Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.
Profesor de Finanzas e Historia Económica, Director del Centro de Estudios de Historia Económica y miembro del Comité Académico del Máster de Finanzas de la Universidad del CEMA (UCEMA). Profesor de finanzas en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York (2013-14). Licenciado en Economía UBA (1985) Master of Business Administration (MBA) de la la Universidad de Chicago (1990). Autor de numerosos libros y artículos académicos sobre historia, economía y finanzas.
Determinar en que momento y debido a que factores la economía argentina comenzó a separarse de la trayectoria seguida por otros países desarrollados ha dado lugar a un intenso debate entre los economistas. Mientras que el economista inglés Alan Taylor sostiene que la decadencia comenzó en 1913 (con lo cual ya habría cumplido cien años), para el cubano Carlos Díaz-Alejandro empezó en 1930 y para el argentino Roberto Cortés Conde en 1950.
En mi opinión, todos tienen algo de razón. La decadencia es un concepto temporal y relativo. Puede medirse verticalmente (mismo país a lo largo del tiempo) u horizontalmente (en relación a otros países a lo largo del tiempo). Conceptualmente la más correcto es hacerlo de la segunda manera, es decir teniendo en cuenta el contexto.
Desde esta perspectiva y estadísticamente hablando, la decadencia argentina comienza a partir del punto máximo que alguna vez alcanzó en el ranking mundial de PBI per capita. Según algunas estadísticas, esto ocurrió en 1896 cuando ocupó por última vez el primer lugar, y según otras, en 1908, cuando alcanzó la séptima posición. Ambas sugieren que Taylor tenía razón. Pero incluso usando este criterio tan restrictivo, hasta 1945 la declinación fue leve, ya que Argentina continuó siendo uno de los diez países más prósperos del planeta. Además, durante el período que va desde el principio de la Primera Guerra Mundial hasta el fin de la Segunda, se debió a factores muy distintos de los que la acelerarían después de 1945. Fue recién a partir de este año que la decadencia argentina inició una tendencia irreversible que nos lleva hasta hoy. Si definiéramos el principio de la decadencia de manera más amplia como el año en que Argentina dejó de estar en los “top ten” de PBI per capita, le daríamos la razón a Díaz-Alejandro o Cortés Conde dependiendo que estadísticas usáramos (sobre este tema ver la última sección de este artículo).
Volviendo a los puntos de inflexión, es indudable que 1914 fue un año clave. No sólo por que marcó el inicio de la Primera Guerra Mundial que puso punto final a la llamada “Primera Era de Globalización” sino también por otro factor al que los historiadores y los economistas argentinos generalmente le prestan poca atención: la apertura del Canal de Panamá. A partir de entonces, Buenos Aires dejó de ser puerto de recalada obligada para todo el comercio transoceánico y pasó a ser un puerto de relevancia secundaria. Esto marcó también el inicio de un progresivo aislamiento comercial y cultural.
A principios del siglo XX, el Canal de Panamá era una pieza clave del tablero geopolítico mundial. A través de su control, Estados Unidos se perfiló como principal potencia comercial en la cuenca del Pacífico, desafiando abiertamente la primacía del Reino Unido, principal socio comercial de la Argentina. Pero no está claro que quienes gobernaban nuestro país en ese momento hayan tomado nota de la importancia de este evento. A quien no se le pasó por alto fue al filósofo español José Ortega y Gasset. En su primer visita al país en 1916, observó que “el centro de gravedad en las grandes luchas comerciales” se estaba desplazando del Atlántico al Pacífico y que esto irremediablemente afectaría la Argentina. Parece que nadie le prestó atención a este comentario.
El impacto de la apertura del canal transoceánico quedó opacado por el del conflicto bélico que fue inmediato y brutal. Durante los casi cinco años que duró la guerra, la economía argentina se contrajo abruptamente. Ambos eventos marcaron un hito importante en la decadencia del Imperio Británico, en cuya órbita financiera y comercial giraba la Argentina. La decadencia del primero ya se percibía a principios del siglo XX y se fue acentuando en la posguerra, primero por la decisión de Churchill de restablecer el patrón oro a la paridad de la preguerra y después de la Gran Depresión con el abandono de ese régimen monetario.
