos “piratas”. Ahora parece que “los gays” tienen “una agenda”, ¡y que van a imponer el comunismo!
Decidí, entonces, ir a la fuente y retomar la parte II de El Libro Negro de la Nueva Izquierda, un cúmulo de falacias, agravios gratuitos, descalificaciones de baja estofa y un paupérrimo nivel intelectual oculto bajo una prosa supuestamente elegante.
De sodomía y sodomitas
Nicolás Márquez utiliza la palabra sodomitas alrededor de 21 veces en el libro. La palabra sodomía, por su parte, se repite 38. Siempre que están utilizados estos vocablos, el autor se está refiriendo, bien a los homosexuales, o bien a la homosexualidad.
Cuando comenté en Facebook que este trato me parecía despreciable, hubo quienes me “explicaron” que, “técnicamente”, el uso de la palabra era correcto.
¿Será? Veamos.
De acuerdo con la Real Academia Española (si es que de algo sirve), la palabra “sodomía” quiere decir “práctica del coito anal”.
¡Voilá! ¡Márquez tiene razón!
No, ni por un instante.
En primer lugar, porque perfectamente puede haber una persona homosexual que no practique el sexo anal (mujeres lesbianas, por ejemplo, hombres célibes, vírgenes…). De acuerdo también con la RAE, homosexual es una persona “inclinada sexualmente hacia individuos de su mismo sexo”. Inclinarse sexualmente no quiere decir practicar el acto sexual, sino sentir atracción por personas del mismo sexo. Menos aún, claro, quiere decir qué tipo específico de relación sexual tiene la persona homosexual.
En segundo lugar, porque el coito anal no es una característica específica y definitoria del homosexual. ¿O acaso las mujeres heterosexuales no pueden realizar dicha práctica? ¿Serán ellas también unas sodomitas para Márquez?
En tercer lugar, porque incluso en el caso de quienes sí practican el coito anal y sí son homosexuales, ¿a quién se le ocurre definir a las personas por ello? ¿O acaso a los heterosexuales se nos conoce como “vaginistas” porque practicamos el coito vaginal?
La denominación de sodomita para con el/la homosexual no es solo técnicamente incorrecta e imprecisa, sino que refleja el halo de desprecio que el autor tiene con esta forma de vivir la sexualidad.
“La lucha no es contra el homosexual”
Antes de comenzar de lleno con su argumento, Márquez lanza una contundente aclaración, que reproduzco aquí abajo (las negritas son mías):
“… al referirnos a la homosexualidad de ahora en adelante, lo haremos aludiendo tanto a su militancia como a la ideología homosexualista que hay en ella, pero en modo alguno al individuo o a los individuos que, en prudencia y discreción mantienen en su vida privada una intimidad de tinte homosexual. Dicho de otro modo, los argumentos que expondremos a lo largo de nuestras anotaciones tendrán como blanco no al individuo que padece dicha tendencia, sino a aquellos que la ideologizan haciendo de esa inclinación un panegírico…”
Nótese la profunda contradicción de este párrafo. Busca separar sus críticas a la militancia homosexual de la persona homosexual en sí, pero al hacerlo tira dos bombas.
La primera: que está todo bien con la homosexualidad, siempre que se mantenga en “prudencia y discreción”. ¿Le molestará igual a Márquez que una pareja heterosexual no mantenga dichas “prudencia y discreción”?
La segunda: que los homosexuales “padecen” una tendencia. De acuerdo a esta visión, los homosexuales son víctimas de algo feo que les pasa, y no individuos libres que, como todos los demás, elegimos en nuestra vida de acuerdo a nuestros principios, recursos, limitaciones y comodidades, cómo queremos vivirla.
Este tema no queda solo aquí, sino que se extiende y desarrolla un poco más adelante.
En una parte de la obra, donde aborda el tema de la “compasión” como un elemento también cooptado por la izquierda, sostiene:
“… la compasión es un noble sentimiento humano relacionado con la conciencia del sufrimiento ajeno y el consiguiente deseo de aliviarlo. Pero ocurre que este sentimiento es manipulado por la ideología del género, porque aquí no se percibe como compasivo a todo aquel que se acerque al homosexual con el fin de ayudarlo, sino a quien se acerca para ponderar sus hábitos (…)
O sea, con ese criterio, ante un amigo alcohólico la compasión no consistiría en intentar rescatarlo de su desarreglo, sino en proveerle mayores dosis de bebida para que no se enoje ni sufra abstinencia etílica (…) tal acción no favorecería a la persona sino a la permanencia de sus malos hábitos”.
O sea, el homosexual o bien “padece” su “condición”, o bien es un adicto como el alcohólico, o bien hay que ayudarlo a terminar con sus “malos hábitos”.
¡Menos mal que estos pensadores aclaran que no son homofóbicos y que son tolerantes con lo diverso!
Por último debemos comentar que si por militancia homosexual el autor se refiere a que algunos pidan cupos en las empresas privadas o subsidios específicos para determinadas orientaciones sexuales, etc. queda claro que uno puede oponerse perfectamente a esos reclamos (como lo he hecho yo, por ejemplo, en el caso del feminismo), sin pedir que los homosexuales no manifiesten amor en la vía pública ni sostener que son víctimas de una enfermedad o algo parecido.
Además, ¿cómo es este argumento de que está todo bien con ser homosexual pero no con promoverlo o demostrarlo? ¿Acaso aplicarían la misma fórmula a la heterosexualidad? ¿Quién es Nicolás Márquez para decir qué se puede promover y qué no acerca de prácticas que tienen que ver con la intimidad y las relaciones personales?
