Por José Luis Jerez*
Lo sabemos bien. Vivimos tiempos en los que si algo existe en sobreabundancia son los nuevos conceptos, los neologismos, que intentan dar cuenta de la “nueva realidad” que nos toca. Una de estos nuevos conceptos, que de algún modo viene a ocupar el lugar que bloqueaba el concepto de fraternidad –frater viene de hermano. Masculino. Insuficiente y reduccionista para los tiempos que corren– es el sororidad. Soror, remite a hermana. Femenino; Suficiente, entonces, para los tiempos que corren; tiempos de hermandad y de solidaridad femenina. La idea resulta por demás interesante. La sustitución terminológica y la aplicación del neologismo caben al dedillo. Ahora bien, esto en tanto que idea, es decir, idealmente. Hablemos ahora –para ser un poco más sensatos–, de la realidad que vivimos en el día a día, y veremos que de un modo indirecto, cae de bruces una de las premisas que actualmente se ha tornado indiscutible: “que basta con cambiar las palabras para que todo cambie”. Sí para un construccionista –pura teoría–, pero no sucede así, por lamentable que nos resulte, en la realidad de todos días, es decir, por fuera de los claustros universitarios, y de los artículos de academia. Lisa y llanamente, si queremos que la cosa funcione, la alteración del sistema de la lengua, la creación de neologismos, etc., pueden ser condición necesaria, pero no lo son suficiente. Para que la cosa cambie precisamos de acciones ¡reales!…, esto es, de más y más realidad.
Atendamos, ahora, por un momento, al neologismo que he mencionado líneas atrás: sororidad. Sin duda alguna, un concepto interesante. Ahora bien, ¿se aplica? Y no me estoy refiriendo a aquellos que niegan o rechazan los postulados y/o principios de los movimientos que adhieren a este concepto, y a otros tantos, neologismos, sino a aquellas mujeres que lo predican a viva voz (no hago juicio de valor al respecto, entiéndase este punto). Aclaremos algo: el concepto “sororidad” es de vieja data, ya tiene su tiempo y carga con historia y peso ontológico en su espalda. Pero también es cierto que en las últimas décadas se ha introducido al imaginario colectivo desde el activismo y la literatura feminista. Algo que, personalmente, me parece plausible. Lo que no me parece plausible es que el tan valioso concepto de sororidad sea devorado, por fariseísmo o doble moral, por el de “sororidad selectiva”. Es por esto que me pregunto lo siguiente –y debo la idea de este artículo a Pierina y Leandro, dos lúcidos estudiantes de Psicología–, esperando que este interrogante se extienda lo más posible y se tome con la seriedad y la criticidad suficientes, y no con el fanatismo y el sectarismo en el que suele inscribirse nuestra época: ¿es la sororidad una cuestión selectiva? O, más claramente, ¿la hermandad y la solidaridad entre las mujeres (sororidad), empieza allí en donde la ideología, el credo y la política armonizan, terminando en donde las ideas, las creencias se confrontan, o se trata de un concepto universal? Entiendo que la sororidad debe ser una idea fuerza de carácter universal. Pero por lamentable que nos resulte –seamos feministas, o no lo seamos– nos sobran ejemplos que nos llevan a dar con una realidad distinta. Claro que si respondemos con sinceridad y coherentemente, es decir, haciendo que nuestras ideas (teoría) coincidan con nuestras acciones (práctica). Sino cómo se explica que las mismas mujeres que, entiendo, adhieren al concepto de sororidad (aclaro esto una vez más, y la reiteración que no sobra), al menos teóricamente, luego, en la vida práctica, en las acciones, corran detrás del auto en el que viaja Amalia Granata (otra mujer), precandidata a diputada de la Provincia de Santa Fe, por la Lista “Somos Vida”, para denigrarla e insultarla a gusto, a los gritos, y con una violencia que es inaceptable, analícelo desde donde se le antoje, es inaceptable al fin.
Entiéndase –y fíjese que debo pedir al lector, una y otra vez, que lo que aquí escribo se juzgue con hondura, y no fanáticamente; las tergiversaciones y la mala fe dicen presente por doquier, y en el ámbito que sea– que no estoy aquí rechazando una posición ideológica o una política en particular. Lo que hago es marcar una realidad que nos circunda, y que está en el aire que respiramos, puesto que poco nos vales las palabras, las ideas, si luego, en la práctica cotidiana estas no se aplican honestamente, o acaban aplicándose de un modo selectivo, es decir, según el credo o la ideología, la política, en fin, la filosofía que predique mi vecina. Dicho ya claramente, hay que poner las cosas en claro: ¿o sororidad, o sororidad selectiva? Y esto nos lleva a una pregunta obligada: ¿podemos tomar la “sororidad selectiva” como sororidad? ¿La predicación de “selectivo” no evapora, acaso, el valor del concepto de sororidad? Responda usted a estas preguntas. No son interrogantes menores si usted aspira a la coherencia y la razón lógica como pilares para su vida y su propia existencia.
*El autor es profesor y licenciado en Filosofía; profesor en la Universidad de Flores (UFLO); e investigador de las universidades Nacional Autónoma de México (IIF-UNAM) y de la Universidad de Torino.