Si la Argentina quería evitar el mismo destino que enfrentaba su principal socio comercial, debía necesariamente diversificar su comercio exterior y desarrollar tanto su industria como su sistema financiero. Además, desde el punto de vista diplomático debía alinear sus intereses con los de la potencia emergente (o por lo menos no desafiarlos abiertamente). Este proceso tuvo lugar a lo largo de la década del treinta, en parte como consecuencia del creciente proteccionismo a nivel mundial y en parte debido a políticas domésticas (que no tenían como declarado ese objetivo).
Otro punto de inflexión importante fue la crisis de 1930. Su impacto en la Argentina fue considerable: entre 1929 y 1932 la actividad económica se contrajo casi 14%. La Gran Depresión además profundizó el reacomodamiento geopolítico global iniciado en 1914, ya que significó el golpe final a la supremacía económica de Gran Bretaña. El impacto sobre la política doméstica también se hizo sentir y contribuyó al derrocamiento de Hipólito Yrigoyen.
Entre 1930 y 1942, la interacción entre la política local y la internacional preparó el terreno para la revolución de junio de 1943. Esta revolución fue otro hito –quizás el más importante– en la decadencia argentina. Los efectos devastadores de la guerra sobre varias economías europeas contribuyeron a que, una vez finalizada, el PBI per cápita siguiera siendo uno de los más altos del mundo. En 1946 seguía siendo no sólo uno de los diez países más prósperos del planeta sino también la séptima economía más grande del mundo occidental.
A pesar de que enfrentaba serios problemas estructurales, Argentina avanzaba en la dirección correcta. Durante los treinta y principios de los cuarenta tuvo lugar un proceso de industrialización espontáneo. El PBI de la industria superó al del agro. Además, Argentina se posicionó como el principal exportador de bienes industriales en América Latina. Pero el golpe de 1943 significó un violento cambio de rumbo tanto en lo político como económico. Uno de los aspectos menos estudiados de este período es la creciente militarización de la sociedad argentina que impuso un pesado lastre a la economía.
Es probable que si a partir de 1944 la Argentina hubiera adoptado políticas económicas más sensatas y una política exterior más inteligente, al igual que Australia y Nueva Zelanda, no habría podido mantenerse entre los diez países más ricos del planeta pero también al igual que estos países habría logrado mantenerse entre los 20 o 25 primeros. Asi lo sugieren las estimaciones de un sofisticado modelo econométrico de la economía argentina.
Pero como ya señalamos, a partir de 1945 la decadencia se aceleró y pasó a convertirse en un rasgo distintivo de la economía argentina. De hecho, de acuerdo a las estadísticas de Angus Maddison (2008) la peor década en términos de declinación relativa fue la que empezó ese año, cuando la Argentina pasó de la décima posición a la vigésimo primera. Fue entonces que se produjo un cambio fundamental en la sociedad y la economía argentinas. Es cierto que a partir de 1950 las series de PBI per cápita incluyen un mayor número de países, pero inicialmente esto afectó muy poco la posición argentina en el ranking ya que en su mayoría tenían entonces un PBI per cápita significativamente más bajo. Aun corrigiendo este sesgo (lo cual implica básicamente eliminar los estados del Golfo Pérsico), la decadencia más profunda tuvo lugar durante el primer gobierno peronista (o la década de los cincuenta). Este es el verdadero punto de inflexión en la historia económica argentina en el siglo XX y el origen de “La Gran Decadencia”.
El argumento de que lo que explica el pobre desempeño relativo de la economía argentina durante esa década fue la caída en los precios de los commodities agrícolas a partir de 1948 (luego de una abrupta suba desde 1945) es refutado por los datos. Mientras que entre 1946 y 1955 la economía argentina creció al 1,3% anual, la uruguaya, que era esencialmente agro-exportadora y con niveles iniciales de ingreso parecidos, lo hizó al 3,1% anual. Consecuentemente, según los datos originales de Angus Maddison (2008) en 1955 su PBI per capita superaba al de Argentina y por ende también la superaba en el ranking. (Nota: Con la actualización de abril de 2018 de The Maddison Project, las cifras cambian en términos absolutos pero la hipótesis del rezago argentino no se modifica: Uruguay creció al 3,7% entre 1946 y 1955 y Argentina lo hizo a 1,3% anual).