¿A quién daña la homosexualidad, la transexualidad, la castidad o el poli-amor, siempre que ocurran en el marco de relaciones consentidas?
No hay argumentos racionales para responder esta pregunta. Y mucho menos los hay desde la perspectiva individualista. Porque está claro que si el argumento va a ser que “hay que promover la especia y la reproducción”, entonces resulta que – en un abrir y cerrar de ojos- nos convertimos en una raza animal a conservar.
No es la idea.
Peligroso argumento numérico
A poco de comenzar el primer capítulo de su sección, titulado “Comunismo y Sodomía”, el abogado y escritor aborda el tema de la cantidad de homosexuales que habitan el planeta.
Su objetivo es refutar “uno de los mitos más exitosamente repetidos por la militancia homosexual”, que el 10% de la población es gay y que, por tanto, sus “proclamas y reclamos no forman parte de una ‘necesidad de la sociedad’ sino de discutibles pretensiones de un sector marginal convertido en poderoso”.
Entrar en esta discusión es sumamente peligroso y rememora discursos de políticos populistas con claros proyectos autoritarios.
¿O nos olvidamos cuando, luego de multitudinarias marchas contra el gobierno de Cristina Fernández, sus funcionarios y hasta la propia CFK las minimizaban aduciendo que eran parte de un sector minúsculo que quería “viajar a Miami”?
Para el caso, los liberales también somos una minoría en un país que siempre vota al peronismo o a cualquiera de sus variantes… ¿deberíamos dejar de ser liberales? ¿Deberían prescribirnos del debate púbico? ¿Deberían dejarse de lado nuestros reclamos?
A uno puede no gustarle un argumento o una forma de vivir, pero el número de personas que defiende ese argumento o forma de vivir no dice absolutamente nada sobre los mismos… A menos que estemos cediendo a los argumentos totalitarios de quienes decimos ser acérrimos enemigos.
El SIDA como castigo
Como si este autor rayano en barrabrava de “La Doce” no pudiera dejar lugar común y frase desafortunada sin decir, en repetidas ocasiones describe que varios de los militantes, algunos con “obsesiva faloadicción” (sic), murieron de SIDA producto de sus indeseables actividades.
De Paul Varnell, dice que murió de sida por sus “costumbres”.
De Guy Hocquenghem, dice que murió de SIDA por su “desaforada vida sexual”.
De Paco Vidarte, dice que murió de SIDA por “sus hábitos licenciosos”.
Y podría seguir, pero… ¿a quién se le ocurre? ¿Qué clase de persona escribe estas cosas?
Sostener este tipo de afirmaciones es propio de un “hater”, de un resentido y de un ignorante.
En primer lugar, porque incluso cuando el SIDA fuera una enfermedad propia de los homosexuales –que no lo es- existen prácticas absolutamente seguras para prevenirlo: por ejemplo, ¡el uso de preservativo!
Ahora lo peor de todo es que ni siquiera es cierto que esta enfermedad sea un castigo divino para los homosexuales como a Márquez le gustaría. Es que, si bien en Estados Unidos la población gay es la más afectada por el virus, no ocurre lo mismo en España. De acuerdo con el Ministerio de Salud de dicho país, 50% de las infecciones llega como resultado del intercambio heterosexual.
Si tomamos al mundo como un todo, ocurre lo mismo. De acuerdo con la Fundación Henry Kaiser, dedicada a temas de salud pública en Estados Unidos, en el mundo “la mayoría de las infecciones de HIV son trasmitidas de manera heterosexual”. El mismo dato es refrendado por el escritor James Finn, tomando información de Naciones Unidas.
Conclusión
La Nueva Derecha es, como la vieja, y como el liberalismo, antiizquierdista y antimarxista.
Sin embargo, ahí se acaban las coincidencias.
Los liberales respetamos de manera irrestricta el proyecto de vida de los demás. Y la palabra “respeto” es clave porque es muy superior a “tolerancia”. En temas de orientación sexual, no se trata de “tolerar” algo desagradable, sino de aceptar y valorar formas diversas de llevar la vida.
¿Desde qué pedestal moral vamos a juzgar las decisiones individuales de los demás?
Claro que podemos juzgar moralmente determinados actos, como el robo, la estafa, el asesinato, la corrupción, el acoso… ¿Pero cuándo la elección sexual de una persona se volvió sujeto de ese escrutinio?
Ahora bien, en el caso de El Libro Negro de la Nueva Izquierda, ni siquiera se trata de ser o no liberal. Se trata de tener ciertos códigos. De tener don de gente, de no ser un “bully”, un barrabrava, y de no ridiculizar aquello que nos es ajeno.
Finalmente, el libro de Nicolás Márquez no tiene ningún argumento contundente contra la “militancia homosexualista”. Es solo un panfleto discriminador, plagado de prejuicios y desbordante de falacias ad-hominem propias de una revista de chimentos.
Confío en que –a pesar del éxito de esta obra- ideas tan agresivas y atrasadas no prosperarán en el debate público. Y que, como viene ocurriendo, la sociedad occidental continuará siendo cada vez más inclusiva y respetuosa de la diversidad individual.
[i] Si bien a mí el texto de Agustín me pareció muy bueno, es también interesante ver la crítica realizada por la economista María Blanco, quien en las páginas 197 a 203 de su libro de 2017, Afrodita Desenmascarada, sostiene que la relación que hace Agustín entre feminismo y pedofilia es “forzada” y que algunas autoras que él cita son realmente marginales y no representantes del movimiento feminista.