Lic. en Administración de Empresas. Magister en Economía Aplicada de la UCA. Doctorando en Economía en la UCA.
Revista Desafío Exportar – Iván Cachanosky, Economista Jefe en Libertad y Progreso, hace un análisis sobre la economía de estos útimos 4 años.
Quedan pocos días para que el Presidente Mauricio Macri finalice su mandato presidencial el 10 de diciembre. Estos últimos cuatro años se caracterizaron por obtener un financiamiento vía endeudamiento, el cual fue muy cuestionado. Lo cierto es, analizando el largo plazo, que Argentina convive con desequilibrios económicos hace aproximadamente 70 años y los fue financiando de manera alternativa: con incremento de impuestos, con emisión monetaria y este último tiempo, con incremento de deuda (interna y externa).
En este marco, la cantidad de dólares que ingresaron al país en los últimos años representaron montos elevados. Desde enero del 2016 hasta septiembre 2019 (último dato disponible al momento de escribir estas líneas) ingresaron al país US$137.840 millones según los datos publicados por el Banco Central en su “Informe de la Evolución del Mercado de Cambios y Balance Cambiario”. La gran pregunta, y que ha generado un intenso debate es, ¿qué ocurrió con ese dinero? De ese monto, US$18.813 millones se destinaron para incrementar reservas internacionales (14% del total), mientras que US$34.179 millones (25%) fueron utilizados para financiar el déficit en cuenta corriente. Y la gran mayoría, con un monto de US$84.848 millones representaron la Formación de Activos Externos del Sector Privado No Financiero (61%), lo que suele llamarse “Fuga de Capitales”. Si uno realizaba este mismo ejercicio a principios del 2018, se hubiera encontrado con que la importación de capitales se repartía de manera equivalentes entre el incremento de reservas, financiamiento del déficit en cuenta corriente y la formación de activos externos. Esto claramente trae a luz la aceleración que ha sufrido la Formación de Activos Externos. En otras palabras, ha crecido la demanda por dólares con una oferta que no acompañó y esto derivó en devaluaciones.
En realidad, lo que preocupa no es la cantidad de dólares que ingresaron al país, sino la composición de esa importación de capitales. El problema es que, la mayoría de esos dólares provienen de deuda y no son dólares genuinos generados por el país. Por ejemplo, la Inversión Extranjera Directa, clave para generar crecimiento de largo plazo y sostenido, representa tan sólo el 6,8% del total de la importación de capitales en la era Macri. Luego, el resto es casi todo deuda si se toma en conjunto las colocaciones del sector Público Nacional, Provincial y la deuda contraída con el FMI. La deuda tomada por estos tres agentes económicos, representa el 76,0% del monto total de la importación de capitales. Este número se extiende al 81.7% si se tiene en cuenta la colocación de deuda del sector privado. En concreto, el problema de Argentina no es el monto de la cantidad de dólares que ingresaron, sino que su mayoría representa deuda y no son dólares genuinos de inversión.
El problema no es la deuda en sí, sino la ausencia de reformas estructurales mientras Argentina vivía de prestado. Una cosa es tomar deuda para realizar la reforma del Estado y otra muy distinta es tomar deuda para continuar financiando un gasto público que el país no puede cubrir. El problema de Argentina es que se utilizó gran parte de la deuda para cubrir un gasto que en los primeros dos años de gobierno se redujo tímidamente. Debido a que la gran promesa realizada por Macri era el de bajar el gasto público para así reducir el déficit fiscal primario realizando las reformas estructurales, los prestamistas se decepcionaron en marzo-abril del 2018 cuando se dieron cuenta que esto no estaba ocurriendo y dejaron de prestarle al país. Por esta razón no quedó otra alternativa que recurrir al Fondo Monetario Internacional. Ya bajo el “coaching” del FMI, el camino a intentar alcanzar un déficit primario de 0% se aceleró, aunque más por suba de impuestos que por reducción del gasto público. Y gran parte de la reducción del gasto público vía sinceramiento de tarifas que, en el fondo, es un ajuste del sector privado ya que las familias son quienes pagan las tarifas. De esta manera, casi el 80% del ajuste del 2018 recayó sobre el sector privado y sólo un 20% sobre el sector público.
Por último, producto de las devaluaciones sufridas, el déficit en cuenta corriente comenzó a reducirse. Esto quiere decir que la demanda de dólares cayó debido a que adquirir dólares se volvió más caro. Básicamente, dos factores explican la mejor situación del déficit en cuenta corriente: la balanza comercial de bienes y una menor demanda de dólares neta por turismo. En cuanto a la balanza comercial de bienes, ésta mejora principalmente ocurre un derrumbe de las importaciones y no por un “boom” de las exportaciones. Esto quiere decir que sigue siendo difícil generar dólares genuinos por exportación. El saldo favorable de la balanza comercial es por comprar menos y no por vender más. Y compramos menos porque el nivel de actividad se encuentra estancado. Si la actividad repuntara, el saldo superavitario de la balanza comercial sería menor. Por el otro lado, la demanda de dólares para turismo se redujo notablemente luego de los episodios devaluatorios. En el 2017, el déficit en turismo era de US$10.600 millones netos mientras que, observando los doce meses acumulados a septiembre 2019, el déficit de turismo es de US$5.200 millones; es decir, la mitad.
En conclusión, no es que el déficit en cuenta corriente es bueno o malo per se. Depende de si es financiable o no. Argentina tiene un déficit en cuenta corriente que no puede financiar con sus ingresos genuinos y por eso debe recurrir al endeudamiento. Hay países que tienen déficit de cuenta corriente por muchos años, pero no es un problema, porque pueden financiarlo con sus ingresos y sin recurrir a la deuda. Es similar al gasto de una familia. Una familia podría tener un gasto elevado, pero eso no sería un problema si posee los ingresos para afrontar ese gasto. El problema de Argentina es posee el gasto alto, pero ingresos bajos y optó por vivir de prestado sin reducir el gasto público significativamente (por lo menos los primeros dos años). Si Argentina quiere volver a las sendas del crecimiento, tendrá que plantearse muy seriamente realizar las reformas estructurales necesarias (reforma laboral, impositiva, previsional) para que el país vuelva a ser competitivo. De lo contrario, su destino será continuar empobreciéndose.