Una oportunidad para el Brasil de Bolsonaro

Presidente del Consejo Académico en 

Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.

 

Si la sensatez prima sobre la incivilidad, el nuevo gobierno brasileño podría ser un ejemplo para el mundo.

LA NACIÓN – Acaba de asumir la presidencia de nuestro vecino y socio más grande un personaje que por múltiples motivos concita la atención de todos los analistas. Con anterioridad ha formulado declaraciones algunas de las cuales han alarmado y enojado sobremanera por resultar del todo inaceptables para cualquier mente civilizada. Pero como tampoco es original en este caso, los políticos suelen desviarse y retractarse de lo dicho antes del ejercicio en el poder, lo cual para nada significa olvidarse de tamañas afirmaciones solo dignas de un desaforado, contrarias a todo vestigio de las normas elementales del derecho. De todos modos, en esta oportunidad es menester tomar nota de su primer paso concreto en el poder al efecto de elaborar un juicio ponderado de lo que realmente comienza a hacer el flamante mandatario.

Jair Bolsonaro responde a un hartazgo en varios frentes, está por verse si en los hechos estará a la altura de los acontecimientos. Asume con dos laderos de envergadura en su gabinete quienes cuentan con una trayectoria muy destacada en defensa de la sociedad libre: el ministro de justicia y el ministro de hacienda. De su discurso inaugural cabe subrayar unos pocos tramos centrales. Abrió su discurso dando gracias a Dios por haber sobrevivido al ataque del que fue objeto y subrayó el rol de la familia y señaló su disconformidad con la denominada ideología de género.

En segundo lugar, abogó por el abandono de pesadas burocracias y reglamentaciones que, como veremos más abajo, con diversos matices y etiquetas estuvo presente sin solución de continuidad en Brasil desde sus orígenes, lo cual tradujo en la promesa de mercados abiertos y competitivos que son inseparables de marcos institucionales conducentes al respeto recíproco sin distinción de ninguna naturaleza. Asimismo, es de interés destacar que en este contexto durante su campaña marcó su decidido rechazo al Foro de San Pablo que concentra el estatismo vernáculo más recalcitrante y retrógrado del continente.

Un tercer capítulo lo refirió a la importancia de dotar a las fuerzas de seguridad las garantías para que cumplan su deber de proteger derechos de todos sin discriminaciones, y en esta línea argumental sostuvo la necesidad de preservar el legítimo derecho a la defensa propia. Por último, pero no por ello menos importante intercaló con énfasis en su discurso la trascendencia de combatir la corrupción al efecto de salir de la crisis moral que viene arrastrando su país en diversas esferas.

En el caso que nos ocupa, es sumamente relevante detenerse a considerar el clima en el que asume el nuevo presidente para lo cual es menester hacer referencia telegráfica a los ejes centrales de la historia de Brasil. En este sentido, entre valiosos documentos en la misma línea narrativa, nada mejor que recurrir a la pluma de David Fleischer -profesor en la Universidad de Brasilia- quien en un largo y bien respaldado ensayo explica este contexto clave para entender la genealogía de la situación actual.

Alude a la larga serie de estrepitosas corrupciones gubernamentales en  Brasil desde épocas de la colonia hasta el presente, lo cual no incluye a todos los mandatarios y sus colaboradores pero a buena parte de ellos. El trabajo de marras comienza señalando que Portugal otorgaba privilegios a sus agentes del continente americano y cerraba los puertos al comercio extranjero hasta que la corona debió aceptar la ayuda inglesa para trasladarse de Lisboa a Río de Janeiro en 1808 ante la amenaza napoleónica, lo cual obligó a una apertura relativa que se revirtió con la independencia en 1822 a partir de la cual se fueron fortaleciendo monopolios legales y otros privilegios durante todo el período imperial hasta su fin en 1889.

A partir de entonces, nos sigue relatando Fleischer, desde el fin del imperio hasta los años 30, todos los sectores más importantes de la economía brasileña operaron en base a concesiones gubernamentales como la administración de puertos, la electricidad, la telefonía, los ferrocarriles, la minería, el transporte urbano y el petróleo.

A partir de la revolución de Getulio Vargas las concesiones se estatizaron lo cual incluyó el establecimiento de bancos estatales, con lo que la corrupción se incrementó respecto al  ya fallido sistema de las concesiones como gracias otorgadas por el poder de turno. Como una nota al pie, recordamos que el dictador Vargas pretendió que Sefan Sweig escribiera su biografía a lo cual el escritor se negó. En su lugar escribió una suculenta descripción de Brasil donde residía en aquel momento en la que el autor sugiere que esa ex colonia portuguesa podría convertirse en “el país del futuro” si modificara “esa avidez y ese afán de poder sin freno alguno”.

En los noventa se decidió privatizar empresas en Brasil pero traspasando los monopolios gubernamentales a monopolios privados con lo que se dejó de lado la competencia y se abrió el camino a todo tipo de abusos ya llevados a cabo antes por los aparatos estatales solo que ahora la mancha se extendió al sector privado degradando la idea de la privatización.

También escribe Fleischer que básicamente con algún interregno no muy significativo, hasta el momento se mantienen los privilegios de las llamadas reservas de mercado, exenciones fiscales, permisos para importar, tipos de cambio preferenciales, subsidios a través de tasas de interés, privilegios en licitaciones públicas, inmunidades políticas, nepotismo, jubilaciones especiales, protecciones arancelarias, uso de activos gubernamentales para beneficios privados y otras prebendas.

Se ha dicho que el Partido de los Trabajadores –dejando de lado sus corrupciones denunciadas y sancionadas en los estrados judiciales- sacó a gente de la pobreza pero lo que no se dice es que esto es engañoso  y aparente ya que arrancó recursos a los sectores más eficientes para atender espejismos populistas, con lo que la abrupta caída en la productividad colocó una bomba de tiempo en el sistema.

La situación general de Brasil, en lo esencial, no difiere de otras experiencias en nuestra región. El gasto público elefantiásico, empresas estatales ruinosas, regulaciones asfixiantes, impuestos astronómicos, pesadas deudas gubernamentales, alianzas hediondas entre el poder político y empresarios prebendarios, corrupciones colosales y nacionalismos y consecuentes xenofobias siempre signos de barbarie que hoy parecen dominar buena parte del llamado mundo libre, todo en el contexto de una alarmante inseguridad.

Esto último a veces ha confundido las necesarias garantías a los derechos individuales como el debido proceso y equivalentes con una colosal ausencia de resguardo y protección a los ciudadanos pacíficos que quedan en manos de delincuentes que no son debidamente recusados.

Como ha consignado Lord Acton “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Es de desear que la parte sensata del nuevo gobierno en Brasil pueda operar sin claudicaciones en dirección a una sociedad abierta y abandone prácticas estatistas que han perjudicado muy especialmente a los más necesitados, y hacemos votos para que no vuelvan a aparecer manifestaciones horripilantes como las formuladas en el pasado por el actual gobernante. De ser así, sería un magnífico ejemplo para el resto del mundo.

Publicado en La Nación, 10/01/19.-

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