Ha publicado artículos en diarios de Estados Unidos y de América Latina y ha aparecido en las cadenas televisivas.
Es miembro de la Mont Pèlerin Society y del Council on Foreign Relations.
Recibió su BA en Northwestern University y su Maestría en la Escuela de Estudios Internacionales de Johns Hopkins University.
Trabajó en asuntos interamericanos en el Center for Strategic and International Studies y en Caribbean/Latin American Action.
EL COMERCIO – No cabe duda de que las mujeres en el Perú, como en buena parte del mundo, enfrentan obstáculos, prejuicios y, con demasiada frecuencia, hasta violencia en su anhelo por tener las mismas oportunidades que los hombres.
Ante el pesimismo que esa realidad podría causar entre algunas personas, un nuevo estudio de la investigadora Chelsea Follett es oportuno. A la vez optimista y basado puramente en la evidencia, trae un mensaje que a ciertos miembros de la derecha y la izquierda no les gustará: el mercado ha sido la fuerza más poderosa para liberar a las mujeres, cambiando sus roles en la sociedad, elevando su bienestar y transformando sus vidas para bien. Ha ocurrido así en los últimos dos siglos en el mundo desarrollado y ahora se está viendo en el mundo en desarrollo.
El mercado beneficia a las mujeres de distintas maneras, según la autora. Las innovaciones que produce el mercado libre y que ahorran tiempo o que se relacionan con mejoras en salud, han favorecido a las mujeres de manera desproporcional. La explosión de riqueza que generó la Revolución Industrial en Occidente permitió progreso respecto a la medicina, la dieta y el saneamiento. Eso, a su vez, incrementó notablemente la expectativa de vida. En ese sentido, las mujeres se beneficiaron más que los hombres. Antes, era sumamente peligroso dar a luz. Data de Suecia y Finlandia indica que la probabilidad de morir en un parto era de 7% en el siglo XVIII. En 1800 en EE.UU., la madre típica daba a luz a siete hijos, de los que solo cuatro sobrevivían. Con los avances médicos, la mortalidad materna ha caído a entre 4 y 26 por 100.000 partos en los países avanzados. Y, dado que sobreviven más niños, la tasa de fertilidad también ha caído dramáticamente.
La expectativa de vida es ahora mayor para las mujeres que para los hombres. Tener un menor número de hijos les dio más tiempo a las mujeres para hacer otras cosas como, por ejemplo, formar parte de la fuerza laboral. Ese fenómeno se está repitiendo en los países en desarrollo. La expectativa de vida en la India hoy es más alta de lo que era para los escoceses en 1945. La mortalidad infantil en América Latina ha caído de 95 a 16 por 100.000 nacimientos desde los sesenta.
El mercado también liberó a las mujeres de la cocina y de mucho trabajo doméstico. Un hogar típico de clase media en EE.UU. en 1900 ocupaba 44 horas por semana en la preparación de comida. Para el 2008, ocupaba alrededor de una hora por día debido al uso de electrodomésticos, el poder comprar productos como pan de molde en el mercado (en vez de tener que prepararlo completo), y tener la posibilidad de comer más a menudo en restaurantes. El invento de la lavadora liberó más tiempo de arduo trabajo que quizás cualquier otra innovación. Hoy, los países pobres muestran la misma tendencia en la liberación de las mujeres. En China un 97% de los hogares urbanos tienen una lavadora comparado a menos del 10% de 1981.
El aumento de la participación de las mujeres en la fuerza laboral ha aumentado sus opciones y su poder de negociación tanto dentro de la familia como en el mismo mercado. El ganar su propio ingreso les ha dado más independencia y más educación, y hasta han adquirido en el camino más derechos en muchos países (sobre propiedad y custodia de sus hijos, por ejemplo). El alto suicidio femenino rural en China y Bangladesh cayó notablemente a medida que las mujeres se mudaron a las ciudades.
En el fondo, el empoderamiento de las mujeres que posibilita el mercado significa un cambio cultural que hay que seguir apoyando.
Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 18 de diciembre de 2018.