En el discurso de inicio de su campaña electoral, Sergio Massa, dirigente del llamado Frente Renovador del peronismo, expuso lo que él calificó como diez propuestas para su eventual gestión presidencial. Si lo que pretendía era definir el curso de sus políticas, poco hay para analizar. Sólo fueron enunciados de loables objetivos, casi todos ellos obtenibles con mayores fondos públicos que sabemos que no estarán disponibles. Pareció olvidar los excesos incontrolados de un gobierno al cual él perteneció y que pusieron al país en un grave riesgo de default e hiperinflación. Sus dulces promesas sobre la salud, la educación, los planes sociales, los jubilados o el empleo, colisionan con una restricción fiscal que la demagogia naturalmente ignora. El discurso de Massa no fue más que una confirmación de que está dispuesto a practicarla.
Hace unos meses, en julio de 2018, el Frente Renovador publicó un documento que contenía una propuesta de 14 medidas económicas. Allí hay algún material para evaluar el pensamiento massista y no en su arenga de inicio de campaña.
Había cinco medidas, entre las catorce, que implicaban aumentos del gasto público. Otras dos reducían los recursos. Todas ellas resultaban agradables a los oídos del ciudadano común, pero eran propuestas que tendrían costo fiscal sin especificar de donde provendrían los mayores recursos. Nada se decía de la necesidad de reducir el déficit presupuestario. Se ignoraba que la mayor debilidad y compromiso de la actual situación económica radica en el exceso de gasto estatal y el aumento de la deuda pública. Para quienes parecen vivir en un mundo sin costos, resulta incomprensible el principio que dice que antes de reducir impuestos se deben disminuir gastos en similar o mayor magnitud. Enfocar la cuestión de otro modo, como lo propone Massa, es crear una ilusión sin posibilidades de satisfacerla.
Varias de las catorce medidas son referidas a reducciones de impuestos. No sólo se desconocen sus efectos sobre el crecimiento del déficit, sino también otros. Es el caso, por ejemplo, de la eliminación del IVA en la canasta básica de alimentos. Siendo un impuesto al valor agregado, su supresión en un determinado bien lo convierte en costo en etapas de la cadena productiva y complica su administración. Tampoco sería neutro morigerar los aumentos de las aún retrasadas tarifas de servicios públicos, como propone Massa al limitar su recuperación con el límite de la pauta salarial. La experiencia de hacer depender las empresas de servicios, de subsidios estatales, ha sido claramente negativa. Se destruyeron activos y se deterioraron los servicios. Además, generaron corrupción. Si se quisiera ayudar a los usuarios que realmente lo necesitan, debiera irse por el camino de subsidiar la demanda y no la oferta.
Seis de las catorce propuestas de Massa tienen una orientación intervencionista, o bien proteccionista. Cada una de ellas implicaría mayores controles burocráticos y nuevamente oportunidad para acciones corruptas. Además, no es necesario indagar demasiado para saber que esos escenarios generan mayor riesgo a los inversores. Por lo tanto, no debe ser ese el camino para crecer y generar empleo. No se sale de la pobreza mediante restricciones a las importaciones, ni tampoco digitando la venta de divisas según la opinión de un funcionario sobre el grado de necesidad del producto que se pretende importar. Es preocupante la aproximación al cepo cambiario de alguna de esas propuestas. Si es que no hubo una mano kirchnerista en su preparación, se dejan ver al menos los efluvios de la tradición peronista predominante.
Nada decían las catorce propuestas de Massa ni su reciente discurso, sobre la reforma de las reglas laborales, tan necesaria para aumentar la competitividad y reducir el riesgo de crear nuevos empleos. Ningún peronista toca ese tema que es rechazado por la dirigencia gremial, o sea por “la columna vertebral del Movimiento”. Allí no entra la lógica de seguir el ejemplo de los países exitosos. Contrariamente, se insiste en un modelo laboral que ha fracasado en la Argentina.
Quienes vieron en Sergio Massa la esperanza de un peronismo renovado, olvídense.