Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
Es muy nutrida la bibliografía que apunta a las apreciaciones distintas y consecuentes intercambios de ideas principalmente entre Pablo de Tarso y Santiago El Mayor respecto a interpretaciones disímiles de temas teológicos y sobre la idea de pobreza.
Aunque como queda dicho hay mucho escrito sobre este tema, tal vez la bibliografía contemporánea más jugosa y objetiva en la materia sea la de Alberto G. Salceda en su libro Bar-Nasha, especialmente el cuarto capítulo titulado “Los esenios y la iglesia primitiva” (México D.F., Costa-Amic Editor, 1969) y la obra de Francisco Pérez de Antón El gato en la sacristía, en especial el tercer capítulo titulado “El mito de Jerusalén o la nostalgia de una herejía” (Madrid, Taurus, 2002/2003).
No voy a entrar en todos los extensos vericuetos de esta tensión entre dos concepciones distintas para lo cual remito a los libros mencionados que a su vez citan a muchos otros. En esta nota periodística me limito a ilustrar muy brevemente sobre la tensión en torno al concepto de pobreza y colaterales a través de pasajes del Nuevo Testamento que he seleccionado al efecto y luego haré alguna mención a unos pocos aspectos de la denominada Doctrina Social de la Iglesia.
Por un lado, el mensaje central de Santiago en cuanto a que “Ahora bien, vosotros, ricos, llorad y dad alaridos por las desgracias que están para caer sobre vosotros”. (Epístola de Santiago, 5: 1). Más aun, la línea de Santiago expone la receta en cuanto a que “Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno” (Los Hechos de los Apóstoles, 2:44/45). Esto en la ciencia moderna se denomina “la tragedia de los comunes”, es decir, lo que es de todos no es de nadie y los incentivos operan en dirección a la debacle. Y esto es precisamente lo que ocurrió en la iglesia primitiva paupérrima y como una carga insoportable para la Iglesia madre, de allí el mensaje contundente de Pablo en cuanto a que “día y noche con fatiga y cansancio trabajamos para no ser una carga a ninguno de vosotros […] Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. Porque nos hemos enterado que hay entre vosotros algunos que viven desconcertados, sin trabajar nada, pero metiéndose en todo. A estos les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan” (Segunda Epístola a los Tesalonicences, 3: 8/10, 11 y 12).
Sin la pretensión de una recopilación exhaustiva, a titulo de ejemplo a continuación hemos seleccionado pasajes de la tendencia inaugurada por Pablo que fue la que predominó, especialmente a partir de Constantino, aunque la Iglesia posconciliar a partir de Juan XXIII, Pablo VI, Medellín. Puebla, el tercermundismo, los desvíos de la llamada “teología de la liberación” y más notoriamente a partir de Francisco ha vuelto en gran medida a la línea de Santiago que acabamos de resumir a través de un par de pasajes bíblicos.
A contracorriente y en concordancia con los dos Mandamientos de no robar y no codiciar los bienes ajenos que hacen referencia a la trascendencia de la propiedad privada, en Deuteronomio (viii-18) “acuérdate que Yahveh tu Dios, es quien te da fuerza para que te proveas de riqueza”. En 1 Timoteo (v-8) “si alguno no provee para los que son suyos, y especialmente para los que son miembros de su casa, ha repudiado la fe y es peor que una persona sin fe”. En Mateo (v-3) “bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos” fustigando al que anteponga lo material al amor a Dios (amor a la Perfección), en otras palabras al que “no es rico a los ojos de Dios” (Lucas xii-21), lo cual aclara la Enciclopedia de la Biblia (con la dirección técnica de R. P. Sebastián Bartina y R. P. Alejandro Díaz Macho bajo la supervisión del Arzobispo de Barcelona): “fuerzan a interpretar las bienaventuranzas de los pobres de espíritu, en sentido moral de renuncia y desprendimiento” y que “ la clara fórmula de Mateo —bienaventurados los pobres de espíritu— da a entender que ricos o pobres, lo que han de hacer es despojarse interiormente de toda riqueza” (tomo vi, págs. 240/241). En Proverbios (11-18) “quien confía en su riqueza, ese caerá”. En Salmos (62-11) “a las riquezas, cuando aumenten, no apeguéis el corazón”. Este es también el sentido de la parábola del joven rico (Marcos x, 24-25) ya que “nadie puede servir a dos señores” (Mateo vi-24) y en la parábola del viñatero se concluye “¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero?” (Mateo, xx: 15).
