Argentina: microfundamentos versus realidad social; sobre los costos de construir una economía sólida

Licenciado en Economía (UBA, 2002), Master en Economía y Administración de Empresas (ESEADE, 2004) y Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid (URJC, 2009).

Profesor Titular Regular de Introducción a la Economía en la Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas de la Universidad Nacional de La Pampa (UNLPam).

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EL OJO DIGITAL – En el debate de 1930, que tuviera lugar entre Friedrich Hayek y John Maynard Keynes, la crítica más profunda del primero hacia el segundo es que éste sólo veía los agregados (consumo, inflación, producción), pero que estos carecían de microfundamentos. La tasa de interés en el pensamiento de Keynes, por ejemplo, no estaba basada en una teoría del capital, y la atención en el nivel de precios, no dejaba ver la distorsión de precios relativos que la política monetaria podía provocar. Desde Precios y Producción (1931) hasta La Teoría Pura del Capital (1941), Hayek puso el foco precisamente en advertir que debajo de la macro que Keynes describía había una estructura del capital que determinaría la realidad social futura.
Mauricio Macri, Nicolás DujovneHoy, asistimos a este mismo debate planteado en la República Argentina. Mientras unos observan que, desde 2015 hasta 2019, se incrementaron la inflación, el desempleo y la pobreza, y se precipitó el índice de actividad económica, otros describen una economía que tiende a normalizar sus microfundamentos. No está demás aclarar que los microfundamentos determinan la realidad social en el largo plazo pero, en el corto, pueden disociarse.
Tengo la impresión que, en diciembre 2015, la realidad social no era buena, pero los microfundamentos eran peores de lo que la realidad social podía mostrar. Argentina era una olla hirviendo. Bastaba levantar la tapa, para que la realidad social volara por los aires y se ajustara a unos microfundamentos ciertamente pobres. Axel Kicillof fue el artífice entre 2011 y 2015 de distorsionar esos microfundamentos, a criterio de que el gobierno que siguiera al de Cristina Fernández de Kichner fracasara en cualquier intento de recuperar el crecimiento del que careció la Argentina de ese último gobierno kirchnerista.
Y no me refiero aquí, únicamente, al caso del dólar futuro, que desbordó las páginas de los medios durante meses. El problema era bastante más complejo que eso. Toda la política económica de este último gobierno kirchnerista evitó corregir solo uno de los problemas fundamentales de Argentina para evitar que el costo se traslade a la realidad social. Era más efectivo, esperar que la bomba explotara en manos del siguiente gobierno.
Había alta inflación pero, si sumábamos la inflación reprimida, su nivel hubiese sido más elevado aún que el actualHabía default, pero era más prometedor acusar al juez Thomas Griesa que acordar con el Club de París. Había un tipo de cambio muy atrasado, pero devaluar hubiera contribuído a que se dispararan la inflación y la pobreza, mientras hubiese hundido a la actividad. Las tarifas se exhibían atrasadas, pero nadie desea sufrir el costo social y político de elevar el costo de los servicios públicos. 
El gobierno de Mauricio Macri hizo precisamente esto. Dejará en 2019 una Argentina con alta inflación, desempleo y pobreza, pero sus microfundamentos garantizan una economía que rebotará y permitirá, con ello, una mejor realidad social, bajando precisamente la inflación, el desempleo y la pobreza a niveles inferiores que los que heredó. Ese proceso ya inició y, de hecho, los datos ya lo están mostrando.
¿Qué fue lo que hizo Macri? Sustituyó un déficit fiscal primario y consolidado entre Nación y Provincias, por equilibrio presupuestario. Es cierto que aún resta cubrir los intereses pero, de cumplirse las metas fiscales, Argentina podría alcanzar en un hipotético segundo gobierno de Mauricio Macri el superávit fiscal primario, que a su vez permita alcanzar el equilibrio fiscal financiero (incluyéndose los intereses). También se ocupó, el consorcio Cambiemos, de reconocer la necesidad de un tipo de cambio competitivo, lo que requirió de una fuerte devaluación el año previo a la elección, y lo que repercutió en la inflación, el desempleo y la pobreza, aunque al alza.
