Editorial
VISIÓN LIBERAL – Robert Peel: hecha la ley, hecha la trampa.
Hecha la ley, hecha la trampa. Hubo un hombre que marcó la historia del sistema financiero mundial con una ley que le faltó una pieza para ser perfecta.
Robert Peel estadista y político británico del Partido Conservador nació el 5 de febrero de 1788 en la localidad de Ramsbottom, Lancashire, Inglaterra. Hijo de uno de los productores textiles más importantes del mundo se dedicó desde temprana edad a la política. Peel fue dos veces primer ministro del Reino Unido y convirtió al Partido Conservador en la principal fuerza política del país. Peel reformó el sistema penal y reorganizó las fuerzas policiales en Londres, propulsó la Ley de Emancipación Católica y creó un impuesto a la renta. Sin embargo, su mayor aporte fue la creación de la Bank Charter Act, conocida comúnmente como Peel Act.
Entre 1797 y 1819 se generaron en Gran Bretaña una serie de crisis financieras cíclicas: períodos inflacionarios, resultado depreciación de la moneda. Una de las escuelas de pensamiento británicas la Currency School argumentaba que las fluctuaciones de precios y los flujos de entrada y salida de oro estaban relacionados directamente con el volumen de billetes en circulación. Si se generaba un exceso en éste volumen entonces se incrementarían los precios, junto con un déficit de la balanza comercial y posterior salida de oro. Era por ello que esta corriente planteaba que se estableciera una restricción a la emisión de billetes.
En 1844 Robert Peel crea lo que se conoce como la Ley de Peel con el objetivo de terminar con las crisis financieras y consolidar el sistema bancario inglés. Dicha ley establecía:
– El Banco de Inglaterra dispondría un departamento de emisión separado del bancario y gestionado de forma independiente por un comité determinado sin relación con otras actividades de bancos.
– Éste departamento era responsable del oro y solo podía tener billetes en circulación por el valor del oro en su caja más £14 millones garantizadas por el mismo importe en deuda pública. El departamento de emisión estaba obligado a cambiar los billetes del Banco por la moneda metálica de acuerdo a la solicitud del portador. Particulares y banqueros podían solicitar billetes a Banco a cambio de oro.
– No podían crearse nuevos bancos que emitieran billetes. Los que ya existían podían seguir haciéndolo pero no podían exceder el volumen de circulación antes de la sanción de la ley.
Dicha ley establecía restricciones a la emisión de moneda y las futuras variaciones estarían vinculadas a variaciones de la balanza comercial. Sin embargo, los incrementos en la demanda monetaria quedarían sesgados al sistema interno, generado por los propios bancos mediante la otorgación de crédito en función de los depósitos recibidos. Además, en varios momentos de crisis se suspendía “temporalmente” la ley para que el Banco de Inglaterra, a través de la emisión, salve a aquellos bancos al borde de la quiebra que se encuentren en línea con sus intereses.
No haber exigido el 100% para la emisión de depósitos es lo que provocó que la ley fuese tan imperfecta ya que se orientó el negociado hacia la emisión de depósitos. El enorme monstruo -la autoridad monetaria- que se creó terminó por sostener en el tiempo este negociado, les daban liquidez a aquellos bancos que no podían hacer frente a ella y decidiendo quien caía y quién no.
Al fin de cuentas esta ley tan genuinamente impulsada por Peel terminó sometiéndose a los intereses lucrativos de unos pocos y su objetivo, terminar con las burbujas, burdamente tapada por los vacíos que dejó.