En cuanto a los textos papales, aunque en no pocas ocasiones ambivalentes y contradictorios es de interés destacar a León XIII en Rerum Novarum en el siguiente pasaje: “Quede, pues, sentado que cuando se busca el modo de aliviar a los pueblos, lo que principalmente, y como fundamento de todo se ha de tener es esto: que se ha de guardar intacta la propiedad privada. Sea, pues, el primer principio y como base de todo que no hay más remedio que acomodarse a la condición humana; que en la sociedad civil no pueden todos ser iguales, los altos y los bajos. Afánense en verdad, los socialistas; pero vano es este afán, y contra la naturaleza misma de las cosas. Porque ha puesto en los hombres la naturaleza misma grandísimas y muchísimas desigualdades. No son iguales los talentos de todos, ni igual el ingenio, ni la salud ni la fuerza; y a la necesaria desigualdad de estas cosas le sigue espontáneamente la desigualdad en la fortuna, lo cual es por cierto conveniente a la utilidad, así de los particulares como de la comunidad; porque necesitan para su gobierno la vida común de facultades diversas y oficios diversos; y lo que a ejercitar otros oficios diversos principalmente mueve a los hombres, es la diversidad de la fortuna de cada uno”.
Por su parte Pio IX ha señalado en Quadragesimo Anno que “Socialismo religioso y socialismo cristiano son términos contradictorios; nadie puede al mismo tiempo ser buen católico y socialista verdadero” y Juan Pablo II -el Papa de los pedidos de perdones por mayúsculas barrabasadas oficiales en la Iglesia y el formidable ecumenismo- ha puesto de manifiesto en Centesimus Annus que “Cuando una empresa da beneficios significa que los factores productivos han sido utilizados adecuadamente y que las correspondientes necesidades humanas han sido satisfechas debidamente” y que “¿se puede decir quizá que, después del fracaso del comunismo, el sistema vencedor sea el capitalismo, y que hacia él estén dirigidos los esfuerzos de los países que tratan de reconstruir su economía y su sociedad? ¿Es quizá éste el modelo que es necesario proponer a los países del Tercer Mundo, que buscan la vía del verdadero progreso económico y civil? La respuesta obviamente es compleja. Si por ´capitalismo´ se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de ´economía de empresa´, ´economía de mercado´, o simplemente de ´economía libre´.”
El Papa Francisco, sin perjuicio de sus alabanzas a sujetos con conductas muy poco recomendables y sus reiteradas declaraciones en Cuba, Bolivia, Paraguay, Chile y en el Vaticano sobre lo males del capitalismo y las virtudes del intervecionismo de los aparatos estatales en las vidas y haciendas del prójimo, nos referiremos muy brevemente al segundo capítulo de Evangelii Gaudium solo como un ejemplo de su posición. En momentos de escribir estas líneas, la última declaración de Francisco respecto al tema que ahora comentamos alude a que “los alimentos no pueden estar sujetos a la propiedad privada”, sin percatarse que si no fuera así las hambrunas serían colosales como es lo que ocurre en los países que adoptan esas recetas lamentables que precisamente generan las penosas fugas de esos lugares, refugiados que el propio Papa no parece comprender que son causados por los estatismos reinantes por lo que la gente huye a los países que el Papa critica sus supuestos regímenes libres.
Como hemos consignado, el aspecto medular del documento se encuentra en el segundo capitulo. Para darnos una idea del espíritu que prima, se hace necesario comenzar con una cita del Papa algo extensa para que el lector compruebe lo dicho en palabras del texto oficial.
“Así como el mandamiento de ‘no matar’ pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir ‘no a una economía de la exclusión y la inequidad’. Esa economía mata. […] Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida.
En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del ‘derrame’, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera”.
En verdad, las reflexiones del Papa resultan sorprendentes debido a las inexactitudes que contienen. En primer lugar y antes que nada, debe precisarse que el mundo está muy lejos de vivir sistemas de competencia y mercados abiertos sino que en menor o mayor medida ha adoptado las recetas del estatismo más extremo en cuyo contexto el Leviatán es cada vez más adiposo y cada vez atropella con mayor vehemencia los derechos de las personas a través de múltiples regulaciones absurdas, gastos y deudas públicas colosales, impuestos insoportables e interferencias gubernamentales cada vez más agresivas, todo lo cual no es siquiera mencionado por el Papa en su documento.