Además, la caída en el precio de los commodities agrícolas tampoco parece haber afectado a Canadá, Nueva Zelanda y Australia, cuyo PBI también dependía fuertemente de su sector agropecuario. Eso quiere decir que la respuesta hay que buscarla por otro lado.
A partir de junio de 1943 y especialmente de junio de 1946, Argentina cambió las reglas de juego que determinaban los incentivos para el desarrollo de la actividad económica. En vez de integrarse al mundo y dejar que los precios relativos básicos de la economía fueran determinados por la interacción entre agentes privados, el peronismo propuso la autarquía y un intervencionismo discrecional y dispendioso sin mucho criterio que llevaron a una asignación ineficiente de recursos, el estancamiento económico, una alta inflación (entre 1900 y 1945 la inflación argentina fue en promedio inferior a la de EEUU) y niveles de corrupción inéditos para el país. El peronismo no sólo impuso una “solución” anacrónica e inadecuada para resolver los problemas estructurales que enfrentaba la economía argentina en 1942 sino que también generó una degradación cultural e institucional.
La gran ironía es que Perón supuestamente venía a corregir las injusticias generadas por el “modelo agroexportador” y supuestamente también a reemplazarlo con un modelo de desarrollo industrial justo y equitativo. En realidad, lo que logró es perpetuar el primero ya que sin las exportaciones agropecuarias hubiera sido imposible que los argentinos alcanzaran el nivel de vida al que aspiraban. En esencia, la economía argentina (y una industria protegida e ineficiente que emplea a gran parte de la población) sigue sobreviviendo gracias al agro, que es esquilmado cuando aumentan los precios internacionales de los commodities para financiar fiestas populistas.
El problema es que la población argentina aumentó considerablemente desde 1945 y estos precios son significativamente mas bajos en términos reales. Ni siquiera el fenomenal aumento de productividad del sector agropecuario argentino puede financiar el nivel de vida que pretenden los argentinos.
La consecuencia inevitable de persistir con este sistema económico es lo que explica la decadencia económica argentina. Sin reformas estructurales seguiremos en esta misma trayectoria. Según las proyecciones del FMI, en 2023 alcanzaremos la posición 75 en el ranking de PBI per capita. Será otro hito lamentable en la evolución de la sociedad argentina.
Sobre el uso y el abuso de las estadísticas
La base de datos más completa para analizar el desempeño relativo de un país a lo largo del siglo XX es la que elaboró el economista inglés Angus Maddison, profesor en la Universidad de Groningen en Holanda. Esta base de datos, que alcanza hasta 2008, se puede acceder en este link: http://www.ggdc.net/maddison/oriindex.htm
Luego de la muerte de Maddison en 2010 sus estadísticas fueron actualizadas por investigadores de la Universidad de Groningen. Actualmente cubren 169 países hasta el año 2016. Para la gran mayoría desde 1950, aproximadamente 32 países desde 1875 y algunos pocos desde el principio de la era cristiana. Los datos se pueden acceder a través de este link: https://www.rug.nl/ggdc/historicaldevelopment/maddison/
La principal diferencia entre ambas bases de datos es que la original está expresada en dólares Geary-Khamis de 1990 y la segunda en dólares de 2011 a la paridad del poder adquisitivo. Otra diferencia es que la actualización de 2018 incluyó dos series distintas de PBI per capita: “cgdppc” y “rgdpnapc”. La primera es para comparar el nivel de ingresos de distintos países y la segunda para comparar sus tasas de crecimiento. Los resultados de usar una u otra serie no son idénticos. Por ejemplo para Argentina durante el período 1946-1955, la tasa anual de crecimiento que surge de la serie “cgdppc” es 0,9% mientras que para la serie “rgdpnapc” es de 1,3%.
