Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.
Profesor de Finanzas e Historia Económica, Director del Centro de Estudios de Historia Económica y miembro del Comité Académico del Máster de Finanzas de la Universidad del CEMA (UCEMA). Profesor de finanzas en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York (2013-14). Licenciado en Economía UBA (1985) Master of Business Administration (MBA) de la la Universidad de Chicago (1990). Autor de numerosos libros y artículos académicos sobre historia, economía y finanzas.
Hace unos días se publicaron los últimos datos sobre la pobreza en Argentina. A pesar de los esfuerzos, promesas y declaraciones del gobierno, aproximadamente un tercio de los argentinos sigue siendo pobre y, entre los menores de 14 años, esa proporción es de 47%. Como señaló Mario Teijeiro en un artículo reciente, si no cambiamos la estructura económica del país es casi inevitable que en 10 o 15 años tengamos un índice de pobreza del 50%. Es decir, veremos en nuestro país lo que en estos últimos tres años hemos visto en Venezuela. En la apoteosis del kirchnerismo semejante escenario no pareció tan remoto. De hecho se acunó el término Argenzuela para describirlo.
Con una mirada de largo plazo, el mínimo común denominador más obvio entre ambos países es que en algún momento del siglo XX fueron los más ricos de América Latina (Argentina en la primera mitad del siglo XX y Venezuela algunos años durante la segunda mitad). Otro rasgo común a ambos es que en términos relativos se han empobrecido más que ningún otro. Según las siempre optimistas proyecciones del FMI, en 2023 Argentina caería al puesto 76 en el ranking mundial de PBI per cápita, el mismo que ocupaba Venezuela en 2015 (eso siempre y cuando no nos volvamos a descarrilar).
En ambas sociedades la cosmovisión predominante es el realismo mágico, que no es más que la “negación poética de la realidad”. Ambas son adictas a un caudillismo que a su vez se nutre de una historia fundacional que endiosa a un supuesto “padre de la patria” (y sus historiadores debaten con pasión cual de los dos es más merecedor del título de “Libertador de América”). No sorprende que en ambos países surgieran caudillos militares que pretendieron hacer la metempsicosis del respectivo “padre de la patria” legitimar una revolución populista que los llevó por camino de la decadencia.
Se pregunta mucha gente como un país rico como Argentina puede tener tantos pobres. La pregunta se basa en una premisa falsa: que Argentina es un país rico. Este es uno de los tantos mitos a los que nos aferramos los argentinos. Algo parecido les pasa a muchos venezolanos. Creen que porque están sentados sobre 300.000 millones de barriles de reservas de crudo (casi un 10% más que Arabia Saudita) son ricos, pero no tienen agua, ni electricidad ni papel higiénico. Argentina y Venezuela no sólo son dos países pobres sino que siguen empobreciéndose.
La riqueza es producto del trabajo y el ahorro, que, como siempre puntualizaba Alberdi, no es más que la acumulación del trabajo no consumido. Una mayoría de argentinos y venezolanos nunca entendió esta verdad (o quizás la olvidó). Creyeron que la riqueza era un derecho adquirido; algo que no requería esfuerzo alguno de su parte. Solo era necesario que un “nuevo padre de la patria” los protegiera de la sempiterna conspiración de la oligarquía y el imperio para despojarlos de ella. Una vez conseguido este objetivo, dirigiría con gran sabiduría la economía hacía la prosperidad perdida. Con esta mentalidad, mezcla de ingenuidad y fantasía, ambos países protagonizaron una tragedia social y económica notable: un empobrecimiento brutal sin haber sufrido una guerra o un cataclismo natural.
El argentino sabelotodo siempre tiene a flor de labios la refutación a cualquier solución a sus problemas que surja de la aplicación del sentido común. “Lo que pasa es que en Argentina eso no se puede porque…” y a continuación explica las peculiares razones por las que lo que funciona en todo el mundo no funciona en su país. Lo verdaderamente excepcional de Argentina es la magnitud de su fracaso colectivo (a nivel individual el talento sobra).
Dado el nivel de discusión y los planteos de nuestra clase política y de los formadores de opinión pública, un cambio de rumbo parece utópico. Seguiremos entrampados en nuestra farsa, como en los últimos setenta años. Como bien dice Teijeiro, en las elecciones presidenciales de noviembre vamos a “comprar” el mismo producto (Argenzuela). La diferencia es que en un caso será en cuotas y en el otro al contado. Aclaro que yo prefiero en cuotas. Como decía Keynes, en el largo plazo estamos todos muertos.
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