Columna de Nelson Aguilera
Cuando los líderes chinos se animaron por fin a dar un vuelco en la historia de su país y abrazaron el capitalismo, sabían que lo mejor que podían hacer a nivel internacional era ser precavidos y esperar el momento para expandirse. Durante años, la República Popular adoptó un perfil bajo y se mantuvo replegada. Sin embargo, desde que Xi Jinping llegó al poder, todo eso cambió. Ahora, los dirigentes comunistas ya no ocultan sus ambiciones imperiales y hablan abiertamente de la necesidad de ejercer una mayor influencia en todos los espacios.
En ninguna parte esta nueva doctrina es más peligrosa que en las aguas del Mar Meridional de China. Allí, el gigante asiático viene intimidando a sus vecinos con diversas tácticas combativas, que van desde la construcción de bases militares en las islas hasta la formulación de reclamos espurios sobre los límites exteriores de su Zona Económica Exclusiva.
Si Estados Unidos y sus socios desean evitar que la región del Asia Pacífico se convierta en un tembladeral, deberán actuar con firmeza e inteligencia. Una combinación ágil de diplomacia, poder militar convencional, financiamiento para el desarrollo y medidas económicas punitivas puede ser la clave para detener el avance chino.
El primer paso crítico es poner en marcha una estrategia multilateral. Washington podría frenar de manera efectiva las agresiones de Beijing creando y fortaleciendo una red de aliados que actúen en conjunto. En el futuro, sería conveniente neutralizar a China amenazando su capacidad de operar más allá de la primera cadena de islas que corren paralelas a su costa, restringiendo su acceso al Pacífico más amplio y al Océano Índico.
Será indispensable también que Estados Unidos busque expandir el rango de puertos, bases y aeródromos a través de los cuales rota y estaciona sus activos militares. Por ejemplo, las islas Andaman y Nicobar, controladas por India, tienen un tremendo potencial por su proximidad a la ruta marítima que atraviesa el estrecho de Malaca, que los barcos a menudo transitan al entrar y salir del Mar del Sur de China.
Asimismo, es esencial que el plan de construcción naval de la Marina norteamericana correspondiente al año fiscal de 2020 sea implementado. Con ello, se permitiría el despliegue de una mayor cantidad de buques para el patrullaje.
La administración encabezada por Donald Trump dio un giro positivo hacia la mejora de la disuasión al retirarse formalmente del Tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio. Ya sin las limitaciones impuestas por este acuerdo, Estados Unidos es libre de producir cohetes terrestres de alcance intermedio (500 km-5500 km) y emplazarlos en la zona del Indo-Pacífico, un punto crucial para contrarrestar la abrumadora ventaja de China en materia de misiles.
Además de maniobras militares, no estaría de más emplear herramientas económicas para menoscabar la posición de China. Una vía para este objetivo consistiría en la utilización de la recién creada Corporación Internacional de Finanzas para el Desarrollo (DFC por sus siglas en inglés). Esta institución se encarga de captar fondos del sector privado para proyectos en el extranjero en apoyo a la política exterior de Estados Unidos. Mediante una cobertura eficiente en los países menos desarrollados, la DFC vendría a erigirse en una opción alternativa al financiamiento chino. En efecto, a la hora de brindar asistencia económica, China busca vasallos asfixiados y endeudados para su explotación. Si Estados Unidos presenta un enfoque distinto, es probable que coseche más adhesiones que su adversario oriental.
Finalmente, el Departamento del Tesoro puede tener un papel que desempeñar en la lucha geopolítica que está librando. La Oficina de Control de Activos Extranjeros tiene la potestad de imponer multas contra estados que tratan de dañar la seguridad nacional estadounidense. El espectro de una campaña de sanciones sin dudas obligaría a China a pensar dos veces antes de cometer más tropelías.
Los documentos de todas las agencias de gobierno norteamericanas reconocen que los esfuerzos de Beijing para militarizar puestos de avanzada en el Mar del Sur de China representan un riesgo inminente en lo que respecta a la libre circulación del comercio. Buena parte de la prosperidad mundial depende de lo que pase ahí. Pero los pronunciamientos que duermen en papel de nada sirven si no son acompañados por movimientos tangibles en la escena global.
En términos generales, un equilibrio de poderes es el camino más óptimo para salvaguardar la paz. Al día de hoy, la superioridad militar occidental ha impedido que China rompa ese principio sacrosanto de la Realpolitik. No obstante, la historia enseña que el crecimiento vertiginoso de una potencia emergente suele culminar con algún tipo de conflicto a gran escala. ¿Están dadas las condiciones para alterar ese curso aparentemente irremediable? Tarde o temprano se conocerá la respuesta.