Editorial
EL ECONOMISTA – Argentina se encuentra transitando un año de mucha incertidumbre. La falta de certeza sobre el devenir del país se da tanto en el campo político como en el económico, ambos condicionándose mutuamente. Por un lado, la cuestión política que impacta sobre la estabilidad de ciertas variables macroeconómicas y, por el otro, el dinamismo negativo que está teniendo la economía marca la agenda política en miras a las próximas elecciones.
Todas las elecciones presidenciales generan expectativas a futuro ya que quien llegue podría marcar cierto rumbo de política económica que perjudique o favorezca a los actores económicos. Sin embargo, éste factor juega un rol protagónico cuando los problemas estructurales del país son tan importantes que dejan en una posición de extrema vulnerabilidad al país. Es por ello que es necesario resolverlos con el objetivo de poder llegar tranquilos a las elecciones, pero sin parches cortoplacistas, sino a través de una política de largo plazo que genere un crecimiento económico sostenido: un fuerte ajuste fiscal.
Existe una realidad: nuestro país gasta más de lo que le ingresa y ya no lo puede financiar ni con emisión, ni con deuda y mucho menos con una suba de los impuestos. Haber emitido por tanto tiempo es lo que provocó que hoy el valor de nuestra moneda nacional se encuentre corroído; con las tasas de interés y el riesgo país tan altos tampoco es conveniente continuar saliendo a los mercados con el crédito tan caro y, por último, con 163 impuestos, impactando sobre todas las actividades económicas es casi imposible que el sector productivo pueda desarrollarse.
Es imprescindible un fuerte ajuste fiscal vía reducción del gasto que impulse un crecimiento sólido y sostenible en el tiempo, mediante un mayor ahorro interno y mejor asignación de recursos. La historia nos indica que la asignación de los recursos sólo puede ser distribuida de forma eficiente por el sector privado ya que es el sector que impulsa la acumulación de capital, motor para el crecimiento económico sostenible en el largo plazo.
Que un país en desarrollo sea vulnerable en materia fiscal tiene efectos sobre dos ejes centrales: la inflación y la gestión de crisis de la cuenta capital.
Cuando el Gobierno debe financiarse para poder solventar el exceso de gasto muchas veces debe recurrir a la emisión de moneda que termina, sobrepasando la demanda de dinero, por déficit de financiamiento. Es un financiamiento sin muchos costos en el corto plazo pero que en el largo plazo termina por impactar sobre la demanda de dinero, reduciéndola y, fundamentalmente, sobre la inflación.
Por el otro, cuando se genera la crisis de confianza y se dispara la crisis de la cuenta capital, es decir, los inversionistas huyen despavoridos del país, entonces el financiamiento que necesita el Estado se choca contra la pared y encuentra su límite, iniciando la crisis. Muchas veces la crisis de confianza se inicia cuando se observa que existe un problema en la consolidación fiscal. La fuga de capitales observada en el último año no es más que la consecuencia de la falta de solvencia fiscal que posee nuestro país.
Por ello, el ajuste fiscal sería tan necesario en estos momentos. El incremento del riesgo país es un indicador de que en Argentina existe un problema de sostenibilidad de la deuda en el mediano plazo. La solvencia de la deuda se mide con la ratio de deuda/PBI. A medida que dicho ratio crece, el país tiene menos posibilidades de hacer frente a sus obligaciones. Cuando la preocupación por la solvencia fiscal se incrementa puede generar problemas de financiamiento y disparar una aguda crisis. Esto sólo puede ser apaciguado con superávits primarios cada vez mayores por los intereses cada vez más crecientes.
El riesgo país se encuentra en niveles muy altos, con un mercado que no logra financiar un déficit de cuenta corriente que parece no ceder. La suba del riesgo país posee su raíz en la falta de gobernabilidad por parte del Gobierno en materia fiscal. Los números no dan y ya se sabe que no llegaremos al déficit fiscal cero este año tal como esperaba el FMI. Los más optimistas creen que se podría llegar al 0,5% del déficit primario, lo que contribuiría a que el país vuelva ser más atractivo a los ojos del mercado. Sin embargo, la incertidumbre electoral de este año podría posicionar los números bastante por encima de dichas proyecciones. Habrá que estar atentos a cualquier indicio que desestabilice las variables. Es necesario remarcar que no es excusa que transitamos un año electoral y eso genera incertidumbre. Uruguay también tiene elecciones este año pero se encuentra bastante cómodo en materia económica ya que los problemas fiscales, a pesar que se observa cierta tendencia preocupante, todavía no se dimensionan con los de nuestro país. Si quiere salir a endeudarse para poder suplir el exceso de gasto, tiene mucho margen para ello. Nuestro país no puede hacerlo. Y esto sucede porque los problemas en materia fiscal le exceden.