Para Argentina las primeras observaciones confiables datan de 1870, pero recién después de 1875 tienen periodicidad anual. Como a lo largo del siglo XX hubo un proceso de descolonización importante en Asia, África y el Medio Oriente, el número de países incluidos en la base de datos se fue expandiendo: pasa de 43 países en 1900, a 50 en 1947, 137 en 1950 y 163 en 2016.
Si graficamos la posición de Argentina en el ranking mundial de PBI per cápita se ve que desde 1875 hasta 1946 estaba entre los diez países más ricos del mundo. A partir de entonces se percibe una declinación que continúa hasta nuestros días (las últimas proyecciones del FMI sugieren que ocuparemos la posición 75 en 2023).
Hay quienes juzgan que este gráfico no es más que “una treta híper engañosa” de economistas liberales para demostrar que la decadencia argentina se inició con Perón. Según esta interpretación, el gráfico no tiene en cuenta los niveles de PBI per cápita iniciales y además tiene un sesgo, ya que a partir de 1950 la muestra de países que se incluyen se expandió significativamente. Ambas objeciones son inválidas.
Si corregimos el gráfico por la expansión del número de países la conclusión no varía: hasta 1945 Argentina era uno de los países más prósperos del planeta y a partir de entonces inició una caída prácticamente ininterrumpida en el ranking de PBI per capita. Lo único que cambia es la magnitud simplemente porque se incluyen menos países.
El error de los liberales sería, supuestamente, no darse cuenta que lo relevante para el análisis es la tasa de crecimiento de PBI per capita. Supuestamente, a Argentina le fue relativamente bien a partir de 1945 en comparación con países como Australia y Estados Unidos. De hecho, quienes proponen esta línea de argumentación sostienen que hasta 1975 la economía argentina no experimentó una declinación en relación al resto de un grupo de países comparables. En en apoyo de este aserto, mencionan que ese año el país comenzó a exportar productos industriales y la distribución del ingreso era “justa” (omiten de esta rosada descripción el descalabro total de la economía, el Rodrigazo y la cuasi hiperinflación que llevó al golpe militar de 1976, también que ya en 1942 Argentina exportaba el 20% de su producción industrial y que ese boom exportador fue abortado por el peronismo).
Es muy fácil refutar el argumento de que hasta 1975 no hubo decadencia relativa. De hecho para los economistas e historiadores serios que han estudiado el tema (tres de los cuales menciono en el primer párrafo) no queda duda de que a partir de 1945 Argentina fue quedándose cada vez más rezagada en relación al resto del mundo. Y no eran precisamente liberales. Recordemos lo que dijo Paul Samuelson en 1980 (y volvió a decirlo en una entrevista en 2009):
Supongamos que alguien en 1945 me hubiera preguntado: “¿Qué parte del mundo espera experimentará el despegue más dramático en las próximas tres décadas?” Probablemente habría respondido algo así: “Argentina es la ola de futuro. Tiene un clima templado. Su densidad de población proporciona una dotación de recursos naturales favorable por persona ocupada. Por un accidente histórico, su población actual es una progenie bastante homogénea de las naciones de Europa occidental. Y Argentina se encuentra en 1945 en esa etapa intermedia de desarrollo desde la cual se puede esperar un rápido crecimiento”.
Adjudicarle la culpa a Perón de la decadencia argentina no es injusto ni tampoco una “treta híper-engañosa de los liberales”. Aunque murió en 1974, las reglas de juegoque impuso para el funcionamiento de la economía argentina en 1945 perduran hasta hoy y excepto en breves períodos (1959-1961, 1967-1969, 1976-1980y 1991-1996) no hubo otros intento serios de modificarlas. Y los cambios estructurales iniciados durante esos periodos (si es que los hubo) fueron revertidos por quienes gobernaron el país después. El gráfico de la evolución de la posición argentina en el ranking mundial de PBI per capita permite visualizar más fácilmente esta conclusión. Pero no hay que confundir las cosas. El gráfico no constituye el argumento central que explica esa decadencia sino simplemente una prueba más que es fácil de entender.
