Consejero Académico de Libertad y Progreso
CATO – Juan José Tamayo se preguntó dramáticamente en El País: “¿Ha muerto Dios?”. El teólogo cree que en parte se ha hecho realidad el anuncio de Nietzsche, no solo porque “se está produciendo un avance de la increencia religiosa en nuestras sociedades secularizadas y se cierne por doquier la ausencia de Dios”. Hay algo más, porque asistimos a diferentes metamorfosis de Dios, y pone tres ejemplos: el mercado, el patriarcado y el fundamentalismo. Sólo abordaré hoy el primero de ellos.
Según este destacado profesor, el mercado se ha convertido en una religión monoteísta, nada menos. Así lo explica:
Tocar el capitalismo o simplemente mencionarlo es como tocar o cuestionar los valores más sagrados. El neoliberalismo se configura como un sistema rígido de creencias y funciona como religión del Dios-Mercado, que suplanta al Dios de las religiones monoteístas. Es un Dios celoso que no admite rival, proclama que fuera del Mercado no hay salvación y se apropia de los atributos del Dios de la teodicea: omnipotencia, omnisciencia, omnipresencia y providencia. El Dios-Mercado exige el sacrificio de seres humanos y de la naturaleza y ordena matar a cuantos se resistan a darle culto.
Desde las Sagradas Escrituras con el relato del becerro del oro hasta palabras recientes del Papa Francisco, existe una larga tradición de condena religiosa a la divinización del dinero. Dicha condena es más que pertinente, porque sólo debemos adorar a Dios. Y a nadie más, ni a nada más.
Ahora bien: ¿avala esto el argumento de Tamayo? En absoluto, porque si la religión censura la idolatría del dinero, lo debe hacer en todos los casos. Sería absurdo que condenase que usted valore su propio dinero y en cambio aplaudiese que otra persona —un ladrón, un estafador, un poderoso— aprecie tanto su dinero de usted que se lo arrebate por la fuerza. Esto último sería un doble pecado, puesto que violaría dos Mandamientos: el primero y el séptimo.
Entonces, lo deficiente del análisis de Tamayo no es que reproche la adoración de falsos ídolos, que siempre es acertado reprochar, sino el diagnóstico que hace de la situación real. No puede ser verdad que el mercado esté divinizado en nuestra época, porque nunca en la historia el Estado ha sido tan grande, y nunca ha intervenido tanto y tan profundamente en los mercados, es decir, en las decisiones libres de las mujeres y los hombres a la hora de decidir qué hacen con lo que es suyo.
El razonamiento de don Juan José se ajusta mejor al intervencionismo que al capitalismo liberal. En efecto, el intervencionismo sí que pretende ser omnisciente y omnipresente, sí que es un sistema rígido de creencias que funciona como una religión. La prueba de ello es, precisamente, la hostilidad de la política moderna contra el cristianismo, hostilidad que se refleja en los medios de comunicación, como el periódico donde escribe el propio Tamayo: cuando los Estados, por ejemplo, promueven el aborto, lo hacen desde la arrogante posición que Tamayo atribuye falazmente al liberalismo. Desde esa misma soberbia la política moderna ha extraído de los bolsillos de los ciudadanos más dinero que nunca antes, y encima alegando que lo hace por el bien de ellos. ¿De qué omnipotente mercado neoliberal nos habla Tamayo?
Y hablando de hablar, es interesante que don Juan José despotrique contra el capitalismo y no diga nada del anticapitalismo. ¿Es que no hay suficiente evidencia para él? Insiste en el “sacrificio de seres humanos” y en la “violencia estructural del sistema”. Pero no pronuncia ni una sola palabra sobre los sacrificios sufridos por y la violencia perpetrada contra los seres humanos por los enemigos del capitalismo y el mercado.
Este artículo fue publicado originalmente en Actuall (España) el 8 de mayo de 2019.