La velocidad de circulación del dinero permite monitorear el riesgo de una nueva corrida. La hiperinflación de 1989 demostró que aún conteniendo la emisión monetaria no se podía evitar un mismo efecto inflacionario si el dinero comenzaba a circular cada vez más rápidamente. En febrero de 1989 el M1 (billetes y monedas más depósitos en cuenta corriente) rotaba cada 7 días. En julio de aquel año, ya en plena hiperinflación, el M1 rotaba cada 3,3 días (ver “La Hiperinflación del 89”, Manuel A. Solanet). Hace algo más de un año, en febrero de 2018 la rotación del M1 se producía en 20,8 días. Hace un mes, en febrero de 2019, bajó a 14,6 días. Todavía estamos distantes de aquellos momentos y el Banco Central dispone de más reservas que en 1989, pero se prende una luz amarilla.
¿Cómo se explica esta caída de la confianza? Hay dos tipos de motivos: los económicos y los políticos. Dentro de los primeros debemos mencionar los que emergieron en abril de 2018 y produjeron una corrida sobre el dólar y una devaluación superior al 100%. Se requirió la ayuda del Fondo Monetario Internacional, aunque el programa acordado debió ser revisado al poco tiempo. Las expectativas se estabilizaron. El gobierno acordó reducir el déficit primario a cero en 2019 y lo está cumpliendo. Pero para los analistas más cuidadosos, hay flancos débiles. La contención del gasto se basa en una reducción difícilmente sostenible del nivel real de los salarios públicos, de las jubilaciones y de los planes sociales. Además, hay congelamiento de partidas sin una racionalización que acompañe y hay retrasos en los pagos de proveedores y obras. Si se consideran las provincias y municipios, la cantidad total de empleados públicos no ha disminuido. Tampoco se ha reducido el número de beneficiarios de planes sociales. Por otro lado, aún si quedara resuelto el resultado primario, subsistirá un déficit financiero que aumenta por el crecimiento de la deuda pública y el nivel de los intereses que se pagan por ella.
No está de más recordar que esta complicada situación fiscal tiene un punto de partida heredado de la gestión kirchnerista. El error de este gobierno fue encararla con un gradualismo que lo llevó a endeudarse más allá de los límites y con un ritmo creciente, inaceptables para los mercados internacionales.