En cierto sentido la culpa no es de Perón, sino de los argentinos que desde 1945 han preferido seguir aferrados a un sistema económico que condena al país al atraso. La decadencia argentina es producto de ese apego. Para entender la decadencia hay que tener en cuenta lo que los economistas llaman “dependencia de trayectoria” (path-dependence): una vez establecido cierto marco institucional, genera intereses que lo hacen persistir a lo largo del tiempo. Sobre este tema de economía política se ha escrito mucho. Aquí el link a un estudio reciente que profundiza sobre este tema.
Sea como fuere, a continuación incluyó una serie de gráficos que refutan la argumentación resumida más arriba que básicamente plantea que hasta 1975 estuvimos fenómeno y que el golpe militar nos llevó a la decadencia actual.
Vamos por partes. Es cierto que para evaluar la decadencia económica de un país hay que tener en cuenta los niveles iniciales de PBI per capita y también sus tasas de crecimiento (obviamente, con el paso del tiempo las segundas terminan afectando a los primeros). También es cierto que el gráfico con el ranking no tiene en cuenta esos niveles iniciales. Como plantea la teoría del crecimiento económico desarrollada desde fines de los años cincuenta, en una economía globalizada e integrada, los PBI per capita de los países deberían converger al mismo nivel a lo largo del tiempo. Esto implica que los países con PBI per capita más bajos deberían crecer a tasas superiores a las de los países con PBI per capita más altos (para aquellos interesados en el análisis de convergencia sugiero la lectura de este artículo de Robert Barro o el libro Economic growth del cual es co-autor).
De cualquier manera, al analizar largos períodos de tiempo como 1875-2016 o 1875-1945 la objeción respecto a niveles iniciales de PBI per capita pierde sentido. Lo que importa para evaluar el desempeño de una economía en relación a otras, es si su tasa de crecimiento excede al promedio mundial y la de países con niveles de ingreso similar. La siguiente tabla muestra para distintos períodos como se comparó la tasa de crecimiento del PBI per capita de Argentina con la del resto del mundo. La primera columna la compara contra el promedio y la segunda contra el percentil de 90% (es decir, el nivel por debajo del cual se encuentran el 90% de los países).
La tabla muestra que entre 1876 y 1929 en 22% del período la tasa de crecimiento del PBI per capita de Argentina fue de las más altas del mundo (10% superior). También que entre 1946 y 1955 sólo en 27% de los años excedió al promedio y que nunca estuvo entre las más altas del mundo. Siguiendo un criterio similar, el gráfico siguiente muestra las diferencias normalizadas entre la tasa de crecimiento del PBI per cápita de Argentina y la tasa de crecimiento promedio para 57 países durante el período 1875-2016. El gráfico también incluye la tendencia lineal de esas diferencias. Como se puede ver el punto en el que la tendencia pasa de signo positivo a negativo es coincidentemente 1945.
Uno podría argumentar que este resultado era esperable ya que, teniendo en cuenta la convergencia, la tasa de crecimiento del PBI per capita debía ser más alta cuando la economía argentina recién empezaba a desarrollarse. Pero como veremos, este argumento no sirve para sostener que entre 1945 y 1975 la economía argentina no se rezagó en relación a otras con niveles de ingresos comparables.