Sin embargo, la emprende contra la competencia y los mercados libres que dice “matan” como consecuencia de la supervivencia de los más aptos, sin percatarse que los que mayores riquezas acumulan hoy, en gran medida no son los empresarios más eficientes para atender las demandas de su prójimo sino, en general, son los profesionales del lobby que, aliados al poder político, explotan miserablemente a los más necesitados. También omite decir que la desocupación es una consecuencia inevitable de legislaciones que demagógicamente pretenden salarios superiores a los que las tasas de capitalización permiten como si se pudiera hacer ricos por decreto. Tasas que desafortunadamente son combatidas por las políticas gubernamentales que prevalecen. Dichas tasas constituyen la única causa de la elevación en el nivel de vida de la gente. Si no somos racistas y nos damos cuenta que las causas no residen en el clima imperante ni en los recursos naturales (recordemos que África es el continente que exhibe la mayor dosis y que Japón es un cascote donde solo el veinte por ciento es habitable), podremos concluir que dichas tasas permiten incrementar salarios e ingresos en términos reales.
Si un pintor de brocha gorda de Angola se muda a Canadá percibirá un aumento en sus ingresos cuatro veces superior al que venía obteniendo. No es que el canadiense sea más generoso que el angolés, es que está obligado a abonar esos salarios debido a las tasas de inversión en su país. Es por ello que en lugares donde las aludidas tasas son elevadas, en general no existe tal cosa como “servicio doméstico”. No es que el ama de casa estadounidense no le gustaría contar con ese servicio, es que, salvo contadas excepciones, no lo pueden afrontar.
Llama la atención que el Papa caiga en la fantasía del “derrame” como algo peyorativo: que los pobres se alimentan con las migajas que caen de la mesa de los ricos, en lugar de comprender el proceso en paralelo que tiene lugar debido a las antedichas tasas de capitalización. Llama también la atención que el Papa se refiera a la compasión del modo en que lo hace, puesto que, precisamente, aquella contradicción en términos denominada “Estado Benefactor” no solo ha arruinado especialmente a los más necesitados y provocado la consecuente y creciente exclusión, sino que se ha degradado la noción de caridad que, como es sabido, remite a la entrega voluntaria de recursos propios y no el recurrir a la tercera persona del plural para echar mano compulsivamente al fruto del trabajo ajeno.
En resumen, los valores y principios de una sociedad abierta no matan, lo que aniquila es el estatismo de hace ya mucho tiempo. Es importante citar el Mandamiento de “no matar”, pero como hemos referido más arriba, debe también recordarse los que se refieren a “no robar” y “no codiciar los bienes ajenos”. En este sentido, estimo de una peligrosidad inusual el consejo papal basado en una cita de San Juan Crisóstomo cuando escribe el Papa: “animo a los expertos financieros y a los gobernantes de los países a considerar las palabras de un sabio de la antigüedad: ‘No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos’”.
¿Ese es el consejo agresivo al derecho de propiedad que el actual Pontífice les tramite a los líderes políticos del momento? ¿No es suficiente el descalabro que vive el mundo por desconocer los valores de la libertad? ¿Está invitando a que se usurpen las riquezas del Vaticano o solo se refiere a las de quienes están fuera de sus muros y la han adquirido lícitamente?
A continuación el Papa escribe que “Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. […] Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz”.
Debe precisarse, por un lado, que en una sociedad libre la desigualdad de rentas y patrimonios es inexorable consecuencia de las compras y abstenciones de comprar que lleva a cabo la gente en los supermercados y equivalentes en la medida que considere lo satisface o no el empresario en cuestión. El comerciante que acierta obtiene beneficios y el que yerra incurre en quebrantos. Por otra parte, las desigualdades fruto del privilegio significan un asalto al fruto del trabajo ajeno por parte de ladrones de guante blanco a través de bailouts y otros fraudes con el apoyo de instituciones nefastas como el FMI, del mismo modo que ocurre con los gobernantes que roban al contribuyente para abrir cuentas numeradas en países más civilizados al efecto de poder salvar su patrimonio mal habido que surge de las políticas irresponsables que ellos mismos ejecutan.
