Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
EL PAÍS – En demasiados lugares se repite y se machaca con las mismas políticas sin solución de continuidad. Así se hace tedioso el cuadro de situación. Si los barquinazos y los errores fueran novedosos, por lo menos harían trabajar las neuronas y la adrenalina estaría a la orden del día. Pero idénticas equivocaciones durante décadas dificultan la convivencia.
Es en este contexto que uso la metáfora de “la manía de la autopsia” pues nos pasamos analizando cadáveres de la política, medidas fracasadas una y otra vez. Esta manía naturalmente hace que aparezcan nuevos decesos que nuevamente se estudian para llegar a idénticas conclusiones. En esta línea argumental un nuevo gobierno suele referirse al anterior como lamentable “herencia recibida” en una especia de calesita macabra.
Tras las políticas de marras se esconde una razón de peso que dificulta zafar de la aburrida repetición aunque sean anunciadas por nuevos personajes bajo nuevos rótulos. Se trata de la escasa capacidad de pronunciarse contra la corriente de lo que dicen los demás.
El problema medular son los epígonos, a saber, los que siguen a otros sin meditar. Tocqueville concluye que las personas “temen más al aislamiento que al error” y Hume consigna que los hombres “encuentran muy difícil el seguir su propio juicio o inclinación cuando se opone al de sus amigos y compañeros diarios”. Vladimir Nabokov resume el punto en un plano más amplio: “es el derecho a criticar el don más valioso que la libertad de pensamiento y de expresión puede ofrecer.”
Hay infinitos ejemplos del complejo de despegarse de lo que dicen los demás pero en esta nota centro mi atención en uno que viene arrastrándose de hace tiempo. Por supuesto que no solo ocurre el fenómeno de la escasa capacidad de mostrar la propia individualidad sino que también es muy generalizada la incomprensión lisa y llana debido a defectuosas educaciones.
En cualquier caso, se trata de una especie de magia que se concreta en la firme creencia o la repetición sin convencimiento de la posibilidad que los aparatos estatales puedan hacer aparecer recursos de la nada. Así se reclama y se demanda que el gobierno entregue fondos a diestra y siniestra sin que haya signos de percatarse que en definitiva también se sustraen a los mismos a los que se les entrega graciosamente dinero o bienes diversos.
Lo primero es comprender que los aparatos estatales no tienen nada que previamente no se haya succionado de los vecinos puesto que ningún gobernante entrega de su peculio. Y esos vecinos a quienes se les arranca el fruto de su trabajo dejan de invertir lo que entregan y, como consecuencia se contraen los salarios e ingresos en términos reales de los receptores de la entrega ya que la única causa del aumento en el nivel de vida son precisamente las tasas de capitalización.
Este razonamiento está íntimamente vinculado a la contradicción de pretender que el gobierno gaste más pero al mismo tiempo la gente se queja de la suba de impuestos, de la deuda estatal y de la inflación que son los canales disponibles para lograr el cometido mencionado.
Por esto es que deber resultar claro que el único modo de apuntar al bienestar es reduciendo las funciones gubernamentales para circunscribirlas a lo que cabe en un sistema republicano, para lo cual es menester eliminar destinos burocráticos que no estén alineados con lo anterior. Un procedimiento de eliminación y no de poda puesto que igual que con la jardinería cuando se poda la planta crece con más fuerza. Se trata de suprimir funciones que no hacen a la garantía de los derechos de las personas.
Al proceder de esta manera se liberan recursos humanos y materiales para destinarlos a cubrir otras necesidades que no podían atenderse porque los factores de producción estaban esterilizados en la burocracia. En otros términos, se engrosan los bolsillos de la gente cuando se reducen las dimensiones estatales y los receptores de los recursos liberados solo pueden consumir o invertir por lo que al instante reasignan esos nuevos ingresos con lo que multiplican la necesidad de trabajo.
Y no se diga que el despido de funcionarios públicos innecesarios genera desempleo pues si el mercado laboral es libre nunca hay sobrante de este factor esencial para producir y para prestar servicios. Por su parte el empresario deseoso de sacar partida de nuevos arbitrajes está directamente interesado en capacitar para las tareas incorporadas. Sin duda que si hay trabas laborales disfrazadas de “conquistas sociales” impuestas por la fuerza, el desempleo es seguro no importa si se los aplican al gerente general o a un albañil ya que, como queda dicho, los ingresos dependen solo de la inversión y no del voluntarismo.
Por esto es que reiteramos que deberían abandonarse las expresiones “ajuste” y medidas de “shock” puesto que la gente ya bastantes ajustes y shocks padece desde que se levanta hasta que se acuesta debido al peso insoportable del Leviatán. Es hora de abandonar la manía de la autopsia.