La manera correcta de analizar si hubo convergencia (o divergencia) en el crecimiento de distintos países es comparar los promedios quinquenales de PBI per capita el principio y el final del período que se quiere analizar. Por ejemplo, para evaluar el desempeño del llamado “modelo agro-exportador” deberíamos comparar el promedio de 1875-1879 con el de 1925-1929. Durante este período la economía argentina estuvo integrada al mundo y las principales decisiones económicas las tomaba el sector privado. Podemos comparar este período con el iniciado en 1945 tomando el PBI per capita promedio de 1940-1944 y el de 1970 y 1974 durante el cual la economía básicamente operó bajo el sistema económico implantado por Perón (con varias interrupciones que nunca lograron desplantarlo del todo). Esto es lo que muestran los gráficos siguientes:
Estos gráficos nos permiten evaluar para ambos períodos si la tasa de crecimiento del PBI de Argentina era consistente con su nivel de PBI per capita. Los puntos incluyen a 32 países para los que hay datos completos (periodicidad anual) para calcular los promedios. El eje horizontal muestra el promedio de PBI per capita en el primer quinquenio del período a analizar y el eje vertical lo mismo para el último. La regresión lineal permite evaluar si un país está rezagado en relación a otros dado su nivel de ingresos o si tiene un desempeño superior. Si un país está a la izquierda de esta línea significa que su crecimiento excedió al esperable para un país con ese PBI per capita, mientras que si está a la derecha indica lo contrario. Cuanto más alejado de la línea, mayor o menor habrá sido su desempeño en términos relativos dado su nivel de ingresos inicial. El punto marcado en rojo indica los valores para Argentina.
Resulta evidente que entre 1875 y 1929 Argentina fue una de las economías que creció más rápidamente en relación a su nivel de ingresos. También que entre 1945 y 1974 ocurrió el fenómeno exactamente opuesto. De hecho, la regresión lineal sugiere que el PBI per capita promedio para ese quinquenio debería haber sido 30% superior dado el nivel de ingresos promedio de 1940-44.
Como para el período 1946-1975 hay datos para un mayor número de países se puede verificar que esta conclusión no depende del tamaño de la muestra. El gráfico siguiente muestra los resultados usando datos para 49 países desde 1946-1955 a 1973-1975. La conclusión: el PBI per capita promedio en 1973-1975 debería haber sido un 24% más alto dado su nivel de ingresos en 1946-1955. Si tomamos el período 1950-1974 para el que la muestra incluye 146 países el porcentaje sube a 26%. Es decir, la conclusión sigue siendo la misma: no hay duda que la economía argentina comenzó a rezagarse a partir de 1945.
Por otra parte, si usamos esta misma metodología para el período que va desde 1925 a 1944 la conclusión sería que la economía argentina creció a una tasa levemente inferior a la esperable dado su nivel de ingresos: creció poco (0,2%) pero el mundo también creció poco. Obviamente la Gran Depresión de los años treinta tuvo mucho que ver con este resultado.
Es cierto que la decadencia argentina continuó después de 1975. La causa original fue la misma: la persistencia de un sistema económico que inevitablemente lleva a resultados subóptimos en términos de crecimiento: desequilibrio fiscal y externo, proteccionismo, alta inflación, distorsión en los precios relativos y la remuneración de los factores productivos debido a la intervención estatal. Los efectos nocivos de este sistema fueron acentuados por la inestabilidad macroeconómica y política.
Utilizando la metodología descripta es posible cuantificar de manera más precisa hasta que punto la decadencia entre 1940 y 1975 es comparable con la que sobrevino después. La tabla siguiente estima la decadencia implícita para distintos períodos de tiempo. La primera columna muestra el PBI per capita promedio para el primer quinquenio del período, la segunda para el último, la tercera la esperable según la primera columna y la cuarta columna la diferencia entre las tercera y cuarta columnas. Como se puede apreciar, tanto la década perdida de los ochenta como la crisis de 2001 tuvieron impacto pero cuando analizamos el período 1970-2014 la decadencia relativa es menor que la de 1950-1974 con la muestra amplia o 1940-1974 con la muestra reducida (el gráfico de arriba). Es decir que desde principios de los setenta seguimos, con altibajos, básicamente la misma trayectoria de decadencia que iniciamos en 1945.
No es cuestión de ideología sino de lo que dicen los datos. Quien quiera entender que entienda. Y el que no quiera entender, que siga aferrado a su propia fantasía si es que eso lo hace sentir bien. En la Argentina el realismo mágico otorga satisfacciones psicológicas y emocionales que la realidad muchas veces nos mezquina.
(Adaptado de “Entrampados en la Farsa: El Populismo y la Decadencia Argentina” publicado en 2015)