¿Podía la Argentina evitar la crisis cambiaria, en un momento en que, además de la sequía, el mundo vivió un corte repentino del crédito internacional (Sudden stop)? De ninguna manera. Defender el peso en ese contexto, hubiera dejado a la Argentina sin reservas rápidamente. Y es que los microfundamentos de la economía argentina eran en extremo débiles, mucho más que los de los países vecinos que hicieron frente de mejor manera al shock externo.
El tipo de cambio saltó de 17 a 23, 28, 31, 37, 42, para luego retroceder a 38, tras lo cual se elevó a 45, para finalmente retroceder a 42. La crisis cambiaria vino a corregir el enorme déficit de cuenta corriente pero, fundamentalmente, permitió que los argentinos nos percatáramos de que los dólares cuestan más que aquello que estábamos pagando. Con un dólar más caro, se encarecieron las importaciones, y ello dificultó el turismo en el exterior, algo que la clase media argentina cuestionó con fuerza. El tipo de cambio multilateral resultante no llegó al nivel de 2003 pero, al menos, permitió que la Argentina abandonara el dólar barato, corrigiendo otro microfundamento.
Si coincidimos que el tipo de cambio nominal debía subir, entonces resulta un error criticar al oficialismo por la inflación consecuente, o el impacto en el empleo y la pobreza. Todo esto es herencia. Nadie podía evitar que estas cosas ocurrieran. El oficialismo creyó inocentemente, y este fue un error que hoy paga caro, que podía evitar estas consecuencias con gradualismo y mucho viento a favor, pero fue imposible. Debió, quizás, generar una corrección mayor en los microfundamentos ni bien llegó al gobierno en diciembre de 2015 para que el costo de la crisis se generara en 2016 y políticamente sea observado como una herencia lógica de la política económica de Axel Kicillof. Probablemente. Pero, a lo sumo, se podrá criticar al gobierno por postergar la crisis, más que por haberla generado.
Lo cierto es que hoy la Argentina ofrece microfundamentos sólidos, que permiten entrever que recuperará el crecimiento en el segundo semestre de 2019, y se fortalecerá en 2020. La mejor actividad recuperará la recaudación, lo que permitirá ir hacia un equilibrio fiscal consolidado y financiero. No sólo ello. Conforme el riesgo país se reduce al ritmo de estas mejoras observables, la Argentina podrá reestructurar su deuda y sustituir activos caros por otros más baratos, tomando deuda a tasas más bajas. El déficit financiero podrá resolverse, ni bien el oficialismo sea reelecto. 
La inflación ya dio inicio a una baja contundente desde el 4,7 % en marzo hasta el 3,1 % de mayo, y una cifra aun menor a observarse en la fecha de hoy anunciada por el INDEC. Pero en la medida que el dólar mantenga su calma, y ese escenario es plausible, el IPC debería seguir bajando hacia el 2 % mensual al cierre de este año, e incluso más bajo en 2020.
Quedan desafíos claro. Las Leliqs siguen siendo un problema que deberá atenderse con urgencia a inicios de 2020. El déficit fiscal financiero cerraría 2019 en alrededor del 4 % del PIB. Las reformas previsional, tributaria, laboral son requeridas mínimamente para asemejarnos competitivamente a nuestros vecinos. Hay que prepararse para el momento en que el acuerdo de libre comercio con la Unión Europea entre en vigencia.
Resumiendo, no nos quedemos sólo con la superficie de la costosa realidad social que nos dejó el kirchnerismo y que Cambiemos no pudo evitar. Si los microfundamentos mejoran, y ese parece ser el caso, la Argentina y sus activos terminarán rebotando, y con ello mejorará la actividad, y se corregirán hacia abajo variables tales como inflación, desempleo y pobreza.
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