Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.
Profesor de Finanzas e Historia Económica, Director del Centro de Estudios de Historia Económica y miembro del Comité Académico del Máster de Finanzas de la Universidad del CEMA (UCEMA). Profesor de finanzas en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York (2013-14). Licenciado en Economía UBA (1985) Master of Business Administration (MBA) de la la Universidad de Chicago (1990). Autor de numerosos libros y artículos académicos sobre historia, economía y finanzas.
Parece haber consenso respecto a que los resultados de las PASO fueron un castigo al gobierno por el duro ajuste que impuso a la sociedad argentina. Si sirve de guía para la política económica este diagnóstico sólo contribuirá a agravar la situación. El fuerte ajuste iniciado hace un año indudablemente agravó la recesión pero no fue su causa original. La economía comenzó a desacelerarse en el tercer trimestre de 2017 y entró en recesión a principios de 2018 cuando se frenó la entrada de capitales (el llamado sudden stop). Es decir, antes de que el gobierno iniciara un serio ajuste fiscal.
Para entender que pasó es útil analizar las proyecciones que hizo el FMI en los últimos cuatro años. Aun sin saber el resultado de las elecciones, en octubre de 2015 sus analistas proyectaban que el gobierno entrante acumularía durante su mandato US$130.000 millones en déficits fiscales. Esto significaba que sin acceso a los mercados internacionales de capitales y/o un fuerte ajuste fiscal, el país se encaminaba hacia una crisis financiera o la hiperinflación.
El FMI seguramente pensó que el gobierno de Macri compartía su diagnóstico y en abril de 2016 redujo esa cifra a US$89.000 millones. El optimismo y la entrada de capitales luego del acuerdo con los hold-outs contribuyeron a que la economía se recuperara moderadamente. Pero frente al gradualismo fiscal implementado por el gobierno, seis meses más tarde el Fondo concluyó que Argentina necesitaría al menos US$159.000 millones para financiar sus déficits entre 2017 y 2020. Algo más optimistas, las proyecciones de un año más tarde redujeron esa cifra en US$ 20.000 millones. Sin un fuerte ajuste del gasto, el país nuevamente se encaminaba hacia una crisis porque no había capacidad adicional para Argentina en los mercados de capitales. El mercado percibió esta situación y a partir de octubre la prima de riesgo país comenzó a subir. Los errores no forzados del gobierno a fin de año complicaron aún más las cosas. Para abril de 2018, cuando los efectos del sudden stop ya eran evidentes, el FMI proyectó que los déficits de 2018-2021 sumarían U$125.000 millones. En su informe de julio el FMI proyectó que entre 2016 y 2019 Argentina habrá acumulado déficits por US$130.000 millones. De lo cual se deduce que: 1) su pronóstico de octubre de 2015 resultó bastante acertado, y 2) sin su asistencia financiera el país hubiera entrado en default a mediados de 2018. El gradualismo sólo pospuso lo inevitable.
En los últimos treinta y seis años en los que el país ha vivido en democracia, la economía estuvo en recesión en quince. Lo cual nos pone en el segundo lugar (debajo de Libia y encima de Venezuela) entre los que más recesiones han tenido. Para poner esta cifra en perspectiva, Estados Unidos ha tenido once recesiones desde la Segunda Guerra Mundial y sólo tres desde 1984. Si hiciéramos un ranking mundial de tasa de inflación, Argentina también ocuparía los primeros puestos. Somos los campeones mundiales de la estanflación.
El ciudadano común se pregunta por qué un país rico en recursos naturales, con una población educada, sin problemas raciales, ni plagas, ni guerras internas y externas, y que además elige libremente a sus gobernantes tiene un desempeño económico tan lamentable.
La explicación es simple: la principal causa de que la tasa de crecimiento del PBI sea tan baja y tan volátil es la inviabilidad financiera del estado. Esta inviabilidad a su vez es consecuencia de que la sociedad argentina gasta por encima de sus ingresos (o consume más de lo que produce). Para decirlo en términos simples: nos gusta el champán francés pero nuestro nivel de ingresos alcanza solo para birra. Consecuentemente vivimos de prestado. Un estado derrochón alienta esta fantasía colectiva. Es en sus cuentas donde se manifiesta más claramente este problema.
En las últimas cuatro décadas el estado argentino “resolvió” su inviabilidad financiera mediante alguna de las siguientes opciones: mega devaluación con retenciones, confiscación de ahorros privados, hiperinflación, licuación, restructuración y default. El resultado final es siempre el mismo: una masiva transferencia de recursos del sector privado productivo al sector público. Para volver a crecer es necesario adecuar de manera inteligente el tamaño del estado a la capacidad productiva de la economía y hacerlo viable financieramente. Plantear otra cosa es negar la realidad. El realismo mágico es un genero literario. Adoptarlo como principio guía de la política económica nos va a condenar al estancamiento.