Economista especializado en Desarrollo Económico, Marketing Estratégico y Mercados Internacionales. Profesor en la Universidad de Belgrano. Miembro de la Red Liberal de América Latina (RELIAL) y Miembro del Instituto de Ética y Economía Política de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
A nuestro país le fue particularmente bien con el comercio libre; en 1895 alcanzamos el primer puesto mundial y hasta 1945 nos mantuvimos en los 10 primeros puestos del planeta en lo que se refiere a salarios, producción y consumo por habitante. Y no fue solo el agro. Según el censo industrial de 1932 la industria argentina superaba a la suma de las de México y Brasil.
Lamentablemente desde hace ocho décadas nos apartamos de ese camino, los mismos ochenta años que coinciden con la declinación argentina. La recesión del ‘30 y la guerra mundial despertaron a los empresarios proteccionistas quienes encontraron en Raúl Prebisch una excusa intelectual para ir en contra de las evidencias de toda la historia. Su “Teoría del deterioro de los términos de intercambio” sostenía que los países ricos explotaban a los periféricos a través del comercio, exportando manufacturas caras e importando materias primas cada vez más baratas. Esa teoría se ha probado falsa, Prebisch no supo ver el cambio tecnológico, ni comprendió que lo importante del comercio son precisamente las importaciones de manufacturas que mejoran año tras año aumentando la productividad. Cada nueva cosechadora significaba más hectáreas por hora y menos desperdicios que la anterior. Nada cae más rápido de precio que las manufacturas. Las computadoras duplican su capacidad de cómputo por dólar invertido cada 18 meses. Corregido por el cambio tecnológico, queda claro que son los países pobres quienes “explotan” a los ricos a través del libre comercio. Por eso, los países emergentes crecen al 5,3% anual, mientras los países ricos solo al 1,8%.
El mito de la necesidad de proteger a la industria naciente, divulgado por List, Hamilton y más recientemente por Chang, entre otros, quedó sepultado por los datos históricos de la Argentina que demuestran que, entre 1810 y 1910, el libre comercio nos permitió alcanzar a Inglaterra partiendo de un PIB per cápita tres veces menor. Esto se repitió indefectiblemente con cada país que se fue abriendo a los mercados internacionales. Asimismo, cuando Argentina decidió encerrarse nuestro país se estancó y muchos países nos fueron dejando atrás: Japón en los 70’s; en los 80’s Irlanda (que hoy es tres veces más rica), en los 90’s Hong Kong, Taiwán, Singapur, Corea del sur; en el 2000 Estonia; y en breve, Botswana.
Así las cosas, debemos celebrar el pronóstico de avanzar con el Tratado de Libre Comercio entre Mercosur y Europa. Un tratado de libre comercio implica una apertura gradual. Los liberales preferiríamos una apertura rápida y pareja para todos, y los proteccionistas optarían por no abrirse nunca. No es el ideal, es un camino intermedio. Pero lo importante es aprovechar al máximo esta nueva oportunidad para coordinar los esfuerzos de los argentinos y dar un salto en la productividad de nuestro país. La especialización según las ventajas comparativas será inevitable, pero el tratado brinda suficiente tiempo para que las empresas puedan adaptarse. Es crucial que el establishment de políticos, empresarios y sindicalistas colaboren para remover los obstáculos estructurales a la competitividad, avanzando con las reformas necesarias:
Para competir con éxito es indispensable la reforma laboral, como lo hizo Alemania en los 90’s y Brasil más recientemente; tendremos que hacer una mega desregulación y eliminar al menos 153 de los 163 impuestos para aliviar a empresas y personas. Será crucial también una reforma monetaria que elimine la inflación y desplome las tasas de interés, reemplazar a una moneda débil por una moneda fuerte, como lo han hecho todos los países que se unieron al Euro. La reforma del Estado y la previsional son un complemento ineludible. Este conjunto de reformas aumentará la competitividad de la economía sin necesidad de devaluar, y el resultado será palpable en el fuerte aumento de los salarios reales. En las próximas dos décadas Argentina puede crecer al 7% anual y multiplicar por tres los salarios reales.
* Director general de la Fundación Libertad y Progreso