Pero lo que resulta más preocupante es que, puesto todo en contexto, el Papa parece estar insinuando una justificación a la violencia como reacción a lo que estima es el sistema competitivo, de mercados abiertos y del respeto a los derechos de propiedad.
También es pertinente apuntar que la llamada “igualdad de oportunidades” es incompatible con la igualdad ante la ley. Si un jugador de tennis mediocre jugara con un profesional y se pretende otorgarle al primero igualdad de oportunidades, habrá que, por ejemplo, maniatar al segundo con lo que se lesionaría su derecho. La cuestión es que todos mejoren sus oportunidades pero no igualarlas desde que cada uno es diferente, único e irrepetible. La igualdad es ante la ley, no mediante ella.
En definitiva, la sana preocupación por la pobreza no se resuelve intensificando las recetas estatistas y socializantes sino en aconsejar el establecimiento de marcos institucionales por el que se respeten los derechos de todos. Si se hiciera la alabanza de la pobreza material y no la evangélica referida al espíritu, la beneficencia quedaría excluida puesto que con ello se mejora la condición del receptor. Y si se dice que la Iglesia es de los pobres, debería dedicarse a los ricos puesto que los pobres estarían salvados. Además, todos somos ricos o pobres según con quien nos comparemos. Desde luego que repugna y alarma sobremanera el observar la miseria en la que muchos viven, pero es urgente comprender que esa situación es consecuencia de los permanentes ataques al progreso que infringen los gobiernos que, en lugar de limitarse a garantizar derechos destruyen las posibilidades de elevar la condición de tanta gente herida en su dignidad a través de inflaciones monetarias, presiones fiscales inauditas y tremendos bloqueos a los arreglos contractuales pacíficos que no lesionan derechos de terceros. En la medida en que esas políticas empobrecedoras no han tenido lugar, en esa media es que se ha permitido mejorar la situación de miseria en cuanto a la producción de alimentos, de medicamentos, de educación, de vivienda y tantas otras manifestaciones de progreso que sacaron a nuestros ancestros de la condición original de las cavernas y la miseria que no se logra por arte de magia sino con trabajo, ahorro y perseverancia en el sistema de la libertad que incentiva la creatividad y el respeto al prójimo.
Por último, en esta nota es de interés tener presente lo estipulado por la Comisión Teológica Internacional de la Santa Sede que consignó el 30 de junio de 1977 en su Declaración sobre la promoción humana y la salvación cristiana que “De por sí, la teología es incapaz de deducir de sus principios específicos normas concretas de acción política; del mismo modo, el teólogo no está habilitado para resolver con sus propias luces los debates fundamentales en materia social […] Las teorías sociológicas se reducen de hecho a simples conjeturas y no es raro que contengan elementos ideológicos, explícitos o implícitos, fundados sobre presupuestos filosóficos discutibles o sobre una errónea concepción antropológica. Tal es el caso, por ejemplo, de una notable parte de los análisis inspirados por el marxismo y leninismo […] Si se recurre a análisis de este género, ellos no adquieren suplemento alguno de certeza por el hecho de que una teología los inserte en la trama de sus enunciados”.
Los fanáticos que siempre dicen amén a todo son cómplices del problema, puesto que como ha dicho el actual Papa refiriéndose a los cortesanos: “son la lepra de la Iglesia”. Si fuera por ellos —salvando las distancias— todavía estaríamos con los Borgia, por lo que resulta pertinente prestar atención a lo que se ha considerado como las corrientes dentro de nuestra Iglesia de Pablo y Santiago (quien deja de lado la “pobreza de espíritu” si observamos el contexto, por ejemplo, en lo que antecede a los versículos 5 y 6 en su segunda epístola donde se refiere a la elección de Dios por los pobres como herederos del Reino y que los ricos los oprimen, a contramano de José de Arimatea, el amigo de Jesús).
Por otra parte, Benedicto xvi -Papa Emérito- acaba de publicar en Klerusblatt destinado a sacerdotes donde, independientemente de sus opiniones sobre los abusos sexuales en la Iglesia, advierte sobre algo fundamental: que la Iglesia es hoy percibida como “una especie de aparato político.”