La situación de los obreros en Argentina antes del peronismo

Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.

Profesor de Finanzas e Historia Económica, Director del Centro de Estudios de Historia Económica y miembro del Comité Académico del Máster de Finanzas de la Universidad del CEMA (UCEMA). Profesor de finanzas en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York (2013-14). Licenciado en Economía UBA (1985) Master of Business Administration (MBA) de la la Universidad de Chicago (1990). Autor de numerosos libros y artículos académicos sobre historia, economía y finanzas.

El 1 de mayo de 1951 Perón pronunció un discurso en la Plaza de Mayo en el que afirmó:

Nosotros representamos la auténtica democracia, la que se asienta sobre la voluntad de la mayoría y sobre el derecho de todas las familias a una vida decorosa, la que tiende a evitar el espectáculo de la miseria en medio de la abundancia, la que quiere impedir que millones de seres perezcan de hambre mientras que centenares de hombres derrochan estúpidamente su plata.

En muchos otros discursos se refirió a la “economía de la miseria” y los “salarios de hambre” que supuestamente existían en Argentina antes del 4 de junio de 1943. Este es uno de los tantos mitos a los que se ha aferrado una gran parte de los argentinos. Al igual que muchos otros mitos, este también ha sido nefasto.

En 1941 Torcuato di Tella publicó un artículo en la Revista de Economía Argentina (“Cómo vive el obrero de la industria argentina?” Año 23, Tomo 40, No. 271, enero 1941) con una comparación del poder adquisitivo del obrero no calificado en Argentina en relación a otros países. No es fácil conseguir el original, pero Carlos Escudé resumió sus conclusiones en su libro “Estados Unidos, Gran Bretaña y la declinación argentina 1942-1949“. A continuación reproduzco las páginas relevantes de este libro;

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Estas comparaciones de Di Tella fueron también confirmadas por el economista inglés Colin Clark, considerado el pionero en la comparación internacional de niveles de ingresos. En 1940 Clark publicó un libro –The Conditions of Economic Progress– con un estudio detallado del nivel de ingreso per cápita de los principales países y regiones del planeta. En su opinión,

El mundo es desgraciadamente pobre. Un ingreso real promedio por trabajador de 500 U.I. o menos (en cifras redondas, un nivel de vida inferior a £ 2 o $ 10 por semana por padre de familia) es el destino del 81% de la población mundial. Un nivel de vida de 1000 U.I. por trabajador por año o más se encuentra sólo en los EE.UU., Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Argentina, Gran Bretaña y Suiza, conteniendo entre ellos el 10% de la población mundial.

El periodista norteamericano Leonard Greenup, quien llegó al país a mediados de 1943, cuando Perón lideraba un golpe de estado, registra en sus memorias que nunca comió tan bien y abundantemente como durante los cuatro años que vivió en Argentina. Y esto a pesar de que sus ingresos y los de su esposa no superaban los US$125 mensuales. Según, Greenup en 1943 la nación argentina era “probablemente la mejor alimentada del mundo”.

No sólo de pan vive el hombre dice el refrán. En el ámbito de la salud pública, los índices de aquella época resaltan los avances que había logrado el país. En Una Nueva Argentina publicado en 1940, Alejandro Bunge menciona que “en Europa y América solamente Holanda, Suiza, Noruega, Estados Unidos y Canadá tienen el privilegio de una mejor [tasa más baja de] mortalidad infantil que la Argentina”.

Más recientemente, en 1998, Jeffrey Williamson de Harvard, publicó un estudio de los salarios reales en América Latina en relación a los de Gran Bretaña hasta la Segunda Guerra Mundial. Argentina era el país con los salarios más altos de la región y como se puede apreciar en el gráfico,  incluso superaban a los de los obreros ingleses:

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Todos estos estudios demuestran lo disparatado que es afirmar que antes de que Perón llegara al poder el “pueblo” se moría de hambre. También refutan la narrativa de explotación y miseria que promovieron Perón y Evita. En 1943 el pueblo argentino vivía en una abundancia que era la envidia del resto del mundo.

Y no son necesarias las estadísticas para confirmarlo sino las palabras del propio Perón. Antes de entrar en política y convertirse en un demagogo, él mismo admitió que, en comparación con el resto del mundo, el argentino vivía en una gran abundancia. Como dice el refrán: a confesión de parte, relevo de prueba. Basta leer las cartas que le escribió a su cuñada desde Italia en 1939-1940 y que fueron publicadas por Ignacio Cloppet en su libro Perón en Roma. Por ejemplo:

“Llevo un mes de observación atenta a todo y a todos. Lo mejor de Italia: Roma; lo mejor de Roma: lo histórico y el Vaticano; lo mejor del mundo: Buenos Aires… Lo mejor de Buenos Aires: sus habitantes, con todos sus defectos y macanas… La única desgracia que apreciamos en nuestro pueblo proviene del exceso de bienestar. Creo sin duda que estos países han llegado a un grado de organización, orden y trabajo, difícil de igualar por otros países que no tengan sus problemas y afligentes necesidades. Hoy he comprobado que la necesidad es un factor poderoso para hacer virtuosos a los pueblos. La historia ya me lo había mostrado en la descendencia de Oriente, Grecia y Roma, pero he necesitado verlo para darme cabal cuenta de que la abundancia no es buena escuela para la virtud, tal como la entendemos hoy. Con todo prefiero pertenecer a un pueblo sin necesidades, especialmente si ese pueblo es nuevo como el nuestro y tiene aún por delante un gran porvenir que forjar”

Lamentablemente, como dijo Alberdi, “acostumbrado a la fábula nuestro pueblo no quiere cambiarla por la historia”. La fábula y el realismo mágico siguen dominando la cosmovisión argentina.

Todo lo antedicho no quiere decir que no se podía (o debía) mejorar la situación de los trabajadores. Es cierto que el déficit habitacional era un problema. Según Bunge, entre 1932 la migración interna llevó más de 300.000 personas del interior al Gran Buenos Aires (casi un 10% de la población rural). También es cierto que el nivel de desigualdad en la distribución del ingreso era alto y que había aumentado significativamente desde 1933. Pero era posible resolver ambos problemas – que reflejaban los costos de transición de una economía agraria y rural a una urbana e industrializada– a través de políticas públicas inteligentes. La solución facilista, simplista y arbitraria que impuso Perón resultó ser muy costosa en términos de crecimiento económico. Además, por su propia naturaleza, el sistema económico peronista sería políticamente resistente a cualquier reforma.

Publicado en emilioocampoblog.wordpress.com

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